¡Qué fecundación borrando las innumerables frustraciones, las humillaciones indecibles, las minuciosas pesadillas! Comenzaban entonces otros combates; pero desde entonces el devenir tiene raíz, coherencia, identidad. La sangre ha sido aceptada, el sol de los vivos y los muertos brilla exigente en el centro de todo. «Y todo lo que parecía imposible, fue posible»
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La patria, que estaba en los textos, en los atisbos de los poetas, en la pasión de los fundadores, súbitamente encarnó con una hermosura terrible, avasalladora, el primero de enero de 1959. La teníamos delante de los ojos, viva en hombres inmediatos e increíbles que habían realizado en las montañas y en los llanos aquello que estaba profetizado, lo que fue el sueño de tantos héroes, la obsesión de tantos solitarios. ¿Qué fuerza, qué deidad es ésta, insaciable en el holocausto que exige mientras su deseo radical no es satisfecho? Parece que sentimos en la historia el hambre de la tierra. Que los valles suavísimos y los montes augustos y las playas salvajes o paradisíacas tienen una voz que arrasa las generaciones con su reclamo. Libertad, justicia, ser, es lo que pide la tierra, lo que la historia no puede darle sino a costa de sangre. Porque no hay otro secreto, ni aquellos hombres barbados como patriarcas o agrestes pajes de un fabuloso reino americano tenían otro fundamento que la necesidad, generosamente oída sobre todo por los humildes, de regar la tierra con la sangre inocente, para fecundar la historia y encender su sol.
Y entonces llegó, con el día glorioso, con el primero de enero en que un rayo de justicia cayó sobre todos para desnudarnos, para poner a cada uno en su exacto sitio moral, la confrontación de los fragmentos de la realidad, que andaba rota y dispersa, a más de deshonrada: por lo tanto absurda, o enloquecida, o yerta. En un pestañear se rehizo la verdad, que estaba deshecha, en agonía o sepultada. La verdad, la realidad poética, la sobreabundancia del ethos desbordando las pesadillas de las puertas del infierno. Y dijimos, maravillados:
Aquél que parecía un sastrecillo de vivir modesto era un incalculable héroe: aquélla que lloraba, ahora enseña gozosa sus estigmas; aquél que se creía poeta comprende que el poeta era el otro que no hacía versos, o los hacía rudos; los poemas más exquisitos parecen una vulgaridad insoportable junto a las palabras de éste que no sabía escribir sino sangrar; y el pintor se ve bien que era el que, sin arte ni pincel, dibujó en la noche el rostro de la patria.
¡Qué confusión enorme, qué despertar necesario, qué enfrentamiento sin contemplaciones con uno mismo!
Ese año será el más hermoso, el decisivo de nuestra vida, porque vimos un reflejo cierto y real de «la hora del deseo y de la satisfacción esenciales». ¿Podíamos imaginar siquiera semejante honor? ¡Cuántas lecciones de un golpe! Ese honor lo traía, en la mano armada pero sin ira, un campesino. Un ejército de campesinos entró en la ciudad para encarnar la palabra en la tierra, lo invisible en lo visible, la poesía en la historia. Y el héroe nuestro, decíamos, ciegos de dolor y de vergüenza, no puede entrar en «la capital del crimen»: hay como una interdicción sagrada. Era la imagen de Martí cayendo eternamente ante el sol de Dos Ríos, poco después de pronunciar aquellas palabras: «y llegaremos victoriosos hasta las puertas de la capital del crimen…». Por otra parte la Isla en el horizonte, deseo de ventura inmemorial, era constitutivamente lejana, inalcanzable: ¿cómo alcanzar la lejanía? Ahí estaba el testimonio de nuestros poetas. Y era verdad, pero olvidábamos que todo límite puede ser trascendido para engendrar una nueva tradición, lo que también había sido anunciado por ellos. Y vimos cómo la capital se volcaba para cumplir el recibimiento que parecía definitivamente frustrado, y cómo los héroes, los sacros campesinos, el ejército más hermoso del mundo, entraba lenta, gozosa, profundamente durante todo el día y una noche de solemne hartazgo, en la ciudad. ¡Qué fecundación borrando las innumerables frustraciones, las humillaciones indecibles, las minuciosas pesadillas! Comenzaban entonces otros combates; pero desde entonces el devenir tiene raíz, coherencia, identidad. La sangre ha sido aceptada, el sol de los vivos y los muertos brilla exigente en el centro de todo. «Y todo lo que parecía imposible, fue posible». (Fragmento de Ese Sol del Mundo Moral / Tomado de Granma)