El 11 de mayo de 1873 cayó en los potreros de Jimaguayú Ignacio Agramonte Loynaz, «El Mayor», el Bayardo del Camagüey, el patriota inmaculado
Por: Rafael Novoa Pupo
El 11 de mayo de 1873 cayó en combate, demasiado temprano para él y para la Revolución, el mayor del Ejército Libertador Ignacio Agramonte y Loynaz, al frente de la legendaria caballería camagüeyana que comandaba, en los potreros hoy sagrados de Jimaguayú.
Sólo 31 años tenía aquel primer soldado, nacido en la ciudad de Puerto Príncipe del Camagüey el 23 de diciembre de 1841, en el seno de una familia de abolengo, culta y librepensadora, que le había asegurado educación esmerada y la formación de recios valores morales.
Estudió Derecho y en 1867 egresó de la carrera jurídica, en la Universidad de La Habana. Desde los primeros años de estudiante se sintió atraído por las ideas independentistas y se integró en los grupos que desde los claustros defendían y luchaban por la libertad de Cuba.
Logró establecer una sólida base de operaciones en Camagüey, y prestó especial atención a la preparación militar y general de los jefes y oficiales, para lo cual creó escuelas militares como la de Jimaguayú.
A pesar de su formación estrictamente académica, en 1868 se unió a las fuerzas de Carlos Manuel de Céspedes en la insurrección de La Demajagua y se encargó de dirigir a los rebeldes en la provincia de Camagüey. Más tarde desempeñó el cargo de comandante de las fuerzas revolucionarias.
El primero de agosto de 1868 contrajo matrimonio con Amalia Simoni, en la iglesia de Nuestra Señora de la Soledad. De esta unión nacen sus dos hijos: Ernesto, nacido en la manigua, y Herminia, a la que no llegó a conocer.
Con su esposa vivió una hermosa e intensa historia de amor. En una de sus cartas le expresa el cariño hacia ella y sus hijos: «Idolatrada esposa mía: Mi pensamiento más constante en medio de tantos afanes es el de tu amor y el de mis hijos. Pensando en ti, bien mío, paso mis horas mejores, y toda mi dicha futura la cifro en volver a tu lado después de libre Cuba».
El 27 de diciembre de 1868 fue delegado a la Asamblea constituyente de Guáimaro. En la reunión se dictó la primera ley cubana de abolición de la esclavitud que redactó y firmó Agramonte. Aunque sólo tuvo vigencia en los territorios dominados por los revolucionarios, fue un significativo antecedente que obligó a España a poner en vigor la ley que liberaba a los esclavos menores de 11 años y mayores de 60.
La ley Moret (nombre del político liberal que la impulsó, Segismundo Moret) tuvo pocos efectos, pero las dos leyes, tanto la cubana como la española, marcaron el principio del fin de la esclavitud.
Participó en las labores conspirativas que condujeron al alzamiento de los camagüeyanos, el 4 de noviembre de 1868, en el paso del río «Las Clavellinas», en el que no participó, pues debía permanecer en la ciudad organizando el aseguramiento logístico de los alzados, a quienes se sumó el día 11 en el ingenio «El Oriente», cerca de Sibanicú; las tropas camagüeyanas estaban lideradas por Salvador Cisneros Betancourt.
Por encargo de la Asamblea, redactó la primera constitución de la República de Cuba, en febrero de 1869. Luego, con una república recién estrenada y muchos intereses contrapuestos entre sus dirigentes, surgieron diferentes puntos de vista que conllevaron a enfrentamientos, por lo que diferencias surgidas con Carlos Manuel de Céspedes le obligaron a renunciar al cargo.
Tiempo después volvió a los campos de batalla para luchar por la libertad de su compañero Manuel Sanguily, que había caído prisionero en manos de las tropas españolas.
Dicen que sobre este hecho Agramonte comentó: «Salí con ellos logrando alcanzar al enemigo en la finca de Antonio Torres, cargué por la retaguardia el arma blanca y los nuestros sin vacilar ante el número ni ante la persistencia del enemigo, se arrojaron impetuosamente sobre él, lo derrotaron y recuperamos al Brigadier Sanguily y cinco prisioneros más. Nuestra persecución le siguió a larga distancia hasta dispersarle por completo. El enemigo dejó once cadáveres. (…) Mis soldados no pelearon como hombres: ¡Lucharon como fieras! ».
A partir de ese momento fueron numerosos los encuentros, dicen que peleó en más de 100 combates. Cuentan que en la madrugada del 11 de mayo de 1873 llegan noticias de la presencia del enemigo en Santana de Cachaza. El Mayor ordena a su tropa atraer esa fuerza al Potrero de Jimaguayú, 32 kilómetros al suroeste de la ciudad de Camagüey. Pero al entrar las fuerzas españolas, no mordieron el anzuelo.
Agramonte se percata de ello y se separa de la caballería para dar órdenes precisas a la infantería, que debía atraer al enemigo al fondo del potrero. Así de repente, como si hubiera concebido un nuevo plan, parte con su escolta rumbo al vado que permitía cruzar la corriente del arroyo Basulto; ordena regresar a los demás, con la pretensión de cruzar el potrero y unirse a la caballería; y dice: «Voy a dejar que se entable la acción con los infantes y pronto nos veremos en Guayabo».
En ese momento, una fuerza española de avanzada, que se había ocultado en el arroyo, lo sorprende y lo hiere mortalmente de un balazo en la sien derecha, y su cuerpo cae entre una hierba muy alta. Esto crea una gran confusión porque sus hombres ya no reciben más órdenes. Henry Reeve decide retirarse de Jimaguayú. Ordena a Serafín Sánchez que con su compañía busque el cadáver de Agramonte y después se retire a Guanábana, pero el cuerpo no aparece, pues se lo habían llevado los españoles.
Al día siguiente llevan el cadáver a una plaza situada frente al hospital; el Padre Olallo, desafiando a los soldados españoles, solicita conducirlo en camilla hasta el Hospital de San Juan de Dios, donde lavó sus restos mortales y rezó ante el cadáver. Pero el cuerpo es incinerado con leña y petróleo, y sus cenizas dispersadas, en un intento de borrar su ejemplo, lo cual no lograron pues quedó en el corazón de quienes le conocieron, y con su sobrenombre de El Mayor trascendió para siempre como parte inquebrantable de nuestra historia.
Años más tarde, el 24 de febrero de 1912, en el principal parque de la ciudad de Camagüey, antes Puerto Príncipe, se develó una estatua ecuestre de Agramonte, hecha por colecta popular. Cuentan que el monumento estaba envuelto en una enorme bandera cubana. Su esposa fue la encargada de tirar del cordón que anudaba la bandera, entonces, Amalia al ver la estatua se desmaya, tanto era el parecido! Más allá del tiempo y de la muerte, estaba allí su amado Ignacio.
Enrique Collazo, coronel del Ejército Libertador, quien conoció personalmente al Mayor, expresó: «El trabajo que tenía que emprender era inmenso y solo un hombre con sus condiciones podría llevarlo a cabo, por fortuna el que debía hacerlo era Agramonte; al joven de carácter violento y apasionado, lo sustituyó el general severo, justo, cuidadoso y amante de su tropa; moralizó con la palabra y con la práctica, fue maestro y modelo de sus subordinados y formó la base de un ejército disciplinado y entusiasta».
Así era Ignacio Agramonte, el gran héroe y el joven de su tiempo, que supo dar muestras de creatividad y autosuperación cuando las circunstancias lo reclamaron. Igual deber al que se sienten impelidos los jóvenes de hoy. (Con información de Agencia Cubana de Noticias y Tribuna de La Habana Cubahora).