Asesinato de Manuel Ascunce y Pedro Lantigua: un crimen imperdonable

Monumento a Manuel Ascunce y Pedro Lantigua en Limones Cantero, Trinidad.

Por: Mary Luz Borrego

Con un dolor innombrable Evelia Domenech nunca pudo superar la pérdida de su hijo. Así lo hizo saber ante el Tribunal Provincial de Ciudad de la Habana, a propósito de la Demanda del pueblo cubano al gobierno de Estados Unidos por daños humanos, donde con la voz cansada de sus 81 años acusó firme: “He sido perjudicada por lo más grande que le puede pasar a una madre: la pérdida de su hijo (…) Se ensañaron con su cuerpo, un adolescente de 16 años. No soy yo sola, sino miles de madres con las garras del imperio clavadas en nuestras entrañas (…), no tienen perdón”.

El 26 de noviembre de 1961 fueron asesinados el joven alfabetizador Manuel Ascunce y el campesino Pedro Lantigua por los alzados que, por órdenes directas de la Agencia Central de Inteligencia, operaban en el Escambray para intentar hacer fracasar la naciente Revolución.

Uno de los pasos más trascendentes de esta resultaba la Campaña de Alfabetización, una experiencia inédita donde participaron más de 34 700 educadores voluntarios, de 120 600 alfabetizadores populares, 13 000 brigadistas Patria o Muerte (del sector obrero) y más de 100 000 estudiantes de las brigadas Conrado Benítez (de la juventud).

Muchos maestros y campesinos perdieron la vida para hacer realidad este hermoso sueño en diferentes provincias de Cuba: Conrado Benítez, Eliodoro Rodríguez, Pedro Miguel Morejón Quintana, Pedro Blanco Gómez, Modesto Serrano Rodríguez, Delfín SenCedré, entre otros.

Sin embargo, a pesar de la estela de dolor e indignación que estos hechos provocaron en el pueblo de Cuba, la Campaña de Alfabetización siguió adelante y concluyó con éxito como el primer gran acontecimiento cultural de la Revolución, gracias al cual aprendieron a leer y a escribir más de 707 000 cubanos, lo cual significó rebajar el índice de analfabetismo de 23.6 por ciento a 3.9, cifra mínima formada por personas de avanzada edad o con enfermedades incapacitantes.

Este 26 de noviembre se recuerda el imperdonable crimen ocurrido en la finca Palmarito. Rubén Zayas Montalbán, juez instructor del caso, dejó también su doloroso testimonio sobre el hecho en las sesiones de la Demanda de Indemnización contra Estados Unidos: “Cuando llegamos al árbol, miré a Manuel: pelo negro, algo caído hacia la frente; los labios ennegrecidos, la lengua con un intenso color violáceo, con coágulos en sus bordes. Me llama la atención que no estuvieran sus globos oculares fuera de las órbitas, como sucede siempre en los ahorcados; ello me convenció que lo habían colgado casi muerto”.

Y continuó: “Tenía también un profundo surco en el cuello, fractura del cartílago laríngeo, perceptible a la palpitación del forense. Examinados sus órganos genitales, se observan contusiones, indicativos de haber sido sometidos a compresión y distorsión. Catorce heridas punzantes de distintos grados de profundidad. A su lado estaba Pedro Lantigua: cabellos castaños, algo rojizos; hombre fuerte, el rostro cubierto de manchas, todo rígido, muestras visibles de haber luchado contra sus asesinos y señales de haberlo arrastrado muchos hombres, golpes, un surco equitómico en el cuello”.

Un cuadro tan horrendo no podrá borrarse jamás de la historia de Cuba. Ni los recuerdos de aquel muchachito serio y responsable, que lo mismo enseñaba las letras del alfabeto, que compartía las labores del campo o encargaba a sus padres un kake especial traído desde la Habana para los quince de su primera alumna. Los maestros que siguieron sus pasos, las campañas del continente que aún hoy enseñan a tantos analfabetos, constituyen sin dudas la mejor ofrenda al maestro.

(Tomado de Radio Sancti Spíritus digital)