Por: José Rafael Gómez Reguera
Este 29 de mayo, Rita Longa entró en el mundo de la eternidad, cuando su corazón dejó de latir en 2000, y se instaló de lleno en el corazón de un pueblo al que siempre amó y al que le entregó alma, corazón y vida.
Imposible referirse a esta otra Rita de Cuba (ya saben que el nombre lo comparte con esa gloria de la música y la actuación de nuestra Isla que fue y sigue siendo Rita Montaner) sin hacer alusión a sus numerosas creaciones, esas que le sobreviven y devienen patrimonio cultural de la nación, como corresponde a lo que su mente ideó y sus manos hicieron posible para disfrute de muchas generaciones.
Rita Longa Aróstegui había nacido en La Habana, el 14 de junio de 1912, y en sus 88 años de fructífera vida, atraída por el entorno, por la magia de la Madre Naturaleza, sus formas y colores, consiguió convertirse en una afamada escultora de indudable imaginación.
Para probarlo, basta con referirse al Grupo Familiar, del Parque Zoológico Nacional, (1947); la Virgen del Camino, del parque San Miguel del Padrón, que data de 1948, Ballerina, símbolo del afamado Cabaret Tropicana, de 1950, todas ellas instaladas en la capital cubana, así como la Aldea Taína, conjunto de 25 esculturas que identifica al centro turístico Guamá, en la Ciénaga de Zapata, Matanzas, que es de los años 1961-1964; el gallo de Morón, símbolo de esa localidad de Ciego de Ávila, de 1982.
Son ya veinte años sin esa Rita que amamos y seguimos admirando, y a la vez, dos décadas con ella, porque los artistas son inmortales, siguen mostrándosenos a través de sus obras.
