Cuando los deportistas cubanos dicen que en Lima van por más no exponen una pretensión referida a los resultados, sino la de combatir en esa emulación pacífica que es la competencia deportiva con lo que tienen como aval y poner el extra
Por: Oscar Sánchez Serra
A un mes de que se inicien en Lima los XVIII Juegos Panamericanos retomo e invito a recorrer un concepto, cual homenaje a quien lo expresó hace ya ocho años, justo cuando como ahora una comitiva deportiva se alistaba para una cita similar en Guadalajara. Ante la presión en el medallero de Brasil, Canadá y la entonces sede, México, José Ramón Fernández, sí, el Gallego, dijo: «no tenemos un pronóstico, tenemos un propósito».
Un vaticinio allí no apuntaría al segundo lugar que finalmente alcanzaron los atletas de la Mayor de las Antillas. Propósitos y pronósticos ni son iguales ni se parecen. El primero, a diferencia del segundo, tiene poco que ver con señales previas, condiciones, cualidades técnicas o tácticas de un competidor, avales, circunstancias de logísticas o ventajas económicas que están detrás de un resultado deportivo; un propósito tiene su soporte en la voluntad de lograr una meta por difícil que sea. La Revolución Cubana, que gestó y le dio al mundo el poderoso movimiento deportivo del cual se precia esta Isla es la prueba más fehaciente.
Se quedó casi sin médicos y se convirtió en una potencia de salud para sus nacionales y el mundo; se propuso un país de hombres de ciencia y muestra hoy un valladar científico; heredó el analfabetismo que asesina a los pueblos y es reconocida entre las naciones de más valores en la educación a nivel mundial; y ha destrozado todos los pronósticos de politólogos y trasnochados profetas que predestinaron que ante el genocida bloqueo económico, comercial y financiero de la más poderosa potencia imperial que ha conocido la historia de la humanidad, con sus leyes extraterritoriales, mentiras y agresiones de todo tipo, que la Revolución no resistiría. La historia ha demostrado cuánto pesa el propósito de los hijos de un pueblo empeñado en vencer y desarrollarse.
Cuando los deportistas cubanos dicen que en Lima van por más no exponen una pretensión referida a los resultados, sino la de combatir en esa emulación pacífica que es la competencia deportiva con lo que tienen como aval y poner el extra. Se trata de salir, como lo hacía Yipsi Moreno, a la jaula del lanzamiento de martillo, como leona, sin importar cuál sería el resultado, solo que el implemento cayera más lejos; Anier García, en los 110 con vallas en Sydney-2000; Driulis González en el judo de los olímpicos de Atlanta-1996, ante una seria lesión cervical; Ana Fidelia Quirot en los mundiales de 1995 y 1997, con sus dos medallas de oro sobre la heroica andadura que era su cuerpo con las cicatrices de las quemaduras, o como las voleibolistas cubanas en el 2000 que derribaron a un fuerte elenco ruso para ceñirse su tercera corona olímpica consecutiva.
Esas hazañas no respondían a un pronóstico, fueron obra del propósito de las heroínas y héroes, y de sus entrenadores, de quienes Fidel sacó su imprescindible texto Para el honor medalla de oro, el 24 de agosto de 2008. De ese honor se habla cuando se exclama vamos por más.
La exigencia es ir sobre las 36 medallas de oro o por un puesto encima del cuarto en la tabla de medallas, incluso por las dos cotas, con lo cual se superaría la actuación de Toronto-2015, aunque sean ambas bien difíciles de alcanzar. Ya sabemos por el análisis de los especialistas del Inder que Brasil cuenta con 20 deportes con opciones de títulos, mientras Canadá tiene en 14, y México, Colombia y Cuba en 13; que la delegación cubana no estará en 149 de las 419 discusiones de medalla, y que las posibilidades identificadas de triunfo son de 44 cetros, lo cual obliga a una efectividad de esos candidatos por arriba del 80 % en cada final.
Es otro reto que pasa por el altísimo compromiso de los deportistas con su pueblo, y que a nuestro juicio pudiera saldarse con una cosecha de 39 metales dorados. Según el director de Alto Rendimiento del Inder, José A. Miranda, en la Mesa Redonda del pasado día 11, la calculadora de los más entendidos se acercaba a esa cifra.
Andre Kolechkine, belga, pero de corazón cubano, quien introdujo el judo en nuestro país, les decía a sus alumnos: «Para ver paisajes bonitos hay que subir montañas muy altas». Las de Lima son tan empinadas como las de Machu Picchu, por eso hay que escalarlas con las mejores armas: el propósito y la voluntad de ver el valle. (Tomado de Granma)