Francisco Vicente Aguilera, el general que luchó y soñó por ver a su patria libre

Por: Rafael Novoa Pupo

Francisco Vicente Aguilera y Tamayo, nació el 23 de junio de 1821 en Bayamo. Fue Mayor general, abogado y político, que luchó en la guerra del 68. Poseía una gran fortuna que sacrificó por la libertad de la Patria; además fue propietario de ingenios, fincas, abundante ganado y grandes haciendas. Así mismo fue un cubano dotado de un noble corazón, y excelentes sentimientos patrióticos.

Trataba como iguales y con respeto y consideración a las personas más humildes, por lo cual era muy querido. Siempre rechazó los numerosos cargos públicos y empleos que le ofrecían los gobernantes y autoridades coloniales de la Isla. Incluso, el de «Regidor perpetuo del Ilustre Ayuntamiento de Bayamo». Se incorporó a las fuerzas insurrectas, en las que alcanzó el grado de Mayor General y desempeñó primero el cargo de Secretario de Guerra, y luego el de Vicepresidente de la República en Armas.

En 1867 fundó el Comité Revolucionario de Bayamo. Su pensamiento revolucionario se radicalizaba. Se discutía la fecha del alzamiento, subordinándola a la existencia de pertrechos militares con que enfrentar al Ejército español. Aguilera era de la opinión que debía posponerse para poder acopiar armas. Y es en este momento cuando se compromete a trasladarse a los Estados Unidos y regresar antes del 24 de diciembre, fecha máxima aceptada por los conspiradores para pronunciarse, con suficiente material de guerra para dar comienzo a la Revolución. Los hechos se precipitaron y el 10 de octubre de 1868, en el Ingenio La Demajagua, Céspedes protagonizó el alzamiento.

Ya en la guerra, Aguilera ocupó importantes responsabilidades político-militares. Carlos Manuel de Céspedes, decidió enviarlo a Estados Unidos para unificar a los emigrados y lograr el envío de expediciones con logística, con las cuales abastecer las tropas del Ejército Libertador.

Aguilera partió a cumplir esta misión, a pesar de las opiniones contrarias de sus amigos que insistían que era una habilidad política del Presidente para alejarlo de la escena política cubana, quitarlo como posible rival, y aspirante a la presidencia. A pesar de estos criterios, estaba convencido de que en esos momentos la Patria era allí donde lo necesitaba, para resolver los problemas existentes.

En una época en la que eran comunes las divisiones, las pujas y las intrigas, muchos no pudieron entender otra de las decisiones de Aguilera: reconocer a Carlos Manuel de Céspedes, como el líder de la Revolución.

Todo esto le valió para que Céspedes lo nombrara más tarde General de División. Tiempo después se le confieren por sus méritos el grado de Mayor General y luego los cargos de Lugarteniente General de Oriente, Secretario de Guerra y Vicepresidente de la República en Armas.

Precisamente con ese alto cargo partió a Estados Unidos en 1871, país en el que, entre otras misiones, debía de zanjar las diferencias irreconciliables entre dos facciones de emigrados cubanos que decían apoyar la Revolución.

Tras la absurda deposición de Céspedes en 1873, Aguilera hubiera asumido la presidencia de la República, pero cuando le comunicaron esa posibilidad, señaló que no retornaría a la patria hasta que no trajera una gran expedición de armas, algo por lo que luchó con su alma.

La afirmación no nace como un cumplido. Los hechos lo demostraron en el primer semestre de 1875 cuando salió hacia Cuba como líder de la expedición del vapor Charles Miller, pero infinidad de problemas en la navegación hicieron retornar el barco a Nueva York, la ciudad donde se había radicado.

El período vivido en la emigración contribuyó a radicalizar su visión sobre los Estados Unidos. Muchos cubanos soñaban con la ayuda de este país para el logro de la independencia. Allí trató con hombres de un profundo pensamiento latinoamericanista como el puertorriqueño Eugenio María de Hostos, con quien compartió una profunda amistad, lo que le permitió ser también, el fundador del pensamiento latinoamericanista cubano, al plantear la necesidad de crear una Confederación Antillana que le hiciera frente a la política expansionista de los Estados Unidos.

Escaso fue el dinero que pudo recaudar Aguilera en los primeros meses de su estancia en Nueva York. Por eso decidió en junio de 1872, iniciar un periplo por Europa. Le habían prometido que los capitalistas cubanos emigrados en Francia le financiarían una gran expedición.

La realidad fue diferente, y comenzó a padecer desaires, subterfugios, el dinero no fluía, las discusiones se dilataban, y los burgueses, temerosos de que sus propiedades fueran embargadas, no contribuían, o querían hacerlo sin que se supiera su nombre y por ello las cantidades que entregaban eran irrisorias. Estas limitaciones lo convencieron de que no podía obtener los recursos necesarios en París, pero aún así continuó insistiendo. Se convirtió en un misionero por la independencia de Cuba.

Su estancia en Europa le posibilitó establecer una ruptura que quizás hubiese sido imposible de concebir en otro momento, porque tal vez pensó que todos los propietarios cubanos tenían la misma decisión que él en sacrificar su fortuna, y bienestar por la independencia de la Patria.

Su retorno a Nueva York significó continuar trabajando en el envío de una gran expedición a Cuba. Su peregrinaje nuevamente por los Estados Unidos lo puso en contacto con la burguesía cubana que había enfrentado a la metrópoli española. Inició un recorrido por ciudades norteamericanas con el objeto de buscar un vapor que lo trasladase a Cuba, así como para recaudar dinero. Visitó Baltimore, Filadelfia, Nueva Orleans y Cayo Hueso.

Fue tanto el padecer de Aguilera, que finalmente, al no poder armar una gran expedición y carente de recursos, decidió regresar a Cuba.

El 22 de abril de 1876 efectuó su último intento. Llegó a Las Bahamas, donde pretendía abordar el Buque Anna, y al no encontrarlo se dirigió a Nassau. El 12 de junio embarcó rumbo a Haití. El viaje resultó imposible. Arribó nuevamente a Nueva York el 15 de agosto de 1876. Ya se encontraba gravemente enfermo del cáncer de laringe que lo aquejaba, pero aún así insistía en volver a la Patria, aunque fuera en un bote.

El 22 de febrero de 1877 Francisco Vicente Aguilera falleció en Nueva York, mientras trabajaba por la unidad de la emigración cubana rodeado de su esposa e hijos, sin haber podido cumplir su mayor anhelo: libertar a su Patria; ni su sueño de regresar a Cuba, con una fuerte expedición.

Los restos de Aguilera reposan en Bayamo desde 1910. En 1958 fue inaugurado el mausoleo en homenaje al patriota, en cuya base reposan sus restos. Cerca de este se levantan las figuras de otros bayameses ilustres, por lo que el conjunto monumentario se llama Retablo de los Héroes.

Desde ese lugar, Aguilera mira a los suyos no como fría roca, sino como hombre vivo y luchador. Desde su corazón parecen trepidar las palabras que le enviara a su compatriota José María Izaguirre cuando expresó:

“El día que tengamos Patria, no tocaremos las ruinas de nuestro viejo Bayamo, las conservaremos tal y como están, que nuestros descendientes vean de lo que eran capaces sus abuelos”. (Con información de Periódico La Demajagua y Ecured).