Segunda Declaración de La Habana, reafirmación de la dignidad cubana

Por: Rafael Novoa Pupo

Entre los días 22 al 31 de enero de 1962 en Punta del Este, Uruguay, había sesionado la VIII Reunión de Consulta de Ministros de Relaciones Exteriores, que fuera convocada por el Consejo Permanente de la OEA, con el vil propósito de promover nuevas sanciones económicas y políticas contra el Gobierno Revolucionario cubano.

El presidente Osvaldo Dorticós y Raúl Roa, nuestro Canciller de la Dig­nidad, encabezaron la delegación cubana a esa cita, que pretendía el aislamiento diplomático de Cuba; el cese total del comercio con la Isla; y especialmente, su expulsión del Tratado Interamericano de Defensa Recíproca (TIAR), aduciendo como pretexto el vínculo con potencias extra continentales, y la incompatibilidad del marxismo-leninismo con los principios del Sistema Interamericano. En definitiva, el objetivo de la reunión, era expulsarnos de la Organización de Estados Americanos.

En respuesta a esa conspiración contra Cuba, en la tarde del 4 de febrero de 1962, más de un millón de cubanos colmaron la Plaza de la Revolución, al llamado que hiciera el Gobierno Revolucionario para constituir la Segunda Asamblea General Nacional del Pueblo, la cual aprobó la Segunda Declaración de La Habana, que reafirmó nuestra dignidad como nación libre, independiente y soberana, al tiempo que proclamaba la proyección y vocación latinoamericanista, de la Revolución Cubana.

Al dirigirse al país, el Comandante en Jefe anunció que el pueblo de Cuba se reunía en Asamblea General Nacional, para dar cabal respuesta a la maniobra, a la conjura, y al complot de nuestros enemigos en Punta del Este.

Seguidamente afirmó: “Tan desvergonzada, tan irracional, tan injustificada era su demanda, tan deprimente, tan desmoralizadora para los gobiernos allí representados, que algunos gobiernos se resistieron a aceptar, el máximo de las exigencias yanquis”.

En su complot, la máxima aspiración del gobierno de Kennedy para desacreditar al Gobierno Revolucionario en los planos político y diplomático, estaba cifrada en la Resolución titulada “Exclusión del actual Gobierno de Cuba de su participación en el Sistema Interamericano”, la cual fue aprobada con mayoría mínima de 14 votos afirmativos, lo que resultó escandaloso, ya que para lograrlo Estados Unidos tuvo que comprar el voto del representante, el dictador haitiano Françoise Duvalier, y del Gobierno uruguayo. Cuba votó en contra de dicha resolución y se abstuvieron seis países: Argentina, Brasil, Bolivia, Chile, Ecuador y México.

La aprobación de la resolución de exclusión, fue el paso previo para que el 3 de febrero de 1962, el presidente John F. Kennedy firmara la Orden Ejecutiva Presidencial No. 3447, que estableciera el bloqueo total del comercio entre Cuba y Estados Unidos.

Cuarenta y siete años después, como muestra palpable de las razones de Cuba y de que la historia estaba al lado de la Revolución, en junio del 2009, la 39 Reunión de la OEA aprobó la derogación de aquella injusta resolución que excluía a nuestro país del sistema latinoamericano. Sin embargo, aunque Cuba no aceptó regresar a esa desprestigiada organización, que Raúl Roa bautizara como un ministerio de colonias yanqui, no podemos dejar de reconocer que la derogación de aquel acuerdo fue un importante triunfo de la unidad latinoamericana, liderada por los países del ALBA.

La conmovedora Segunda Declaración de La Habana, se inicia con el pensamiento y el espíritu del Apóstol de la libertad de Cuba, rememorando fragmentos de la carta inconclusa que, en vísperas de su muerte, escribiera José Martí a su amigo Manuel Mercado y donde expresó: «Ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país, y por mi deber […] de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América. Cuanto hice hasta hoy, y haré, es para eso […] Viví en el monstruo y le conozco sus entrañas; y mi honda es la de David”. (Con información de Cubadebate y Ecured).