Biblioteca Gustavo Izquierdo de Trinidad, al servicio del pueblo y del saber

Por: José Rafael Gómez Reguera

Insaciable. Así es la necesidad de conocimientos que cada persona experimenta. Las nuevas tecnologías no han conseguido alejar los libros de muchos de nosotros, desde los ejemplares raros y valiosos, casi intocables, hasta esos que han pasado de mano en mano y tienen heridas, no siempre objeto del maltrato, sino de los tantísimos años sirviendo a niños, jóvenes y adultos. Esa es la misión de la Biblioteca Municipal Gustavo Izquierdo Tardío de Trinidad, recordada en este Día del Bibliotecario cubano.

Más allá de la importancia arquitectónica del lugar que la cobija, en la céntrica calle José Martí (antigua Jesús María), la biblioteca vale y brilla por su colectivo de trabajo y sobre todo por su fondo, que según los últimos datos conocidos, abarcaba más de 78 mil documentos distribuidos en las diferentes salas de prestación de servicio. Solo en los de más importancia acumulaba unos 5 mil 124 volúmenes de variado interés temático.

No escribiré de tiempos idos, porque pecaría de mala memoria. Por allí han pasado muchas personas que día tras día se fueron ganando el cariño de estudiantes, trabajadores y pueblo, en general. Unos, en busca de alguna novedad; otros sencillamente atraídos por la necesidad de repasar los periódicos de su interés. Eso, sin descontar a quienes han visto allí su espacio idóneo para estudiar en silencio.

La experiencia de pisar la biblioteca por vez primera, ganado por la timidez y el desconocimiento, me hizo hace muchos años conocer cuán importante es el tacto, la educación, el desinterés, el deseo de ser útiles. Así fui conociendo desde los técnicos de las salas hasta esos que a través del bibliobús hicieron historia en zonas rurales intrincadas. Y luego, a quienes pude entrevistar para saber de su vida interior, anhelos, logros e insatisfacciones.

Los bibliotecarios son así, y no solo los de la Gustavo Izquierdo, la más relevante. Las bibliotecas escolares bullen cada curso, socializando el conocimiento, permitiendo que por pocos ejemplares que haya, se puede conseguir que ellos cumplan la misión para la cual se editaron o reeditaron.

La tecnología se impone. No hay que obviarla. Pero puede convivir en armonía con esos libros, nuevos o viejos, relucientes o desgastados, que son fieles compañeros, dan muchísimo a cambio de poco: un cariñoso hojear y hojear de páginas, alimentando nuestro cerebro, haciéndonos crecer como seres humanos.