25 de marzo: 128 años del Manifiesto de Montecristi

El 25 de marzo de 1895, el Delegado del Partido Revolucionario Cubano, José Martí, y el General en Jefe del Ejército Libertador, Máximo Gómez, firmaron en la localidad de Montecristi, República Dominicana, el documento titulado “El Partido Revolucionario Cubano a Cuba”, conocido como “Manifiesto de Montecristi”

Por: Rafael Novoa Pupo

Cuando José Martí y Máximo Gómez firmaron el Manifiesto de Montecristi, en República Dominicana, el 25 de marzo de 1895, se estaban fundamentando las ideas esenciales en que se basaría el programa para llevar a vías de hecho la Guerra Necesaria, lo que equivale a decir, documentar la rebelión armada contra el dominio español en Cuba.

El Manifiesto de Montecristi es un documento histórico acreditado al Partido Revolucionario Cubano y su denominación obedece a que fue firmado en la localidad del mismo nombre por José Martí y Máximo Gómez, cuando ya se habían roto las hostilidades y los cubanos se encontraban en pie de lucha en la manigua redentora.

El texto programático reiteraba la concepción martiana de “guerra de pensamiento”, entendida no como tentativa caprichosa de grupos, camarillas o personalidades. La experiencia de las contiendas libertadoras pasadas y de la historia del movimiento independentista en “nuestra América”, le llevó a la convicción de la necesidad de alejarse del espíritu nefasto de quienes procuraran fundar una república como las “feudales o teóricas” de América Latina que habían cometido el “error de ajustar sus realidades a los moldes extranjeros ajenos”.

El ideólogo de la Revolución ratificaba que se trataba de una nueva etapa de lucha que superara “la época de acomodo, ya vencida, entre los componentes heterogéneos de la nación cubana”. Entre las declaraciones de principio se encontraba la noción de “guerra sin odios”. La contienda armada no era contra el español, sino contra el colonialismo peninsular: “los cubanos empezamos la guerra, y los cubanos y los españoles la terminaremos”. Tampoco era una “guerra de razas” como la mostraba la propaganda proespañola: “solo los que odian al negro ven en el negro odio”.

El Manifiesto concluía con una declaratoria de evidente signo latinoamericanista y antimperialista, al precisar los objetivos internacionales de la guerra necesaria: “La guerra de independencia de Cuba, nudo del haz de islas donde se ha de cruzar, en el plazo de pocos años, el comercio de los continentes, es suceso de gran alcance humano, y servicio oportuno que el heroísmo juicioso de las Antillas presta a la firmeza y trato justo de las naciones americanas y al equilibrio aún vacilante del mundo”.

Tres días después de redactado el Manifiesto, Martí envió a Nueva York instrucciones precisas relacionadas con su distribución. El Manifiesto, impreso en diez mil ejemplares o más, debía ser enviado a la prensa y a los gobiernos latinoamericanos. Y en cuanto a su distribución en Cuba, se requería que llegara principalmente a manos de los españoles. Toda una obra de pensamiento signada por la unidad, la ética y la defensa de los principios revolucionarios.

El propio Martí, al referirse a su redacción, le escribiría con posterioridad a Gonzalo de Quesada y Benjamín Guerra: “Del Manifiesto (…) luego de escrito no ocurrió en él un solo cambio (…) sus ideas envuelven, (…) aunque proviniendo de diversos campos de experiencias, el concepto actual del General Gómez y el Delegado”.

Definía Martí, en el Manifiesto: “La revolución con su carga de mártires y de guerreros subordinados y generosos, desmiente indignada, como desmiente la larga prueba de la emigración, y de la tregua en la Isla, la tacha de amenaza de la raza negra con que se quisiese inicuamente levantar por los beneficiarios del régimen de España, el miedo a la revolución”.

El Manifiesto lanza al mundo la conformación de una república moral en América, “y la creación de un archipiélago libre donde las naciones respetuosas derramen las riquezas que a su paso han de caer sobre el crucero del mundo”. En fin, la idea martiana de una guerra generosa y breve, digna del respeto de sus enemigos y del apoyo de los pueblos.

Escribió el Apóstol en el Manifiesto de Montecristi: “La guerra de independencia de Cuba, nudo del haz de islas donde se ha de cruzar, en el plazo de pocos años, el comercio de los continentes, es suceso de largo alcance humano, y servicio oportuno que el heroísmo juicioso de las Antillas presta a la firmezas y trato justo de las naciones americanas, y al equilibrio aún vacilante del mundo”.