Escuelas cinco estrellas

A los maestros les toca enseñar e insistir en el cuidado de la propiedad social. (Foto: Carlos Luis Sotolongo/ Escambray)Por:

Tengo una amiga que a ratos desearía encontrar una botija repleta de monedas de oro en el patio de su casa para evitar el temblor en las piernas cuando su hijo llega de la escuela. “Que si 5 pesos para comprar un ventilador, que si viene tal fecha y van a hacer un intercambio de regalos, que si deberían pintar el aula porque las paredes están sucias”, me cuenta no con tono de lamento, sino con la resignación de quien sabe que es mejor nadar a favor de la corriente.

Lo que sucede aulas adentro puede convertirse en una verdadera pesadilla. ¿Responsables? Prefiero asirme a aquello de que tanta culpa tiene quien mata la vaca…

Teléfono en mano, Escambray contactó con directivos y maestros de diferentes municipios de la provincia para aquilatar la envergadura de un fenómeno donde cada quien defiende con vehemencia su punto de vista.

“Mira, para nadie es un secreto los altibajos por los que puede atravesar el presupuesto de Educación. Hay maestros que te dicen que fue iniciativa de los padres”. “Todo eso está muy lindo, pero a la hora de la verdad nadie quiere tener una escuela con una imagen deplorable. Te exigen porque las aulas estén lo mejor posible. Uno explica a los superiores las limitaciones con los recursos. Te dicen que existen alternativas. Entonces, no te enseñan el mono, pero sí la cadena”, refirieron los funcionarios.

Del otro lado, los padres. “¿Tú sabes qué es lo que pasa? que mi hijo no va a pasar los trabajos que pasé yo porque no me da la gana”. “¿Yo no estoy en contra de que el niño estudie con la mayor comodidad posible, pero de ahí a recoger 2 CUC para comprar dos ventiladores porque el aula es muy grande, me parece demasiado, tanto por parte de la delegada de los padres como de la maestra que lo permite”. “La fiesta del 4 de Abril se montó casi en 100 pesos: intercambio de regalos y un plato por alumno”. “No todo el mundo puede estar dando cierto dinero cada tres meses o menos, pero si el mío no lo da, se marca, como se dice. Él no puede ser menos que los demás”. “Por si acaso, yo voy guardando mi dinerito para el próximo curso, que es cuando empieza mi hija, porque con estos truenos…”.

Luego de escuchar más de una vez las opiniones, no puedo evitar la nostalgia de mi tiempo estudiantil. Por aquellos días todo se resolvía con un jarrito de azúcar blanca, un huevo, 5 pesos en moneda nacional, cuatro brochazos de cal para mantener limpias las paredes y algún donativo de una frazada para el piso.

Mi escuela jamás vio un ventilador (ni siquiera ruso), ni búcaros en las mesas, ni excesivas flores plásticas, ni cortinas de lujo, ni un tapetico para el televisor. Hasta ahora, no tengo noticias de ningún antiguo colega con daños cerebrales por las altas temperaturas. Y ya por esas fechas se hablaba del agujero en la capa de Ozono.

Aunque parezca lo contrario, las leyes no han cambiado. Lo confirma Julio Castillo Hernández, jefe del Departamento de Inversiones en la Dirección Provincial de Educación: “Está prohibido que los profesores recojan recursos o dinero para reparaciones u otro fin. A veces hay atrasos con los cronogramas de mantenimiento, pero siempre se cumplen, más tarde o más temprano.

“Los familiares pueden ayudar en trabajos voluntarios para la higienización de los locales o apoyar en una obra de acuerdo con sus aptitudes, pero no puede exigírseles contribución monetaria alguna. Más bien les toca enseñar e insistir en el cuidado de la propiedad social. También deben tenerse en cuenta los conflictos que pueden generar la emulación entre los propios padres”.

Al paso que vamos, no me extrañaría que dentro de poco se entreguen estrellas según el confort de los locales. Por eso las nostalgias vuelven por los días de la austeridad, cuando un detalle era más que suficiente para el profe en la jornada del educador, cuando uno llegaba a la casa con el cuello de la camisa como si hubiese mataperreado en vez de estudiar, cuando bastaban sillas, mesas y pizarras en buenas condiciones para aprender, pese a las ventanas desvencijadas o la puerta con comején.

Pese a las carencias, eran aulas. Aula, el lugar sagrado para descubrir la vida, no instalaciones signadas por una comodidad desmedida que, a fin de cuentas, no garantiza la aprehensión de conocimientos.

(Tomado de Escambray Digital)