Juan Clemente Zenea, alto representante del romanticismo cubano

Por: Rafael Novoa Pupo

A 189 años de su natalicio, un reencuentro con la vida del sobresaliente poeta romántico Juan Clemente Zenea y Fornaris, nacido en Bayamo el 24 de febrero de 1832, sigue siendo un enigma, las razones que lo llevaron a la muerte frente al paredón de fusilamiento, el 26 de agosto de 1871, en la principal fortaleza española de La Habana.

Y ello lleva a pensar, que más que la fecha de su nacimiento, la poesía y su vida, marcadas desde muy temprano por los ideales libertarios y apasionados del romanticismo como fenómeno literario, cultural y hasta social en auge desde principios del siglo XIX, tuvieron una influencia muy marcada en su destino.

El exquisito bardo criollo, muerto bajo la descarga colonialista, había arribado a su tierra natal en 1870 desde Estados Unidos, país en el que residía de manera estable desde 1865, ejerciendo el periodismo político, escribiendo poesía y literatura, y vinculado a organizaciones patrióticas cubanas que perseguían la independencia de la Isla, algunas con un claro espíritu reformista, e incluso anexionista, respecto a la nación norteña.

Según historiadores, Zenea era abiertamente partidario del cese del yugo colonial, una actitud patriótica en una persona perteneciente a un pueblo que por entonces empezaba a acrisolar su idiosincrasia y nacionalidad, en hirviente proceso que llevó años.

Tras el Grito de Yara y comienzo de la Guerra de los 10 años en octubre de 1868, Zenea se había involucrado en varios intentos de expedición que debían traerlo de vuelta a su tierra para incorporarse a las acciones libertarias, las cuales todas fracasaron, y tras los fallidos intentos, al parecer aceptó una doble misión que le permitiría llegar finalmente como soñaba, a su amada Cuba.

Una de las misiones fue la dada por el embajador de España en Estados Unidos, quien le encargó ofrecer la autonomía a los cubanos, si llegaban a un acuerdo de deponer la beligerancia y la otra, considerada la verdadera por algunos investigadores e historiadores, era que Juan Clemente Zenea había venido a la Isla por cuenta propia, como independentista real que siempre fue, y había tomado el respaldo del diplomático español como medio para concretar su viaje.

Esta explicación plausible, aunque no confirmada toma en cuenta su coherencia con el manifiesto ideario patriótico e independentista del poeta cubano, al razonar que secretamente él intentó burlar a su mecenas, aunque por un noble fin. Entonces el azar le pasó la cuenta, y lo pagó muy caro.

Zenea fue apresado cuando regresaba de una entrevista con Carlos Manuel de Céspedes, presidente de la República en Armas y jefe de la insurrección que iniciara en Demajagua en 1868. Iba acompañado por la esposa del Padre de la Patria, Ana de Quesada.

El poeta conspirador, portaba un salvoconducto entregado por el embajador de la metrópoli en el país norteño, que no le sirvió de nada en la isla gobernada por el temible Conde de Valmaseda, Blas de Villate y de la Hera, que ignoró la intromisión o desafuero de su compatriota destacado en Estados unidos.

Durante el largo proceso penal que se le siguió en condiciones de aislamiento en las mazmorras de la fortaleza San Carlos de la Cabaña, Zenea no aportó ninguna información que lograra comprometer la ubicación y condiciones del campamento mambí, o del supuesto encuentro sostenido por la máxima autoridad de las huestes libertarias. No se le puede culpar de traición a la Patria.

A pesar de las inhumanas condiciones de su cautiverio se dedicó a escribir poesía, de la cual llegó a acabar 16 obras, publicadas póstumamente en 1874 en el libro “Diario de un mártir”.

La obra literaria de Zenea, dentro de la que brilla su poética de un hondo lirismo, lo ubica entre los más lustres creadores del siglo XIX cubano, junto a sus maestros José María Heredia y José Jacinto Milanés, quienes influyeron en él en sus comienzos, además de la notoria savia que les aportó el hecho de haber estudiado desde los 13 años y de haber trabajado luego en el colegio San Salvador, de José de la Luz y Caballero.

Huérfano de madre, pero proveniente de una familia de padre español, acomodada, en 1845 estuvo como pupilo bajo la inestimable influencia del pedagogo José de La Luz y Caballero.

A los 14 años comienza a destacarse por sus creaciones líricas, y a pesar de ser sobrino del bardo bayamés José Fornaris, Juan Clemente se consideró autodidacta en cuanto a creatividad.

En sus años juveniles, además de hacer poesía, colaboró haciendo periodismo político y literario con diferentes publicaciones. En 1852 debe emigrar a Estados Unidos, por sus opiniones críticas al nepotismo español.

Un año después, en 1853 fue condenado a muerte, pero esa pena resultó conmutada por una amnistía, lo que le permitió volver a su tierra natal y quedarse como profesor de inglés hasta 1865.

En La Habana y luego en Nueva Orleáns, estuvo con la actriz y poetisa estadounidense Adah Menken, a quien dedicó su hermoso canto de amor llamado “Fidelia”: “¡Yo no soy el que era entonces/Corazón en primavera/Llama que sube a los cielos/Alma sin culpa ni penas!” … Perdurable por siempre Juan Clemente Zenea. (Con información de TV Granma y Ecured).