Por: José Rafael Gómez Reguera
Un día como hoy, Trinidad amanecía triste, conmovida, enlutada. Habíamos vivido muchas horas de preparación para recibir, con los máximos honores, los ataúdes y urnas con los restos de los mártires internacionalistas trinitarios, caídos en cumplimiento de su deber internacionalista.
En lo personal, trabajaba para Radio Sancti Spíritus. No eran tiempos ni de internet, ni de celulares conectados ni de sofisticadas cámaras fotográficas. Fotos habrá, claro, y son hoy un tesoro de la Historia en la Tercera Villa de Cuba, como son en toda la Isla. Tampoco disponíamos de modernos equipos para transmitir, pero se consiguió con el aporte de muchos: la empresa telefónica y sus avezados técnicos, el apoyo de las FAR y de los trabajadores del antiguo Círculo Social Obrero de Trinidad, y los dirigentes del Partido.
Así estrené un traje miliciano, y mis botas carmelitas de trocaron en el negro ritual del uniforme porque no había tiempo para más. Lo demás fue una espera que se tornó larga hasta que de madrugada, por la calle José Martí comenzaron a aparecer los yips con los féretros, y poco a poco fueron colocados en los catafalcos, entre flores e himnos, y muchas, muchas lágrimas. Luego, sollozos, silencios, flores que no cesaban de llegar, y transmisiones hechas a duras penas porque en las gargantas se nos hacía un nudo que casi impedía articular frases.
Hace 31 años tuvimos calles casi desoladas en el resto de la ciudad y una fila interminable de personas para un último adiós al hermano, el tío, el compañero de trabajo, el amigo, el vecino… porque en el salón solo había disponibilidad para los familiares más allegados, y todos querían acceder, para rendir tributo al valor, a la decisión, a la integridad, al que cayó combatiendo, en momentos únicos que guardamos en nuestras memorias.
Después de horas, el traslado de los restos hasta la necrópolis municipal, la banda municipal, una interminable multitud de estudiantes, trabajadores y pueblo en general; el Himno Nacional retumbando en medio de descargas de fusilería, las criptas recibiendo los restos de los héroes, y desde entonces, y por siempre, cada 7 de diciembre la Historia vuelve por sus fueros.
Está el homenaje al Titán de bronce y a Panchito, caídos hace 124 en medio de la gesta independentista. Y está el tributo a los hijos, caídos en otras tierras del mundo, nacidos en este pueblo que no ha dejado de ser épico. Para ellos, honor y gloria.