Conrado Benítez, joven maestro cubano víctima del terrorismo imperialista

Por: Rafael Novoa Pupo

Era negro, tenía 18 años, y un inmenso deseo de ilustrar a sus compatriotas. Ese fue quizás su “delito”, el crimen por el cual decidieron apagar su vida. El asesinato del maestro Conrado Benítez figura como el primer acto de terrorismo contra el magisterio aplicado por enemigos, de la naciente Revolución cubana.

Conrado, considerado como un muchacho serio, honrado y responsable, había nacido en Matanzas el 19 de febrero de 1942, en una familia de escasos recursos. Su padre, Diego, era obrero de la construcción y la madre, Eleuteria, ama de casa. Como tantos niños de su condición, desde pequeño conoció las penurias de la pobreza y hubo de ganarse el sustento como limpiabotas, primero, y más tarde al llegar a la adolescencia, la madrugada lo sorprendía en una panadería para contribuir al mantenimiento del hogar. Sin embargo, encontraba tiempo durante el día para estudiar y superarse.

Luego del triunfo revolucionario, matriculó en el Instituto de Segunda Enseñanza de Matanzas, y en abril acudió a la convocatoria de la Revolución para movilizar a la juventud hacia las zonas rurales más atrasadas, con la tarea de enseñar a leer y escribir a sus habitantes.

Culminada su preparación en Minas de Frío, en la Sierra Maestra, fue de los primeros en escalar el Pico Turquino. Después lo designaron como maestro voluntario en la Sierra Reunión, colindante con la zona de Gavilanes, en la Sierra del Escambray. De allí lo trasladaron para el caserío de La Sierrita, donde el campesino Virgilio Madrigal, le ofreció dos locales en un aserradero. A uno lo utilizó como dormitorio, y en el otro instaló un aula donde alfabetizaba a 44 niños.

En la tarde del 4 de enero de 1961, al regreso de sus vacaciones, Conrado Benítez y Magaly Olmos López, se enrumbaron a sus respectivas aulas en el Escambray. En el trayecto, para no continuar camino de noche, ella prefirió quedarse en la casa de un campesino. Él, sin embargo, decidió continuar hacia La Sierrita. Llevaba juguetes que había comprado para sus pequeños alumnos, y estaba ansioso de ver la reacción de aquellos niños, al recibir los regalos.

Al anochecer, Conrado llegó a su destino y se retiró a descansar, pero fue sorprendido por un grupo de hombres armados que lo golpearon, le ataron las manos a la espalda y lo secuestraron. Después de una larga caminata desde La Sierrita hasta Las Tinajitas, en San Ambrosio, Trinidad, llegaron al campamento donde los esperaba Osvaldo Ramírez. Este había sido aprobado siete días antes por el agente de la CIA Ramón Ruisánchez (Comandante Augusto) al mando de las bandas de alzados en el Escambray, y tenía la indicación de sembrar el pánico entre la población campesina, así como frustrar los planes de desarrollo económico y social de Cuba.

A Conrado lo introdujeron en una jaula forrada con una malla de alambre, donde tenían también al campesino Eleodoro Rodríguez Linares, Erineo, conocido en la región por su participación en la lucha insurreccional contra la tiranía batistiana y su apoyo a la Revolución. Ramírez prometió al joven maestro que si traicionaba sus ideales y se incorporaba a sus tropas le perdonaría la vida. Con firmeza, el joven respondió que él era maestro y no abandonaría a sus niños cuando más lo necesitaban. Aquella respuesta irritó al bandido, quien escribió una nota cargada de odio, anticomunismo y racismo, donde anunciaba la muerte pavorosa que le daría al muchacho.

En la mañana del 5 de enero, Ramírez ordenó sacar de su encierro a los prisioneros. Tres alzados se erigieron en una suerte de tribunal y los acusaron de comunistas, presentando como pruebas que Erineo había sido combatiente del Ejército Rebelde, y el carné de maestro voluntario y los cuadernos de enseñanza de Conrado.

Al mediodía, cuando los bandidos conocieron que las Milicias se encontraban en la zona de Ciego Ponciano, Ramírez decidió abandonar el campamento, pero antes dio la orden de matar a los dos prisioneros. A la hora que el sol más calentaba, el odio y la saña cayeron sobre el maestro: lo martirizaron, le lanzaron piedras, lo pincharon con cuchillos y bayonetas. Cuando ya se encontraba en muy mal estado físico, le cortaron los genitales y lo ahorcaron. A seguidas, Erineo corrió la misma suerte.

Integrantes de la principal banda de alzados del Escambray, que cumplía instrucciones de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), de los Estados Unidos, fueron los autores de ese crimen horrendo. El hecho formaba parte del programa de acciones encubiertas contra Cuba aprobado por el presidente de aquella nación Dwight D. Eisenhower, que habían cobrado muchas vidas entre los estudiantes, los maestros voluntarios y los alfabetizadores que llevaban la luz del saber, por los rincones de la Isla, así como de los campesinos que los apoyaban y daban cobijo.

No pudieron, sin embargo, apagar la llama que ya se había encendido en Cuba. Meses después, el país fue declarado libre de analfabetismo, y el nombre Conrado Benítez ilumina a muchos que siguen el camino de la enseñanza, y se miran en el ejemplo de aquel “verde joven de rostro detenido”, como lo llamara nuestro poeta nacional Nicolás Guillén. (Con información de periódico 5 de septiembre y Ecured).