Por: Rafael Novoa Pupo
El 11 de mayo de 1873 cayó en combate en los potreros de Jimaguayú, el Mayor General del Ejército Libertador Ignacio Agramonte y Loynaz, quién marchaba al frente de la legendaria caballería camagüeyana que comandaba. Sólo tenía 31 años.
Agramonte había nacido en la ciudad de Santa María del Puerto del Príncipe el 23 de diciembre de 1841 en el seno de una familia de abolengo, culta y librepensadora, que le había asegurado educación esmerada, y la formación de recios valores morales.
El día de su caída había recibido noticias en la madrugada sobre la presencia enemiga en los contornos de Cachaza en los llanos de Camagüey.
En medio del combate, una bala enemiga le penetró en la sien derecha y le causó la muerte inmediata. Su cadáver cayó en manos del enemigo, quien lo profanó y terminó por incinerar y hacer desaparecer sus restos, en un intento vano de borrar su ejemplo y de acabar con la moral de combate, y la campaña libertaria.
Su muerte causó gran dolor y conmoción en las huestes mambisas, porque a pesar de su juventud, la trayectoria del Mayor en el momento de su partida física, ya era brillante.
En el acto del centenario por la caída en combate de Agramonte, el máximo líder de la Revolución Cubana Fidel Castro expresó: “Cruzando de un lado al otro del potrero para darle instrucciones a la caballería, se encuentra de repente con una compañía española; que sin ser descubierta todavía, había penetrado en el potrero de Jimaguayú, protegiéndose en las altísimas hierbas de guinea. En esa circunstancias, de una forma inesperada, Agramonte acompañado solo de 4 hombres de su escolta, se ve de repente en medio de aquella compañía española y muere en aquella acción por una bala que le atraviesa la sien derecha”.
Ignacio Agramonte y Loynaz, El Mayor, estuvo a la altura de los más valientes y preclaros hombres de su tiempo.