Por: Rafael Novoa Pupo
Fruto del matrimonio formado por José Ramón y Manuela, Francisca Margarita Amalia Simoni Argilagos, nació en Santa María del Puerto del Príncipe (hoy Camagüey), el 10 de junio de 1842. Era la mayor de las dos hijas de una familia acomodada, que mantuvo siempre presente el patriotismo, y muchas ansias liberadoras para Cuba.
Amalia como era conocida, fue la esposa del Mayor General del Ejército Libertador cubano Ignacio Agramonte, con quien se casó en la parroquia de Nuestra Señora de la Soledad el 1 de agosto de 1868. Para llegar a aquel momento, tuvieron que sortear el difícil escollo que representaba el padre de la muchacha, pues Ignacio, aunque sin aprietos económicos, no era bien mirado por el padre de Amalia, ya que sus riquezas materiales no se correspondían con la de los Simoni.
En un momento de tensión ante la oposición paterna, Amalia le expresó: “No te daré papá, el disgusto de casarme contra tu voluntad, pero si no con Ignacio, con ninguno otro lo haré”.
En plena Luna de miel, Ignacio va a la manigua protectora el 11 de noviembre de 1868 para luchar contra el colonialismo español, y días después el primero de diciembre, la familia Simoni decide abandonar la casa-quinta de Puerto Príncipe y trasladarse a la finca La Matilde, ya que los dos yernos del doctor Simoni eran líderes de la insurrección, y estaban señalados por las autoridades coloniales.
Cuando la vida de campaña lo permite, La Matilde se convierte para la pareja en un lugar de amor, y es allí donde nace el 26 de mayo de 1869 el primogénito Ernesto, al cual su padre nombraría cariñosamente Mambisito.
Luego la situación en aquel lugar se complica por la cercanía de las operaciones enemigas, y Agramonte, que ya era un respetado jefe, decidió trasladarlos a un sitio que llamó El Idilio, próximo a la serranía de Cubitas.
Tiempo después vendría la separación definitiva: celebraban el cumpleaños del niño cuando se anunció la inminente llegada de una columna española. “La esposa de un soldado tiene que ser valiente”, fue lo último que le escuchó decir Amalia a su marido.
Amalia fue una activa colaboradora de las fuerzas mambisas y prestó servicios en hospitales de campaña. Asimismo, sufrió los rigores de la cárcel y luego del exilio.
En una ocasión en plena Guerra de los Diez Años, es arrestada por las fuerzas españolas, y se le requirió que escribiera a su esposo, Ignacio para que abandonara la lucha. Su respuesta fue categórica: «Primero me dejo cortar una mano antes que escribirle a mi esposo para que sea un traidor».
“Fáciles son los héroes con tales mujeres”, diría años después el Apóstol cubano José Martí, al conocer de este lance.
Al hacerse insostenible su permanencia en Cuba, Amalia emigró a Nueva York, ciudad donde naciera su hija Herminia, a la cual no llegó a conocer El Mayor.
El 11 de mayo de 1873 cae en combate en los potreros de Jimaguayú el Mayor General Ignacio Agramonte, y es en Yucatán, México, donde conoció de la muerte de su amado, y dejó una frase de hondo amor a la patria y a la familia: «Parece que cuando una tiene hijos, ama más la libertad».
Al concluir la Guerra Grande (1868-1878), Amalia regresa a su Puerto Príncipe, pero en 1895 estalla la nueva contienda organizada por Martí, y el gobierno colonial prácticamente la obliga a emigrar, pues le temen a su ejemplo y a su patriotismo.
De vuelta a Estados Unidos, recauda fondos para la lucha. Al finalizar sin independencia la guerra, se opone tenazmente al intervencionismo yanqui y a la Enmienda Platt. Le ofrecen ayuda económica por ser la viuda de El Mayor, pero la rechaza y expresa: Mi esposo no peleó para dejarme una pensión, sino por la libertad de Cuba”.
El 24 de febrero de 1912, Amalia devela en el principal parque de la ciudad de Camagüey una estatua ecuestre de Agramonte, hecha por colecta popular. El parecido es tal que la legendaria mambisa sufre un desmayo.
A los 73 años de edad, el 23de enero de 1918, falleció Amalia en La Habana. Antes de morir, había pedido que la enterraran junto a su padre en el Cementerio de Camagüey, cerca de donde podría estar su amado Ignacio, cuyas cenizas debieron ser esparcidas en el camposanto por orden de las autoridades españolas, según reza la leyenda popular.
Desde el primero de diciembre de 1991, los restos de Amalia reposan en su querido Camagüey, a donde fueron trasladados desde la capital cubana.