Por: José Rafael Gómez Reguera
Hace hoy 67 años que el busto que Lilia Jilma Madera Valiente hiciera de nuestro Héroe Nacional José Martí, fuera colocado por Celia Sánchez Manduley y su padre, en el pico real del Turquino. Desde entonces, desde esa posición privilegiada que muchos cubanos visitan cada año a modo de reconocimiento a ellos mismos y para honra del Apóstol de la Independencia cubana, Martí otea el horizonte, prevé, señala, alerta. CUBA ANTE LA COVID-19 (I) (II) (III) (IV) (V)
Cierto que es un busto, pero no uno cualquiera. Su historia bien merece revitalizarse, y revisitar esos instantes en los que la obra de Jilma Madera fue colocada en la cresta de la montaña más alta de Cuba, por un grupo de la Asociación de Antiguos Alumnos del Seminario Martiano y los del Instituto Cubano de Arqueología, representados por el doctor Manuel Sánchez Silveira y su hija Celia, más tarde heroína de la Revolución.
La Historia teje curiosos vínculos. Fue Fidel Castro el mejor discípulo de Martí, el inspirador de la gesta del Moncada, y fue Celia quien devino la mano derecha del líder de la Revolución cubana, guardando, como se ha afirmado numerosas veces, hasta el último de los papelitos, porque en términos de historia, todo cuenta. Nada sobra.
El siglo XXI trae nuevos retos a la Cuba agredida y bloqueada pero jamás vencida. Mientras el vecino del Norte revuelto y brutal aprieta a más no poder, impide la llegada de medicamentos y equipos necesarios para enfrentar la pandemia del nuevo coronavirus causante de la COVID-19, la Isla aporta médicos, enfermeros y técnicos de la salud a ya casi una treintena de naciones de casi todos los continentes. No da lo que le sobra, sino que comparte lo que tiene.
Ahí están las enseñanzas de ese Martí vigilante, lo mismo en el Turquino que en el corazón de cada cubano; los ideales del Comandante en Jefe, porque Patria es Humanidad.