
Por: Rafael Novoa Pupo
Como parte de su agresión económica al pueblo cubano, en 1960 el gobierno de Dwight D. Eisenhower, aprobó la rebaja de la cuota azucarera que correspondía a Cuba dentro del mercado de Estados Unidos. Sobre este tema, el 6 de julio de 2015, el periódico Granma publicó el artículo “Sin cuota, pero sin amo”, en el que se recogen algunos momentos del proceso y la posición asumida por el Gobierno Revolucionario ante la aprobación de una ley que daba poderes al presidente norteamericano, para decretar rebajas de nuestra cuota azucarera, como instrumento de coacción y de represalia.
Al decir del líder histórico de la Revolución cubana Fidel Castro Ruz, esa ley pretendía arrasar la economía de nuestro país, rendirnos por hambre, y doblegar a nuestro pueblo.
Tal como se había advertido previamente, en correspondencia con las decisiones tomadas por el gobierno norteamericano, el Consejo de Ministros del Gobierno Revolucionario aprobó la Ley de Nacionalización, cuyo primer artículo autorizaba al Presidente de la República y al Primer Ministro, para que dispusieran conjuntamente mediante resoluciones, y cuando lo considerasen conveniente, a la defensa de interés nacional, la nacionalización, por vía de expropiación forzosa, de los bienes o empresas propiedad de personas naturales o jurídicas nacionales de los Estados Unidos de Norteamérica, o de las empresas en que tengan interés o participación dichas personas, aunque las mismas estuviesen constituidas con arreglo, a las leyes cubanas.
En la tarde del 6 de agosto de 1960, todas las gradas del Estadio del Cerro hoy Latinoamericano, se colmaron con decenas de miles de habaneros en representación del pueblo cubano y cientos de jóvenes de Nuestra América, que participaban en el Primer Congreso Latinoamericano de Juventudes. Ante el anuncio de que el Comandante en Jefe Fidel Castro haría la clausura del magno evento e informaría sobre la aplicación de una ley revolucionaria, bastaron muy pocas horas para movilizar esa multitud, que desbordaba todos los espacios.

Afectado por una ligera disfonía, Fidel inició su intervención valorando la historia de los pueblos de Nuestra América, y los elementos que nos unen a pesar de los esfuerzos del imperialismo yanqui por separarnos. El Comandante en Jefe se refería a la precaria situación de los pueblos latinoamericanos y a las ideas que hicieron posible el triunfo de la Revolución, cuando inesperadamente, quedó sin voz.
En ese dramático instante mientras el pueblo le pedía a su líder que descansara y él intentaba continuar, Raúl tomó la palabra y llamó a la calma: “No es una simple casualidad que esto suceda en momentos que han de ser históricos para Cuba y para la América nuestra, ¡que es la verdadera!, no es ni cosa del destino, ni cuestiones de malos augurios; eso es simplemente, un ligero revés sin importancia, porque se ha ido una voz por un momento; ¡pero ahí está él, y estará!
Seguidamente, Raúl inició la lectura de la Ley No. 851, del 6 de julio de 1960. Al terminar el primero de los Por Cuantos, con alegría inmensa, Raúl dejó de leer para anunciar que tenía una mala noticia para el imperialismo yanqui, porque a Fidel, le estaba volviendo la voz. Raúl pidió esperar cinco minutos y solicitó que todos hicieran un esfuerzo: Fidel “hablando bajito, y ustedes haciendo silencio”. Por último, convocó a cantar el Himno Nacional.
Luego de la emoción de cantar el Himno Nacional dirigidos por Juan Almeida, todos los presentes ocuparon sus puestos, y Fidel volvió a los micrófonos para leer íntegramente, el texto de la Ley de Nacionalización.
Así, Fidel fue leyendo los Por Cuantos que argumentan cómo ante tales hechos, el Gobierno Revolucionario consciente de sus altas responsabilidades históricas, y en defensa legítima de la economía nacional, tenía la obligación de proveer las medidas necesarias para contrarrestar el daño causado a nuestra nación por esas agresiones; y, en conformidad con nuestras leyes y el ejercicio de nuestra soberanía, aplicar esta ley como decisión justificada, por la necesidad que tiene la nación de resarcirse de los daños causados en su economía, y afirmar la consolidación de la independencia económica del país.
En los Por Cuantos, se corroboraba la legitimidad de la aplicación de la ley a los monopolios extorsionistas y explotadores que han succionado y burlado la economía de la nación y los intereses del pueblo; a las compañías azucareras que se apoderaron de las mejores tierras de Cuba amparadas por la Enmienda Platt; a las compañías petroleras que estafaron de manera continuada la economía de la nación, cobraron precios de monopolio y fraguaron el criminal boicot contra Cuba que obligó al Gobierno Revolucionario a su intervención.
Tras declarar que era deber de los pueblos de América Latina propender a la recuperación de sus riquezas nacionales, sustrayéndolas del dominio de los monopolios de intereses foráneos que impiden su progreso, promueven la injerencia política y menoscaban la soberanía de los pueblos, el Comandante en Jefe ratificó que la Revolución cubana no se detendrá hasta la liberación total y definitiva, de la patria.

También resultó inolvidable el momento en que Fidel da lectura a la relación de las 26 empresas nacionalizadas. La mención de cada uno de esos nombres fue seguida por aplausos y un coro de miles de voces, surgido espontáneamente, que repite: “¡SE LLAMABA!”. Con esa simple frase, los presentes reafirmaban su aprobación ante tal decisión.
De este modo, el 6 de agosto de 1960 quedaron nacionalizadas las empresas y los bienes de la compañía eléctrica y de la compañía de teléfonos; las empresas de la Texaco, de la Esso y la Sinclair; así como los 36 centrales azucareros que tenía Estados Unidos, en el país. Junto al pueblo cubano, por la nacionalización también votaron los delegados del congreso de juventudes, porque al decir de Fidel, el problema de Cuba no era solo el problema de Cuba; el problema de Cuba era el problema de toda la América Latina, pero no solo de la América Latina, también del negro del sur de Estados Unidos, de los espaldas mojadas que trabajan en la zona fronteriza con México, del intelectual progresista de Estados Unidos, del obrero norteamericano, del campesino norteamericano, y también del pueblo norteamericano.
Ese día, antes de concluir el histórico acto, se tomó la decisión de que cada uno de esos centrales azucareros que habían sido propiedad de la Compañía Atlántica de la United Fruit Company y otras empresas norteamericanas, a partir de ese momento llevaran el nombre de una república de Nuestra América, como muestra de nuestra unidad inquebrantable con los pueblos hermanos, del continente. (Con información de Periódico Granma y Ecured).