El colega espirituano Enrique Ojito Linares recibió este 14 de marzo el Premio Nacional de Periodismo por la obra de la vida, en el acto nacional por el Día de la Prensa Cubana, efectuado en el Memorial José Martí, de La Habana. Publicamos las palabras del destacado profesional del periódico Escambray luego de recibir el más importante galardón que confiere la Unión de Periodistas de Cuba.
Estimados invitados y colegas:
Desde que el maestro Lolo me bajó de aquel caballo bermejo para estrenarme como alumno en la escuela de Bacuino, con cobija de guano, me obsesiona preguntar. Al fondo del aula, la pared de tabla de palma abrigaba un retrato de José Martí, quien odió la pluma que no servía para clavar la verdad.
Desde que ingresé a la Universidad de Oriente, con pinta de vaquero por aquella camisa Yumurí a cuadros y altos botines, comprendí que el periodismo debe ser “pilluelo para penetrar, guerrero para combatir”, como escribió el Maestro con trazos apresurados, antes de ensillar su caballo en la manigua.
Por ello y gracias a la estirpe indómita de mi padre, quien me enseñó que las ideas no se injertan, sino que se siembran para lograr la cosecha; por la humilde grandeza de mi madre, que costeó mis gastos universitarios en Santiago de Cuba con su salario de auxiliar de limpieza, me hice al océano profundo del Periodismo.
Suelo recordar la máxima de Tagore de que no se puede cruzar el mar simplemente estando de pie y mirando el agua. Si queremos construir una historia desde la A hasta la Z, si queremos hundir el escalpelo durante una investigación, tenemos que empaparnos. Para hacer Periodismo hay que mojarse hasta el cuello si es necesario, sin temor a naufragar y a derribar muros a fuerza de ética y verbo relampagueante.
En la Cuba profunda, he intentado descubrir la noticia en lo cotidiano; he intentado no ser rehén del periodismo impresionista. Es el camino que encontré para servir a esta isla.
Agradezco al jurado por este premio, solo comparable con el nacimiento de mis hijos; agradezco a mi familia, en particular, a Arelys, siempre el hombro donde asirme; a mis maestros, a mis colegas de estudio y periodistas de Cuba, a los lectores y radioyentes por tanta palabra conmovedora.
Agradezco a la UPEC, por la mano tendida al instante; a la radio, cobija segura y, en especial, a Escambray, que ha sido luz y espada, liderado por Juan Antonio Borrego, del bando de los imprescindibles.
La reverencia a los colegas distinguidos con el Premio Anual Juan Gualberto Gómez en las diferentes categorías y a los nominados al José Martí.
Ni por un segundo deploro haber apostado por el Periodismo, y lo ejemplifico. A escasos días de publicado el artículo “En duelo con la muerte”, centrado en el suicidio, me llamaron por teléfono dos lectores: un anciano de Iguará, que me invitó a su casa para conocer la encrucijada en que vivía, y una mujer de Trinidad, cuyo padre, de 81 años, mostraba conducta suicida. Si puse a pensar a aquella hija, si contribuí a salvar a su padre, ¿cómo voy a renegar de la profesión, a la cual se aferró Martí para servir a Cuba?
Luego de este premio, sigo siendo el mismo guajiro de La Sierpe, nacido casi al borde de un arroyo y que, apenas entró a aquella escuela de techo de guano, vio con sus ojos, ya miopes, cómo Martí lo saludaba desde la pared con rostro grave y mirada de visionario, invitándolo a hacer por su país.
Muchas gracias.
(Tomado de Escambray)