Por: Rafael Novoa Pupo
La impaciencia juvenil, el patriotismo, la sangre hirviente que le impedía permanecer impasible ante la provocación de la tiranía del régimen batistiano, nos trajeron el 30 de junio de 1957 la caída de tres patriotas santiagueros muy queridos: Josué País, hermano de Frank País, de 19 años de edad; Floro Emilio Bistel, y Salvador Pascual Salcedo.
Ellos integraban un comando armado del Movimiento Revolucionario 26 de Julio en el indómito Santiago, que junto a otros iban a impedir esa tarde el mitin politiquero de la dictadura, que pretendían celebrar en el parque Céspedes de la cuna de la revolución, para hacer aparentar que existía un clima de paz y tranquilidad, y que era posible celebrar un proceso electoral.
La maquinaria propagandística del régimen tiránico había convocado a ese mitin electoral en ese céntrico parque, la tarde del día 30 de junio, cuando carros altoparlantes recorrían las calles, y las emisoras radiales locales convocaban ese encuentro pacífico con el pueblo.
Ante esa situación, la dirección del Movimiento en Santiago y sus militantes, deciden contrarrestar esa campaña y demostrar que la Revolución y sus líderes están vivos y actuantes.
Antes del amanecer de ese día, dos jóvenes uniformados de mecánicos, con maletines de herramientas bajan de un vehículo, levantan la tapa de una alcantarilla justamente debajo de donde está situada la tribuna del acto, y penetran por el angosto espacio. Ya en el interior del lugar extraen una bomba de tiempo y la programan para las cuatro de la tarde, una hora antes del acto grotesco del régimen.
El plan era que cuando detonara la bomba, más bien de fuerte sonido que de metralla, salieran varios comandos desde distintos puntos, para tirotear a las patrullas policiales. De esa manera la tiranía tendría que suspender su mascarada, y se demostraría la vitalidad de la organización rebelde.
Pese a todo lo organizado, a la hora convenida no detonó el artefacto, pudo ser que los esbirros la detectaran y sacaran, aunque no hubo señales de eso; por lo que es más probable que la cantidad de agua que echaron en el lugar para limpiar el espacio del espectáculo, afectara el mecanismo, y que el hecho no detonara.
Estos jóvenes revolucionarios eran audaces e impacientes. Josué era estudiante de Ingeniería de la Universidad de Oriente y antes había sido alumno eminente del Instituto de Segunda Enseñanza junto a su hermano Frank, con quien compartió las acciones del 30 de noviembre el año anterior en apoyo al desembarco del Granma.
Cuando junto con los compañeros de su grupo, acuartelados en espera de la señal que no se produjo, al no explotar la bomba, escucharon las trasmisiones de los discursos politiqueros, y los insultos contra los revolucionarios, decidieron hacer algo, sobre todo cuando escucharon por la radio, gritos vibrantes de vivas a Fidel Castro y a la Revolución.
Ellos no sabían que esos gritos que se escucharon por las emisoras se debieron a un enlace telefónico clandestino que logró un grupo rebelde, el cual penetró por la línea telefónica que divulgaba el acto y salió al aire.
Fue entonces cuando estos jóvenes no lo pensaron más, y decidieron actuar sin consultarlo, sin obedecer instrucciones, y el grupo de Josué tomó un auto y salió a la calle, aun sabiendo que esa chapa estaba fichada, y que los esbirros podían detectarlos.
Así ocurrió exactamente, apenas salieron, varios patrulleros los alcanzaron en la esquina de Martí y Corona, cuando luego de una furiosa persecución los rodearon, y sin mediar palabras los tirotearon con sus ametralladoras.
Floro y Salvador, perecieron inmediatamente en el interior del vehículo. Josué logró salir herido, pero lo apresaron, lo montaron en un jeep policial, pero apenas lo identificaron, lo asesinaron de un tiro en la sien.
Cuando Frank, casi inmediatamente recibe la terrible noticia de la muerte de su hermano menor y otros dos militantes, quedó callado. Penetra a su cuarto, e inmediatamente se escucha la zarzuela “Luisa Fernanda” y en un arranque de creación comienzan a brotar los versos dolientes que Frank escribe y titula: “A mi hermano muerto”.
Al día siguiente, el sepelio de Josué, Floro y Salvador Pascual congregó una inmensa multitud que encabezaba Doña Rosario, la madre amantísima y firme, que ordenó que no cerraran la tapa del ataúd, “para que Josué contemplara al pueblo que lo seguía”.
Mientras, en su escondite clandestino en el centro de Santiago, Frank País García mordía en silencio su pesar. Exactamente un mes después, el 30 de julio, también Frank caería en la misma esquina del Callejón del Muro y la calle San German en su indómito Santiago, con más de 20 heridas de bala y un tiro en la sien, junto a su compañero de lucha Raúl Pujol Arencibia.
A 63 años de aquella aciaga jornada, el gesto de esos jóvenes revolucionarios se reafirma como ejemplo de valor, pues la misión a ellos encomendada era salir a las calles a enfrentar con las armas a los sicarios del régimen, luego de escuchadas las explosiones que debían ocurrir en el céntrico parque Céspedes.
Hoy como es tradicional, en el propio sitio de los acontecimientos en la intercepción del Paseo Martí y la Calzada de Crombet, en la ciudad santiaguera, se congregarán familiares de los mártires, miembros de la Asociación de Combatientes de la Revolución cubana, niños, niñas, adolescentes y vecinos del lugar, para protagonizar la conmemoración.
En la ceremonia de este martes 30 de junio, no faltarán flores dedicadas a Josué, Floro y Salvador Pascual en nombre del pueblo de Cuba, además de canciones, danza y oratoria para evocar desde el arte, a los héroes caídos. (con informaciones de Ecured, Bohemia, y Sierra Maestra).