Por: Rafael Novoa Pupo
El 16 de febrero de 1959, en el palacio presidencial de La Habana, Fidel tomaba posesión como Primer Ministro del Gobierno Revolucionario. En aquel entonces solo habían transcurrido seis semanas del triunfo de la Revolución cubana, cuando se apreciaban situaciones críticas en el Gobierno Revolucionario y el pueblo, exigía respuestas y soluciones a los problemas sociales que tanto le aquejaban.
Mientras más avanzaba la Revolución, mayores eran los ataques de sus enemigos. El Gobierno de Estados Unidos, las agencias de prensa norteamericanas, la burguesía nacional, los asesinos, especuladores, chivatos y politiqueros del pasado régimen conjuraron una campaña que impidiera el avance revolucionario. Pero la decisión de la Revolución era una: continuar avanzando.
Así mismo, la crisis interna en el Gobierno Revolucionario se intensificaba sin que se vislumbrara una solución, por lo que se necesitaba una dirección de verdadero prestigio y arraigo popular. Es por eso que el ala más revolucionaria del Consejo de Ministros, llega a la conclusión de que Fidel Castro es la figura indicada para hacerse cargo del gobierno, como Primer Ministro. Su prestigio y autoridad moral ante los cubanos así lo demostraban.
En su discurso de toma de posesión del cargo, el Comandante en Jefe destacó su posición en las tareas y responsabilidades ante el pueblo, enarboló los principios revolucionarios y la perseverancia de lucha, para lograr las transformaciones económicas, políticas y sociales que llevaría a cabo la Revolución. Seguidamente expresó:
“Paradójicamente, en los instantes en que recibo este honor de ponerme al frente del Consejo de Ministros, no experimento sino una honda preocupación por la responsabilidad que se ha puesto sobre mis hombros, por la seriedad y la devoción que siempre he puesto en el cumplimiento de mi deber.
De cuantas tareas he tenido que realizar en mi vida, ninguna considero tan difícil como esta, ninguna considero tan preñada de obstáculos, ninguna considero tan dura de llevar adelante, porque estoy consciente de todas las dificultades, estoy muy consciente de todos los obstáculos».
“Los cargos, como cargos, no me importan; los honores, como honores, no me importan. Aquí, desde esta posición, sigo siendo el mismo ciudadano que he sido siempre. Como ciudadano, no me diferencio en nada de cualquier otro ciudadano. Soy igual que cualquier otro modesto y humilde cubano, solo que un cubano con las mismas facultades que otro cubano cualquiera a quien se le ha asignado una grande y difícil tarea”.
“El pueblo tiene que estar muy consciente de que el camino es difícil, que el camino es largo, que el camino es fatigoso, que tenemos que sudar mucho la camisa luchando. Y que no solamente hay que tener esa idea presente, sino que hay que estar siempre alerta y no dejar que el entusiasmo muera. Porque esta obra grande que se ha impuesto el pueblo de Cuba no es obra de pueblos mezquinos, sino de pueblos grandes como el nuestro”.
Fidel en su discurso de asunción del cargo estableció también el rumbo futuro de la nación, sin desconocer los peligros y obstáculos que tendría por delante.
No obstante, una vez que terminara el acto público, comenzó la primera sesión del Consejo de Ministro. Allí llegarían las leyes más radicales de esa primera etapa, cuyo punto más alto sería la aprobación de la Primera Ley de Reforma Agraria; se aprobó un proyecto de ley por el que se suprimió total y definitivamente la Renta de la Lotería Nacional, de tan triste historia de peculado y corrupción, y en su lugar se creó el Instituto Nacional de Ahorro y Vivienda.
Todo un grupo de medidas y proyectos sociales, han devenido de aquel memorable acto, hace 62 años, de la pujanza y valentía de Fidel, quien permitió el surgimiento de una sociedad más justa, alejada de los vicios, y que cambió la vida de un pueblo para siempre. (Con información de Cubadebate y Ecured).