Raúl Ferrer Pérez, maestro y poeta cubano

Raúl Ferrer Pérez. Foto: Archivo.
Raúl Ferrer Pérez. Foto: Archivo.

El 4 de mayo de 1915 nace el educador y poeta Raúl Ferrer Pérez en Meneses, Yaguajay, provincia de Sancti Spíritus

Tanto los que lo conocieron como los que no, justo al oír el nombre de Raúl Ferrer, lo evocan con mucho respeto, porque el maestro fue un ser humano portador de extraordinario humanismo y sensibilidad.

Solo un hombre de tales virtudes puso acometer las obras que defendió en su consagrada vida a la enseñanza, la lectura y la literatura.

Nació el 4 de mayo de 1915 en Meneses, aunque su inscripción de nacimiento consta del 1 de julio.

Su niñez transcurrió en el poblado de Yaguajay. A los 13 años fue enviado por su padre a Caibarién para que continuara sus estudios, en esta etapa ocurren hechos significativos en su vida pues rompe con sus concepciones religiosas, tiene contacto con los bohemios, intelectuales y gente diversa, comienza su noviazgo con Raquel, y también tiene el primer encuentro con las ideas marxistas a través de su futuro suegro.

El año 28 fue decisivo en la formación de la personalidad y la actitud ante la vida del también poeta, porque tuvo por primera vez contacto con la filosofía que abrazaría hasta su muerte: el marxiano.

Su descubrimiento de la poesía le llegó gracias a su abuelo Eufemio; luego fue influenciado por los clásicos de la literatura universal, y son los temas asociados a la escuela, la enseñanza, «los pobres de la tierra» y el amor, los que pueblan su inicial producción poética.

Con sustancial tesón se prepara de forma autodidacta como maestro y como tal se gradúa, y en septiembre de 1937 comienza a trabajar en la escuelita del batey del central Narcisa, antigua provincia de Las Villas, como Maestro Cívico Rural.

Aquí protagoniza Raúl Ferrer una anécdota que no por conocida debe dejar de rememorarse; a esta escuelita llegó acompañado del maestro del cuento en Cuba: Onelio Jorge Cardoso, que tenía igual propósito, y el primer día de clases se da cuenta, en medio de su nerviosismo y entusiasmo, que la mayoría de los niños que serían sus alumnos no habían asistido porque no tenían zapatos, por lo que en gesto de inmensa solidaridad y ternura decide que todos en su aula darían las clases descalzos, empezando por él.

En esta época realiza una parte importante de su obra poética, y tres años después organiza la Federación Nacional de Maestros.

Al ganar en 1953 un aula por oposición en La Habana, emprende una ardua tarea como dirigente del magisterio en niveles progresivos en defensa de la escuela pública.

Después del triunfo de la Revolución, desempeña un papel de primer orden en la Campaña de Alfabetización y luego en la Dirección de Educación para Adultos, hasta ocupar la responsabilidad de viceministro.

En 1981 fue designado Consejero Cultural en la Embajada Cubana en la URSS, y a su regreso a la isla, lidera la Comisión Nacional del Programa de Fomento de los Hábitos de Lectura y Promoción del Libro, que desplegó la Campaña Nacional por la Lectura que se inauguró el 28 de enero de 1985, antecedente del Programa Nacional por la Lectura, hasta hoy vigente.

A partir de 1985, es artífice de la Campaña Nacional por la Lectura, cuya convocatoria se basó en un pensamiento del Comandante en Jefe Fidel Castro: «No le decimos al pueblo cree; le decimos: lee.»

Según datos aportados por el periodista Enrique Ojito, al fallecer el 12 de enero de 1993, Ferrer Pérez dejó inconclusa una antología de autores cubanos que se inspiraron en el halo heroico de José Martí.”.

Su herencia es grandiosa y genuina; en primer lugar, por haber sido un maestro en la correcta y exacta acepción del vocablo y en seguro término, por formar fila junto a cubanos imprescindibles en la historia de la educación y la cultura nacionales de la etapa revolucionaria como Armando Hart, y Eusebio Leal, entre otros, figuras que alejados de esquematismos y ortodoxias anticulturales supieron vislumbrar las esencias necesarias para la educación del pueblo.

No hay mejor homenaje al maestro Raúl Ferrer que recordar su obra lírica reflejo de sus pensamientos y de sus sentimientos más hondos y que mantiene aún una pasmosa vigencia, pues hoy sobreviven los prejuicios, valoraciones superficiales y apuestas por las apariencias en detrimento de las verdaderas y valederas virtudes humanas.

Un vecino del ingenio / dice que Dorita es mala./ Para probarlo me cuenta/ que es arisca y malcriada/ y que cien veces al día/ todo el batey la regaña.

Que a la hija de un colono/ le dio ayer una pedrada,/ y que a la del mayoral / le puso roja la cara/ quién sabe con qué razones/ por nosotros ignoradas.

Que si la visten de limpio/ al poco rato su bata/ está rota o está sucia,/ que anda siempre despeinada,/ que no estudia la lección/ y nunca sabe la tabla.

Que el sábado y el domingo/ se pierde en las guardarrayas/ persiguiendo tomeguines/ y recogiendo guayabas.

Y yo pregunto: – Vecino,/ vecino de mala entraña,/ ¿quién puede decir que sea/ por eso mi niña mala?

Si hubieras visto lo íntimo/ de su vida y de su alma/ como lo ha visto el maestro,/ ¡qué diferente pensaras!…

Verdad que siempre está ausente,/ pero si viene, no falta/ entre sus manitas breves/ un ramo de rosas blancas/ para poner al Martí/ que tengo a mitad del aula.

Con quien no tenga merienda/ parte a gusto su naranja;/ si cantamos al salir/ se oye su voz la más alta,/ su voz que es limpia y alegre/ como arpegio de guitarra.

Y cuando explico Aritmética/ le resulta tan abstracta/ que de flores y banderas / me llena toda la página.

Y prefiere en los recreos,/ cuando juegan a las casas,/ jugar con Luisa: la única/ niña negra de mi aula.

A veces le llama: -Luisa,/ y a veces le dice: ¡Hermana!

Y cuentan los que la vieron/ que en aquella tarde amarga/ en que no vino el maestro,/ ¡era la que más lloraba!

Cuando se premie el cariño/ y lo rebelde del alma,/ cuando se entienda la risa/ y se le cante a la gracia.

Cuando la justicia rompa/ entre mi pueblo su marcha/ y el tierno botón de un niño/ sea una flor en la esperanza.

Habrá que poner al pecho/ de mi niña una medalla/ aunque el batey, malicioso,/ me le dé tan mala fama,/ y tú ―mi pobre vecino― / no entiendas una palabra.

(Con información de Unión de Escritores y Artistas de Cuba, Yaguajay, Agencia Cubana de Noticias y Portal Cubarte).