28 de enero de 1891, fallece Felipe Poey destacado naturalista y poeta cubano

Por: Rafael Novoa Pupo

Felipe Poey falleció el 28 de enero de 1891 destacado naturalista y poeta que había nacido en La Habana el 26 de mayo de 1799.

En el Seminario de San Carlos se graduó de bachiller en Derecho y contó entre sus profesores al presbítero Félix Varela. Luego, en Madrid culminó la licenciatura. A los 26 años marchó junto con su esposa a París, donde se transformó en hombre de ciencia.

Tras una estancia de ocho años en la capital francesa, regresó a Cuba en 1833. Publicó un Compendio de geografía de la Isla de Cuba (1836) y fundó el Museo de Historia Natural de La Habana (1839) que presidía, a la vez que impartía clases de Zoología y Anatomía Comparada en la Universidad.

De acuerdo con sus alumnos, era un hombre de estatura mayor que la mediana, tez blanca y pelo castaño. Tenía muy buen carácter y era sencillo, franco, sin afectación alguna. Contra la moda cursi de su época, nunca se dejó crecer la barba, ni trató de impresionar con venerables bigotes profusamente doctos. Convencía a sus discípulos con un lenguaje claro y sencillo. Como luego apuntó uno de sus biógrafos, “desde la base del conocimiento científico, se dejaba oír su voz en el aula”.

De 1851 a 1858, aparecieron sus Memorias sobre la historia natural de la Isla de Cuba, un gran aporte al estudio de la Zoología. Entre 1865 y 1889 publicó en los Anales de la Real Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana relevantes ensayos sobre geología y mamíferos fósiles de la Isla.

Su obra cumbre es sin duda Ictiología cubana (1875-1876), un formidable estudio sobre los peces de las costas de su patria, la cual fue exhibida en la Exposición Internacional de Ámsterdam (1883), todo un acontecimiento científico en su tiempo.

Pero no podemos separar al naturalista del poeta porque hizo aportes a la literatura cubana del siglo XIX.

Desde Felipe Poey a Carlos de la Torre, Cuba presenta un grupo de naturalistas con aficiones literarias, solía alertar José Lezama Lima, quien añadía que el primero de los mencionados, “en cuantos informes rinde en academia de ciencias, se esmera siempre en conseguir un lenguaje correcto, preciso y elegante”.

Sabemos que el autor de Ictiología cubana ya componía poemas en sus tiempos de bachiller en el Seminario de San Carlos. Algunos de sus versos, dedicados a su esposa María de Jesús Aguirre, aparecieron en la Revista Bimestre Cubana, en 1833.

Lezama señalaba como muestra del gusto literario de don Felipe, “las páginas críticas en que arremete contra el grotesco caso poético de Vinagera”. E incluye en la Antología de la poesía cubana, su pieza El Arroyo, donde en su opinión Poey “revela la fineza de su sensibilidad para acercarse a la naturaleza”.

En este poema, añade, “lo idílico de la naturaleza cubana aparece captado con una sensibilidad que la disciplina estudiosa no disminuye sino acendra […] El mundo vegetal entrelazado con los peces que se van deslizando en el arroyo, es tratado con una verdadera precisión deliciosa”.

Elogia Lezama cómo el sabio describe “los insectos, la extracción alimenticia del seno de la flor, las guabinas, el camarón, el cangrejo, la libélula, surgiendo de una naturaleza fácil y regalada, donde jamás aparece la serpiente colérica ni el tigre”.

Se refiere, obviamente, a la parte en que Poey subraya cómo en las aguas del arroyo “la Inocencia está segura/ y duerme descuidada. / Ni escorpión amenaza muerte dura/ ni serpiente irritada. / No se ve de las fieras perseguido/ su reposo halagüeño, / ni del tigre feroz el cruel rugido/ interrumpe su sueño”.