¿Vecinos amigables?

Por: Olver Y. Castro Álvarez

Barack Obama es el segundo presidente norteamericano que visita Cuba en casi 90 años y el primero después del triunfo revolucionario.

Es esa, precisamente la noticia que durante dos días, y yo diría un poco más, mueve los medios de prensa en todo el mundo. Y no es para menos, este es de los acontecimientos trascendentales y completamente inesperados, que provocan una ola de espasmos. Como la visita del Papa Juan Pablo II, por ejemplo, que en 1998 vino a desahogar las relaciones entre nuestro país y la Iglesia Católica, tensas durante décadas; pero ni la presencia del Papa polaco, ni después la del alemán, ni hace apenas meses la del argentino han desconcertado tanto a los cubanos como la visita del segundo presidente norteamericano en toda su historia como nación y el primero en casi 60 años de gobierno revolucionario.

Creer hace algún tiempo que las relaciones entre Cuba y su enemigo histórico se restablecerían hubiese sido poco menos que un sacrilegio. Demasiada hostilidad durante mucho tiempo, demasiado discurso enrevesado entre ambas delegaciones. Pero, imaginar que un presidente estadounidense fuera a pasearse dos días por La Habana hubiera sido una escena más digna de un filme de Hollywood que de esta especie de película que es la vida real.

Ahora mismo viene a mi mente una frase que escuché hace días y representa más bien un clásico del choteo: “Obama viene a Cuba, ¿viste? Pero, mami, ¿qué será lo que quiere el negro?”.

Ante una pregunta como esa, tan hilarante como tremendamente grave, uno tiene que reírse y, después, sacar las cuentas elementales: la gente alberga expectativas, ilusiones, fe en que este acontecimiento mejore la economía nacional; pero, sobre todo, la gente tiene el olfato curtido lo suficiente como saber que nada, absolutamente nada, es tan fácil como parece.

Obama no viene aquí a disculparse por los daños que el bloqueo ha ocasionado. No lo ha hecho hasta hoy en ninguno de los discursos en que se ha referido a Cuba después del 17 de diciembre del 2014. Ha dicho, y eso se ha encargado de dejarlo claro, que están dejando atrás un enfoque anticuado que durante décadas no les ha servido para concretar sus intereses y que no deben seguir haciendo lo mismo y esperar un resultado diferente. El suyo es un acercamiento peculiar: abre embajadas y mantiene los programas destinados a “empoderar” la sociedad civil, que es como ellos llaman a financiar la subversión; saca a Cuba de la lista de países que patrocinan el terrorismo y pide al Congreso que elimine de una buena vez el bloqueo.

Hay que reconocerle, no obstante y sin que nos ciegue la pasión, que ha sido valiente. No lo digo yo, que del tema sé lo mismo que el resto de los cubanos: lo ha dicho el propio Raúl Castro, que el presidente número 44 de los Estados Unidos es un hombre honrado.

Ahora bien, no todo depende de lo que puede ser el Presidente pero, de que puede hacer mucho más es algo que también está claro. Potestad tiene para desmontar el bloqueo de a poco, excepto cuatro limitaciones codificadas en ley: la prohibición a subsidiarias de Estados Unidos en terceros países a comerciar bienes con Cuba; la prohibición de realizar transacciones con propiedades norteamericanas que fueron nacionalizadas en la isla; el impedimento a los ciudadanos estadounidenses de viajar hasta aquí con fines turísticos y la obligación a pagar en efectivo y por adelantado por las compras de productos agrícolas por parte de Cuba en mercados del vecino norteño. De ahí en fuera, lo que el presidente firme.

Es, de hecho, lo que ha venido haciendo con los paquetes de medidas que han flexibilizado la aplicación del bloqueo pero que, por su relativo alcance, aún no se traducen en mejoras ostensibles de las relaciones comerciales para ninguna de las dos partes.

Más allá del panorama  que se vive hoy mismo, lo que realmente me preocupa es el nuevo escenario en su conjunto: Estados Unidos no como el antagonista irreconciliable, sino como el buen vecino que te tiende la mano y que, de paso, como quien no quiere las cosas, te transmite sigilosamente su sistema de “valores”.

Quiero creer —y esto lo digo quizás para consolarme— que estábamos preparados para lidiar con el imperio más grande que haya existido jamás en el mundo en un plano de confrontación y que también lo estaremos para lidiar con él del lado de acá de la valla.

“Nos vemos en La Habana”, dijo Obama al confirmar su visita a Cuba y lo que parecía  una quimera años atrás ya se cumplió. También ya hoy 22 de marzo se va y aquí quiero referirme a otra frase que escuché: “Bueno, ya el hombre llegó y también ya se va, pero… ahora qué”.

Y es verdad, ahora como quedo yo, o mejor como quedamos todos los cubanos de aquí y los de allá. Como quedan las relaciones, ¿en verdad tendremos mejores condiciones de vida fuera de la hostilidad y el engaño y llenas de simpatía, amabilidad y desarrollo mutuo?

Por lo menos el viaje del mandatario sacó la gente para la calle y aunque no andan buscándole la quinta pata al gato sí enuncian que la vida cambia, antes, éramos enemigos acérrimos y ahora, ¿vecinos amigables?

Al menos eso dice una señora, que me esperó el otro día para preguntarme lo que, hasta hoy, la tiene atormentada: “Ven acá periodista, si ya tenemos relaciones diplomáticas, si no hacemos tribunas abiertas para reclamarles a los americanos, ¿cómo se le dirá ahora: excelentísimo señor o compañero Obama?”.