Por: José Rafael Gómez Reguera
Por muy diversas razones, Polo Montañez sigue en el corazón de quienes vivimos en Trinidad, la hermosa ciudad Museo del Caribe, al centro sur de Cuba. Fuimos privilegiados con varias visitas del “Guajiro natural” y, obviamente, con sus actuaciones, siempre multitudinarias, jornadas devenidas verdaderas fiestas para los trinitarios y, me atrevo a asegurar, para quienes, con tal de verlo actuar, no dudaron en viajar hasta acá.
Fue Fernando Borrego Linares, su nombre verdadero, de esas figuras que hicieron época y se convirtieron en una leyenda que perdura en el tiempo. Todavía se le escucha en la radio y la televisión, y sus seguidores siguen firmes a esa peculiar manera de cantar, como si todo lo que compusiera le saliera de lo más profundo de su ser, temas llenos de nostalgias, tristezas y alegrías, como la vida misma.
Cada año, Polo Montañez retorna a la memoria de los cubanos y de aquellos que, fuera de nuestras fronteras, le auparon de tal manera que le hicieron ganador de importantes reconocimientos recibidos con su acostumbrada sencillez, como si él mismo ni se creyera que estuviera sucediendo.
El tiempo, lejos de poner un velo cobre su obra, no ha hecho otra cosa que revivir esas interpretaciones que otrora pasaron de mano en mano en los viejos cassettes y cintas de la era analógica, incluidos los CDs, y hoy atesoran las modernas tecnologías que, querramos o no reconocer, devienen insoslayables en la vida cotidiana. Y con ellas, esa música vital que Polo compuso e interpretó a lo largo y ancho de Cuba y en numerosos países.
El pinareño que se codeó con relevantes figuras de la música del mundo, recorrió las empedradas calles trinitarias con el asombro de quienes llegan a una ciudad de encanto, casi detenida en el tiempo en cuanto a su arquitectura, pero llena de vida y amor, ese amor que se reciprocaron Polo y los trinitarios, y que, años después, en un fatal 20 de noviembre, siguió paso a paso su evolución, tras su trágico accidente de tránsito, hasta el temido desenlace seis días después.
Las lágrimas solo fueron un signo más del amor que él dio y recibió de millones de admiradores, y aunque el tiempo borra lo más doloroso de la partida física, quedan esos sentimientos que desbordó junto a su grupo y nos hizo más felices en una patria que lo idolatra, sabiendo que él es una más de aquel montón de estrellas que refirió…