Por: José Rafael Gómez Reguera
Cada 27 de noviembre, Cuba recuerda el vil asesinato de los ocho estudiantes de Medicina en La Habana. Fue un fusilamiento tras un rápido proceso disfrazado de legalidad pero que en verdad emanaba odio por todos sus poros. Los voluntarios españoles no podían perdonar las ansias de libertad que cuajaban en el pueblo cubano. Los estudiantes asesinados es la mejor prueba.
Corría el año 1871. Los estudiantes del primer año esperaban por sus clases, pero ante la tardanza de su profesor de Anatomía, algunos entraron al cementerio de Espada, que todavía no había sido clausurado. Unos corretearon por el lugar; otros usaron el carro en que se trasladaban cadáveres destinados a la sala de disección; uno de solo 16 años de edad, Alonso Álvarez de la Campa, tomó una flor que estaba delante de las oficinas del cementerio.
Las travesuras de los muchachos colmaron la paciencia del vigilante del cementerio quien izo una falsa declaración y afirmó que ellos habían rayado el cristal que cubría el nicho donde reposaban los restos de Gonzalo Castañón, periodista y abogado, funcionario del gobierno español primero en Puerto Príncipe (actual Camagüey) como secretario del gobierno, y luego en La Habana como Jefe de sección del Banco Español de Cuba y consejero de Instrucción Pública, furibundo defensor de la causa española.
Era el pretexto perfecto para dar un escarmiento a quienes osaran levantar un dedo en contra de las autoridades coloniales españoles. Había que acallar las ideas libertarias y la lucha insurreccional.
Las autoridades no consiguieron sus objetivos con los estudiantes de segundo año de Medicina asistentes a la clase del profesor Juan Manuel Sánchez Bustamante y García del Barrio. Pero la cobardía del profesor Pablo Valencia permitió el encarcelamiento de 45 de sus 46 alumnos de Anatomía Descriptiva del primer año, quienes fueron sometidos a juicio sumarísimo.
El primer fallo judicial no fue aceptado por los voluntarios españoles, quienes se amotinaron frente a la cárcel donde se celebraba el juicio. En una segunda vez, se determinó que, tanto el estudiante que había arrancado la flor y los 4 que habían jugado con el vehículo se debían condenar a la pena máxima y otros 3 escogidos al azar para llevar a cabo el escarmiento.
El día 27, de espaldas y de rodillas, los estudiantes fueron fusilados y luego echados en una fosa común, sin que sus amigos o familiares pudieran hacer nada. Ni siquiera fueron con signados los datos de enterramiento. De sus restantes compañeros de curso, 11 fueron condenados a 6 años de prisión, 20 a 4 años y 4 a 6 meses de reclusión, con independencia de que los bienes de todos quedaron sujetos a las responsabilidades civiles determinadas por las leyes.
Los estudiantes fusilados fueron Alonso Álvarez de la Campa y Gamba, de 16 años de edad; Carlos Verdugo y Martínez y Ángel Laborde y Perera ambos de 17, Anacleto Bermúdez y González de Piñera, José de Marcos y Medina, Carlos Augusto de la Torre y Madrigal y Eladio González Toledo, todos de 20 años de edad; y Juan Pascual Rodríguez y Pérez de 21 años.
Cada 27 de noviembre, Cuba vive un Duelo Nacional en memoria de los ocho estudiantes de Medicina asesinados en la flor de sus vidas.
En 1871, José Martí escribió un poema sobre el asesinato de los ocho estudiantes de Medicina.
A mis hermanos muertos el 27 de noviembre de 1871
Cadáveres amados, los que un día
ensueños fuísteis de la Patria mía,
Y luche con mis lágrimas, que hervían
en mi pecho agitado, y batallaban
con estrépito fiero,
pugnando todas por salir primero;
y así como la tierra estremecida
se siente en sus entrañas removida,
y revienta la cumbre calcinada
del volcán a la horrenda sacudida,
así el volcán de mi dolor, rugiendo,
se abrió a la par en abrasados ríos,
que en rápido correr se abalanzaron,
y que las iras de los ojos míos
por mis mejillas pálidas y secas
en tumulto y tropel precipitaron.
Lloré, lloré de espanto y amargura:
cuando el amor o el entusiasmo llora,
se siente a Dios, y se idolatra, y se ora.
¡Cuando se llora como yo, se jura!
¡Y yo juré! Fue tal un juramento,
que si el fervor patriótico muriera,
si Dios puede morir, nuevo surgiera
al soplo arrebatado de su aliento!
¡Tal fue, que si el honor y la venganza
y la indomable furia
perdieran su poder y su pujanza,
y el odio se extinguiese, y de la injuria
los recuerdos ardientes se extraviaran,
sobre un montón de cuerpos desgarrados
una legión de hienas desatada,
y rápida y hambrienta,
y de seres humanos avarienta,
la sangre bebe y a los muertos mata.
Esclavos tristes de malvadas gentes,
las hienas en legión se desataron,
y en respirar la sangre enrojecida
con bárbara fruición se recrearon!
Y así como la hiena desaparece
entre el montón de muertos,
y al cabo de un instante reaparece
ebria de gozo, en sangre reteñida,
¡así con contemplarte se recrea,
así a la patria gloria te arrebata,
así ruge, así goza, así te mata,
así se ceba en ti, maldita sea!
¡Campa! ¡Bermúdez! ¡Álvarez! Son ellos,
pálido el rostro, plácido el semblante;
¡Horadadas las mismas vestiduras
por los feroces dientes de la hiena!
¡Ellos los que detienen mi justicia!
¡Ellos los que perdonan a la fiera!
¡Dejadme ¡oh gloria! que a mi vida arranque
cuanto del mundo mísero recibe!
¡Deja que vaya al mundo generoso,
donde la vida del perdón se vive!
¡Ellos son! ¡Ellos son! Ellos me dicen
que mi furor colérico suspenda,
y me enseñan sus pechos traspasados,
y sus heridas con amor bendicen,
y sus cuerpos estrechan abrazados.
¡Y favor por los déspotas imploran!
¡Y siento ya sus besos en mi frente,
y en mi rostro las lágrimas que lloran!
¡Oh gloria, infausta suerte,
si eso inmenso es morir, dadme la muerte!
Cuando la gloria
a esta estrecha mansión nos arrebata,
el espíritu crece,
el cielo se abre, el mundo se dilata
y en medio de los mundos se amanece.
¡Déspota, mira aquí cómo tu ciego
anhelo ansioso contra ti conspira:
mira tu afán y tu impotencia, y luego
ese cadáver que venciste mira,
que murió con un himno en la garganta,
que entre tus brazos mutilado expira
y en brazos de la gloria se levanta!
No vacile tu mano vengadora;
no te pare el que gime ni el que llora:
¡mata, déspota, mata,
para el que muere a tu furor impío,
el cielo se abre, el mundo se dilata
José Martí