Por: Rafael Novoa Pupo
A 59 años de su salvaje asesinato el 26 de noviembre de 1961, rendir tributo al brigadista adolescente Manuel Ascunce Domenech y a su alumno Pedro Lantigua, además de homenaje, es hoy un campanazo de alerta a la conciencia, que confirma a los cubanos la entraña criminal y fuera de todo límite, de un enemigo histórico y activo, el imperialismo.
El monstruoso suceso, que enlutó y enardeció al mismo tiempo a toda Cuba, lo protagonizaron alzados contrarrevolucionarios, pagados y pertrechados hasta los dientes por la Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos, operantes en las montañas del Escambray en el centro de Cuba.
Limones Cantero se llama la zona donde se cometió el crimen, lugar donde estaba la finca Palmarito y la vivienda del campesino Pedro Lantigua, sitio en el cual, hacía una semana, vivía el jovencito Manuel, dispuesto con gran voluntad a enseñar a leer y escribir a los campesinos de aquellos entornos.
Manolito, con apenas 16 años, era miembro de las entusiastas brigadas Conrado Benítez, formadas en su mayoría por muchachas y muchachos, algunos casi niños, y también por avezados maestros, dispuestos a dar una hermosa cruzada contra la ignorancia en todo el país. La Campaña Nacional de Alfabetización había comenzado en firme desde abril de ese año, con la participación de miles de personas llenas de un fervor nunca antes visto.
De carácter serio y disciplinado, Ascunce era, al mismo tiempo, muy sensible y afable, compartía con sus amigos o los necesitados cualquier cosa que fuera suya, con un afán increíble de servir y ayudar al prójimo y a la Revolución, de cuyos valores estaba prendado, al igual que sus padres.
Había nacido en Sagua la Grande, antigua provincia de Las Villas, el 25 de enero en 1945, pero desde los dos años fue llevado por sus progenitores a residir en la barriada de Luyanó en La Habana. Allí estudió hasta la enseñanza secundaria, cuando decidió dar su aporte como alfabetizador.
Por su parte, Pedro Lantigua era un campesino revolucionario, integrante de las milicias que luchaban contra el bandidismo aupado por el imperio, y junto a su familia daba albergue al animoso joven, quien lo ayudaba en las faenas del campo de día y de noche, e impartía clases a la luz del farol, que luego se convirtió en símbolo de esa noble gesta.
Lantigua Ortega, nació el 27 de abril de 1919 en el lomerío cercano a la bella ciudad de Trinidad. Se dedicó a la siembra y participó como obrero durante la construcción del Sanatorio Nacional de Topes de Collantes.
Tuvo una presencia activa en la operación que se llamó Limpia del Escambray, y dentro de ese proceso, fue combatiente, práctico y administrador en la finca Palmarito, en Limones Cantero, donde estableció su hogar.
Fueron los alzados Braulio Amador Quesada, principal ejecutor; Pedro González Sánchez, y el tristemente célebre criminal Julio Emilio Carretero Escajadillo, en aquel momento jefe de una comandancia contrarrevolucionaria, los autores concretos de la muerte, por espantosas torturas y posterior ahorcamiento, del brigadista y su alumno.
Todos resultaron capturados posteriormente en diferentes momentos, y recibieron el peso de la justicia. Sin embargo, los principales promotores aún hoy continúan desde su guarida principal con sus planes de odio, agresión, y acciones abominables para destruir los proyectos justicieros, y el ejemplo de Cuba y otros pueblos hermanos de América Latina.
A Manolito y a Lantigua el pueblo cubano los lloró entonces, pero creció el patriotismo. La Campaña de Alfabetización no se detuvo, como otras tantas tareas emprendidas por la Revolución.
El 22 de diciembre de 1961, se proclamó en la entonces Plaza Cívica José Martí, en un acto multitudinario, el logro colosal que abrió las puertas de un mundo nuevo para el pueblo cubano: la cruzada contra la ignorancia, había cumplido sus objetivos.
Y los jóvenes brigadistas, no solo en nombre de ellos, cantaban: “¡Fidel, dinos qué otra cosa tenemos que hacer!”. Pensaban en el joven Manuel Ascunce y en Pedro Lantigua, así como en Conrado Benítez, el humilde maestro voluntario asesinado antes que él, cuyo nombre llevaron como estandarte, a los más intrincados parajes, con orgullo.
Quizás muchos recordaron ese día grandioso, la firmeza y el honor con que Manolito contestó a los bandidos cuando, en la noche aciaga en casa de Pedro Lantigua, preguntaron, antes del hecho atroz: “¿Y este, quién es?”. Y él, con la frente en alto, clamó: “¡Yo soy el maestro!”. Nada se puede olvidar. Nada. (Con información de Periódico Invasor y Ecured).