Por: María Elena Álvarez Ponce
De cumpleaños está el Palacio Central de Pioneros “Ernesto Guevara”. Son 40 julios los que festeja, sin pompa ni ruido, pero, eso sí, con el reconocimiento a sus trabajadores -en especial los fundadores y los más destacados- y a organismos, instituciones y otros colaboradores decisivos para su quehacer.
De cumpleaños también está, en este julio de alegría, juegos y paseos -de vacaciones ya la muchachada-, “La Edad de Oro”, esa maravilla de revista fundada y escrita por José Martí para cualquiera con alma de niño y que acude a mi mente cada vez que pienso en el “Ernesto Guevara”.
Y es que ese palacio parece salido de las páginas de la archiconocida publicación. Sus narraciones parecen cobrar vida allí, sobre todo las que hablan a los chicos de construcciones, máquinas, industrias, de cómo se hace esto y se produce lo otro, de los prodigios del esfuerzo humano y de su ingenio, de profesiones, oficios y de qué ser cuando grande.
Convencida estoy de que, martiano hasta el tuétano como fue siempre, Fidel leyó un montón de veces “La Edad de Oro”, y que muy presente la tuvo al concebir los palacios de pioneros y, en particular, el “Ernesto Guevara”, por él inaugurado el 15 de julio de 1979 -tercer domingo de ese mes y, por tal razón, Día de los Niños en Cuba-, 90 años después de ver la luz el primer número de aquella revista mensual de recreo e instrucción.
Es por eso, que para celebrarle el cumpleaños tiempo habrá, no solo hoy, sino también el próximo domingo, cuando este palacio del saber y la virtud, las vocaciones, los sueños y el talento, abra sus puertas a la fiesta grande por el Día de los Niños.
Valgan una y otra ocasión para agradecer, la idea del Comandante, la obra de un pueblo en Revolución y la voluntad y el esfuerzo de cuantos en estos 40 años han mantenido viva la idea y firme la obra, a pesar de las vicisitudes y los tropiezos, con la luz larga de quienes saben que el futuro se construye desde el presente.
Ni en los más duros años del Periodo Especial, el “Ernesto Guevara” cerró. Lejos de amilanarse o sentarse a esperar tiempos mejores, su colectivo hizo como Mahoma y, si la falta de combustible y otras penurias forzaban a reducir la matrícula, los instructores se fueron a los municipios, a la comunidad, a multiplicar el Palacio en cada escuela.
Dicen que la necesidad hace parir hijos machos, y las ideas nacidas de la resistencia y la lucha tienen la fortaleza de los robles.
Centro de referencia para la labor de formación vocacional y orientación profesional entre las instituciones de su tipo en Cuba, el Palacio fue pionero en la experiencia de integrar -tal como sucede en la vida real, en la producción, los servicios, la sociedad toda- especialidades hasta entonces independientes en el proceso de enseñanza-aprendizaje.
Unificar, por ejemplo, las especialidades de derivados de la caña de azúcar, papel y encuadernación ha permitido que, al final del curso vocacional, el pionero sepa todo acerca de cómo se hace un libro. De este modo, aprende mucho más que con el modelo tradicional de círculo de interés, y amplía su contacto con el vasto mundo de las profesiones y los oficios.
El gran reto, en lo adelante, es consolidar tan paciente y valioso trabajo y, sobre todo, continuar avanzando en busca de un desarrollo cada vez mayor de aptitudes, conocimientos y habilidades en los infantes y adolescentes, y de esa indispensable sintonía entre las motivaciones y los intereses personales y las prioridades e, incluso, las posibilidades reales del país.
La vocación se forma, se enrumba y, ¡claro que hay que alentar los sueños, pero con los pies en la tierra!, especialmente porque ¿quién de niño no jugó a ser ese maestro, constructor, enfermero, policía o mecánico que faltan ahora mismo y que la construcción de un futuro más próspero demanda?
De nuevo, por estos 40 años y los que vendrán, ¡Felicidades, Palacio Central de Pioneros!, ¡Mil veces gracias, Comandante!. (Agencia Cubana de Noticias)