Amelia Peláez, a 52 años de su desaparición física

Amelia Peláez. Imagen: Radio Metropolitana.

Por: Rafael Novoa Pupo

Amelia Peláez del Casal, conocida en la cultura cubana y universal  como Amelia Peláez, falleció en La Habana el 8 de abril de 1968 y  nació en Yaguajay, el 5 de enero de 1897.

Esta destacada artista de la plástica que sobresalió por el modo en que renovó el lenguaje tanto en la pintura como en la cerámica, estudió en la Academia San Alejandro y fue alumna predilecta del maestro Leopoldo Romañach, otra relevante figura de la Isla.

En 1924 realizó su primera exposición, y tres años más tarde viajó a Europa. Vivió durante algún tiempo en París, donde continuó estudiando bajo la tutela de la célebre pintora, escenógrafa y decoradora rusa Alexandra Exter. Regresó a Cuba en 1934, tras lo cual convirtió su casa en taller. Al año siguiente ganó premio en el Salón Nacional. A partir de 1938, empezó a incorporar elementos de la arquitectura tradicional cubana en la naturaleza muerta.

La pintura de murales también fue otra de las facetas en el arte de quien fuera miembro fundador de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba.

Amelia Peláez. Foto: Granma.

La obra de Amelia Peláez constituye un monumento a la defensa de los valores identitarios de la cultura cubana. Afianzándose en estas raíces, supo proyectarlas en un lenguaje universal de singular unidad. Su evolución transcurre sin saltos, en una continuidad que se afirma en la voluntad de ser consecuente con ella misma sin desvíos ni repeticiones. Es por ello que ocupa un espacio de honor dentro de la plástica cubana para, desde ahí, conquistar un merecido reconocimiento en el ámbito latinoamericano e internacional.

Su arte tanto en exposiciones colectivas como personales llegó a importantes galerías de los Estados Unidos, Hungría, Francia, Colombia, México, Brasil, España, Suecia, Venezuela, Argentina y otros. Recibió importantes premios en grandes salones en Cuba y el mundo.

Según expresión del Poeta Nacional Nicolás Guillén, se caracterizó por la forma sobria y misteriosa con que tradujo el ambiente, tan lleno de luces, a veces peligrosamente cegadoras, del trópico.