Por: Rafael Novoa Pupo
El fusilamiento de los ocho estudiantes de Medicina el 27 de noviembre de 1871 ha sido uno de los episodios más luctuosos de la historia cubana.
Acusados falsamente de haber profanado la tumba de un periodista español enemigo de la independencia, la virtual insurrección del Cuerpo de Voluntarios en La Habana, defensores de la dominación hispana, obtuvo la aquiescencia de las autoridades colonialistas, para someter a juicio a toda una clase de estudiantes, de esa carrera.
Varios fueron condenados a prisión, y ocho, escogidos al azar, a ser fusilados. Uno de ellos ni siquiera se hallaba en la capital del país el día de la supuesta irreverencia de haber rayado el cristal de aquella tumba.
Martí conoció del atroz suceso en Madrid, donde se hallaba entonces en condición de deportado, pero los detalles minuciosos le llegaron por boca de su amigo de la infancia, Fermín Valdés Domínguez, quien fue uno de los penalizados a seis años de prisión, y llegado en 1872 a España como desterrado.
De aquellos relatos tristes surgió un largo poema titulado “A mis hermanos muertos el 27 de noviembre de 1871”, un apasionado canto patriótico en el que el joven estudiante universitario recoge el diálogo entre los dos amigos y reafirma su patriotismo, al decir: “Cuando se muere en brazos de la patria agradecida, la muerte acaba, la prisión se rompe, empieza al fin, con el morir la vida”.
Con motivo del primer aniversario del monstruoso crimen, una hoja impresa circuló por Madrid, escrita por Martí y firmada por Fermín y otro compatriota, en la que resalta la altura moral de los fusilados: «Nadie se ha despedido con más grandeza que ellos de la vida». También denuncia la injusticia cometida: «Han muerto; aunque presumimos que viven más desde que murieron. Han muerto, y fue su desaparición de entre nosotros olvido de justicia y de honor».
En ese documento Martí saca dos lecciones de aquel hecho: «…la persistencia en América del alma inmutable de la conquista española» y la capacidad del alma cubana «para alzarse, sublime, a la hora del sacrificio, y morir sin temblar en el holocausto de la patria».
Años después, inmerso ya en la preparación de la guerra libertadora, Martí dedica dos textos breves en su periódico Patria a recordar la muerte de los estudiantes de Medicina. En el primero, publicado el 28 de noviembre de 1893, escribió: «El día sangriento en que una tumba rifó la vida y gozó la muerte de los ocho estudiantes de la Universidad de La Habana.
Y culmina su idea de este modo: «Por eso es tristemente famoso: porque en él, a la claridad de los tiempos modernos, se expresó el alma rencorosa y cruel de España en América.»
Su rechazo a la brutal acción del colonialismo no le impide reconocer a Federico Capdevila, el militar defensor de los juzgados, como «un hombre de honor; el generoso Capdevila, que donde haya españoles verdaderos, tendrá asiento mayor, y donde haya cubanos».
El año siguiente, en texto aparecido el 24 de noviembre también en Patria, recuerda al que califica como «el día doloroso de la revolución cubana» y, sin decir su nombre, menciona al «hombre leal», «que arrancó a los matadores la confesión del crimen y el respeto a las víctimas sacrificadas». Aludía así al libro titulado El 27 de noviembre de 1871, de Fermín Valdés Domínguez, a quien ya desde 1887 había denominado «el vengador de los estudiantes por ese texto escrito a sollozos, mas sin ira».
Como siempre ante el horror colonialista, Martí, el patriota, se conmueve ante el crimen cometido con aquellos inocentes muchachos, desde la altura moral de quien nunca se dejó dominar por odio alguno. (Con información de Periódico 5 de septiembre y Ecured).