Perucho Figueredo, el patriota que inculcó a los cubanos “Que morir por la patria es vivir”

Por: Rafael Novoa Pupo

El 17 de agosto de 1870 cayó bajo las balas de un pelotón de fusilamiento, el Mayor General del Ejército Libertador Pedro Felipe Figueredo Cisneros, conocido sencillamente en la historia con el nombre de Perucho Figueredo, acompañado, además, por la grandeza de haber legado a los cubanos, el canto de batalla, que es su Himno Nacional.

Y si esa obra es un tesoro para los hijos de esta tierra libre y soberana, hay que recordar también que Perucho fue un prócer de vida extraordinaria y meritoria, aunque truncada de manera temprana.

Perucho Figueredo figura entre los padres fundadores de la nación, pues perteneció a la hornada de patricios que conspiraron y trabajaron por el primer levantamiento libertario iniciado en La Demajagua el 10 de octubre de 1868 por Carlos Manuel de Céspedes, de quién vivió orgulloso de ser su amigo, y con quien tuvo lazos familiares, pues Eulalia uno de sus retoños, se casó con Carlos Manuel de Céspedes (hijo) y otro de sus frutos, Blanca, se unió con Ricardo Céspedes, hijo de Francisco Javier, y sobrino del Hombre de La Demajagua.

En el momento de su ajusticiamiento, en una fortaleza colonial de Santiago de Cuba, Perucho se encontraba gravemente enfermo como consecuencia de la fiebre tifoidea. El enemigo lo había capturado ya junto a su familia, contagiado y en un estado deplorable, en la finca Santa Rosa, en la Sierra Maestra.

Al momento de su detención en la cercanía del rio jobabo, Perucho opuso la resistencia posible, pero fue reducido y hecho prisionero. Sus hijas también capturadas, estuvieron a su lado inicialmente, hasta que un navío militar español las condujo a Santiago de Cuba.

Ya en el calabozo, y aun con la respiración en un hilo, a Perucho le propusieron perdonarle la vida si a cambio dejaba la causa de la independencia, a lo que no aceptó ningún pacto con el enemigo.

El 16 de agosto de 1870, presentaron a Pedro Figueredo a un urgente consejo de guerra. La declaración del patriota ante los jueces, reza: “Soy abogado y como tal conozco las leyes y sé la pena que me corresponde. La de muerte. Pero no por eso crean ustedes que triunfan, pues la isla está perdida para España; el derramamiento de sangre que hacen ustedes es inútil, y ya es hora de que reconozcan su error.

“Con mi muerte nada se pierde, pues estoy seguro de que, a esta fecha, mi puesto estará ocupado por otra persona de más capacidad. Si siento la muerte, es tan solo por no poder gozar con mis hermanos la gloriosa obra de la redención que habían inaugurado, y se encuentra ya en el final”.

Al día siguiente, el 17 de agosto, Perucho fue conducido al paredón. Su estado físico no le permitía caminar ni sostenerse de pie. Fue llevado montado en el lomo de un burro, en un trayecto en el que recibió las burlas y el escarnio de sus verdugos, a lo que les respondió: “Está bien, está bien, no soy el primer redentor que monta un burro”.

Según consignan los cronistas, Perucho antes de caer, aún tuvo fuerzas para decir: ¡Morir por la Patria es vivir!, el verso más inspirado de su creación. Aunque muerto en los albores de la guerra, fue un soldado intachable e inclaudicable. Por esa razón y por su canto, el canto de todos, valen siempre el homenaje y el agradecimiento de su pueblo. (Con información de Agencia Cubana de Noticias, y Cubadebate).