La hora cero para la unificación monetaria y cambiaria ya toca a las puertas de la isla, con la perspectiva de darle un vuelco a la economía, urgida de apurar el paso, pues de ello depende el futuro de la nación
Por: Mary Luz Borrego
El día primero de noviembre, diciembre u otro mes por venir —esa misteriosa fecha nadie la define aún—, el chavito comenzará a despedirse definitivamente del bolsillo nacional, luego de circular en el país durante más de un cuarto de siglo. A pesar de las informaciones oficiales emitidas, la espera mantiene en ascuas a los cubanos, genera todo tipo de incertidumbres y especulaciones, todo tipo de optimismo y desconfianza.
Ya lejano en el tiempo, muchos aún recuerdan aquel crítico 1994, cuando buceábamos por los fondos del período especial, esa etapa de shock en la memoria colectiva de la isla. Las shoppings donde se comenzó a pagar con estos pesos convertibles o CUC parecían entonces un lejano espejismo, inaccesibles para las mayorías.
Pero, con el tiempo, se convirtieron en un asiduo lugar de compras para todos, claro, siempre mucho más para unos que para otros. Y los chavitos se popularizaron al punto de que no solo pagaban en tiendas o restaurantes de lujo, sino que también se empleaban para cualquier tipo de canje entre los naturales, desde la compra de una casa hasta el pago de una taza de café con el menudeo.
Desde hace rato los expertos en asuntos financieros insisten en que el CUC disloca la economía cubana, en que resulta imprescindible concretar la unificación monetaria y cambiaria del país, un asunto que lleva tiempo sobre la mesa y se le da agua como al dominó una y otra vez, precisamente por su alta complejidad.
Para sorpresa de muchos, por fin parece que llega este adiós al CUC nada menos que ahora, cuando la economía cubana naufraga entre el desbarajuste de la crisis internacional provocada por la pandemia y el apretón de tuerca sin precedentes que el gobierno de Donald Trump ejerce sobre el ya bestial bloqueo contra la isla.
La Comisión de Implementación de los Lineamientos argumenta la decisión con razones de peso: la dualidad monetaria ha provocado distorsiones en la formación de los precios y en la contabilidad de las empresas, no ha resuelto los déficits salariales acumulados, ha obligado al Estado a sacrificar su presupuesto para cubrir las lagunas que deja en el sector empresarial y resulta imposible avanzar en las otras transformaciones de la economía si este asunto no se concreta.
El ordenamiento financiero forma parte de la nueva Estrategia Económica y Social de Cuba, diseñada precisamente para enfrentar tantas adversidades, e incluye objetivos bien definidos como resolver la dualidad monetaria y cambiaria, eliminar subsidios y gratuidades indebidas y hacer una transformación de los ingresos.
La dirección del país ha explicado que este proceso resulta irreversible e incluso ha admitido sus riesgos. Sin embargo, también ha remarcado que no implicará terapias de choque y que se mantendrá la atención para los más vulnerables, con el fin de que nadie quede desamparado, una política de continuidad con los principios sociales y éticos más sagrados de la Revolución.
Por lo menos en los últimos 60 años los cubanos no hemos enfrentado tan complicado proceso, que implicará una considerable devaluación del peso, es decir, la moneda nacional perderá poder de compra, y valga un ejemplo hipotético: si hoy un pan cuesta 5 pesos, cuando la llamada hora cero llegue podría valer 20.
Porque, inevitablemente, se incrementarán los precios mayoristas, así como los minoristas que el Estado y los particulares decidan. Alguien comentó en broma, o quizás en serio, que cada mañana saldremos de casa llevando el dinero de los gastos diarios, en vez de en la billetera, en un abultado jabuco.
Se aspira a que la anunciada reforma salarial contrarreste la escalada de los precios. En teoría, el sueldo alcanzará para cubrir una canasta de referencia de bienes y servicios de línea económica que una persona necesita para subsistir durante un mes, a partir de la cual se ha fijado la mensualidad mínima y, desde ahí, el resto de la escala para pagar a los trabajadores.
Algunas gratuidades sobrevivirán como salud y educación, pero se pretende que la unificación elimine subsidios masivos, por ejemplo, el de la canasta básica que se recibe hoy en las bodegas; así como realidades contraproducentes también generalizadas: el salario no le alcanza a nadie, por lo cual en lugar de incentivar, desestimula la productividad del trabajo.
De acuerdo con los pronunciamientos oficiales, el fondo total de salario en el país subirá en 4.9 veces, mientras que el destinado a la seguridad social lo hará en 5 veces, aunque no de forma lineal o igual; mientras que los precios en las tiendas deben permanecer en el entorno actual y se mantendrán subsidiados algunos productos.
En medio de este enmarañado escenario, un trago amargo han necesitado digerir los cubanos: la apertura de tiendas para la compra de mercancías, incluso de primera necesidad, en Moneda Libremente Convertible, una medida anunciada como transitoria y sin ampliaciones hacia el futuro.
Por otra parte, dos asuntos penden como espada de Damocles sobre el proceso monetario: el ya largo desabastecimiento de la mayoría de los renglones en el mercado, que estresa a los consumidores y provoca los acaparamientos posibles; y el hecho de que en el sector privado, del cual hoy dependen múltiples producciones y servicios, los precios se establecen por la ley de la oferta y la demanda, la cual mucha veces se ha intentado regular con disposiciones gubernamentales que poco resultado dejaron.
Si el crecimiento de los precios resulta mayor que este diseño de nuevos salarios, ocurrirá una dañina inflación por encima de la prevista, nocivo fenómeno que ofrece señales apreciables incluso antes de que ocurra la unificación, en esas largas colas para comprar lo mismo guisantes en conserva que perfumes caros.
Por otra parte, la inseguridad además sobrevuela el tema de los ahorros que algunas personas y familias han logrado acumular a lo largo de los años, ya sea honesta o deshonestamente. Siempre se sugirió mantenerlos en pesos cubanos porque la moneda nacional se respetaría. Y es cierto que con la unificación el CUP se va a respetar, pero también se va a depreciar, lo mismo si se encuentra guardado bajo el colchón, que si permanece en una cuenta bancaria.
En cuanto al sector empresarial, las dudas también asaltan porque de sus resultados dependerá en buena medida la formación de los salarios de esos trabajadores y ya se sabe que algunas entidades saldrán fortalecidas, pero otras enfrentarán pérdidas.
Los pronósticos han previsto que este proceso eleve la productividad, catapulte hacia un desempeño más eficiente de las fuerzas productivas, aumente las exportaciones, incentive el interés por el trabajo, estimule la oferta de bienes y servicios, entre otros beneficios. Sin embargo, ni el más ingenuo espere recoger esa cosecha de un día para otro porque conseguir el progreso en Cuba no resulta cuestión de chasquear los dedos.
Muchos cerebros de economistas, expertos, analistas, directivos, comisiones… se han consagrado en los últimos tiempos para calcular los efectos, sacar cuentas y más cuentas, atenuar los impactos del tan llevado y traído ordenamiento financiero, pero una cosa es la teoría y otra, la práctica creadora.
Entonces, tendremos que esperar para ver y, mientras, ajustarnos los cinturones y usar cascos protectores por si acaso los impactos de esta unificación monetaria nos sacuden como el golpe de un asteroide a la tierra.
Pero, más allá de la inseguridad que este proceso genere, la economía cubana necesita un sacudión telúrico; necesita audacia y urgente innovación; necesita destapar aquí esa vocación batalladora que los cubanos tanto han evidenciado en otras latitudes; necesita apurar el paso, pues de eso depende el día a día, el presente y el futuro de la nación, la vida suya, la del vecino y la mía también. (Tomado de Escambray).