José Martí: Hay versos que mandan montar a caballo

Una noche de poca luz, después del día útil, en el rincón de un portal viejo de las cercanías de New York, recordaba un general cubano, rodeado de ávidos oyentes, los versos de la guerra

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¿Y quedará perdida una sola memoria de aquellos tiempos ilustres, una palabra sola de aquellos días en que habló el espíritu puro y encendido, un puñado siquiera de aquellos restos que quisiéramos revivir con el calor de nuestras propias entrañas? De la tierra, y de lo más escondido y hondo de ella, lo recogeremos todo, y lo pondremos donde se le conozca y reverencie; porque es sagrado, sea cosa o persona, cuanto recuerda a un país, y a la caediza y venal naturaleza humana, la época en que los hombres, desprendidos de sí, daban su vida por la ventura y el honor ajenos (…).

Una noche de poca luz, después del día útil, en el rincón de un portal viejo de las cercanías de New York, recordaba un general cubano, rodeado de ávidos oyentes, los versos de la guerra. Los árboles afuera, árboles fuertes y nervudos, recortaban el cielo, y parecían caricia a los muertos, al bajarse una rama rumorosa, o revés, al erguirse de súbito, o hilera de guardianes gigantescos, con el fusil a la funerala, al borde de nuestra gran tumba. El robusto recitador, sentado como estaba, decía como de lejos, o como de arriba, o como si estuviese en pie. Las mujeres, calladas de pronto, acercaron sus sillas, y oían fluir los versos. El respeto llenaba aquella sombra.

«¿Por qué, dijo uno, no publicaremos todo eso, antes de que se pierda; antes de que caigan tal vez los hombres que lo recuerdan todavía?». Y en la prisa de trabajos mayores, (…) se publican los versos que Serafín Sánchez, el recitador de aquella noche, aprendió de los labios de los poetas, en los días en que los hombres firmaban las redondillas con su sangre.

De copia en copia han venido guardándose, o en la memoria agradecida, los versos de la guerra (…).
Su literatura no estaba en lo que escribían, sino en lo que hacían. Rimaban mal a veces, pero sólo pedantes y bribones se lo echarán en cara: porque morían bien. Las rimas eran allí hombres: dos que caían juntos, eran sublime dístico: el acento, cauto o arrebatado, estaba en los cascos de la caballería.

si hubiera dos notas salientes entre tantos versos de molde ajeno e inseguro, en que el espíritu nuevo y viril de los cubanos pedía en vano formas a una poética insignificante e hinchada, serían ellas la púdica ternura de los afectos del hogar, encendidos, como las estrellas en la noche, en el silencioso campamento, y el chiste certero y abundante, como sonrisa de desdén, que florecía allí continua en medio de la muerte.

La poesía de la guerra fue amar y reír. Y acaso lo más correcto y característico de ella es lo que, por la viveza de sus sales, ha de correr siempre en frasco cerrado. En los labios de todos, entre otros menos conocidos, están los nombres de los poetas: (…) Hay versos que hacen llorar, y otros que mandan montar a caballo.

(Prólogo al libro Los poetas de la guerra, publicado por Patria, Nueva York, 1893).