Durante la noche del 11 de marzo de 1949, un grupo de marines estadounidenses borrachos, procedentes de naves ancladas en la bahía de La Habana, profanaron la estatua de José Martí en el Parque Central de la ciudad.
Esa noche los escándalos y excesos de los tripulantes yanquis parecían ser una jornada más, a la que los habaneros y residentes de otros puertos de la Isla, parecían haberse acostumbrado ante el arribo de los barcos de guerra para regocijo de los regentes de prostíbulos, traficantes de drogas, y de negocios sucios diseñados para satisfacer los más bajos instintos, de aquella marinería.
Para entonces gobernaba el país Carlos Prío Socarrás, y su coalición política el Partido Auténtico que, traicionando la Revolución anti machadista, de la que el mandatario se auto titulaba seguidor, instauró la corrupción galopante, el pandillerismo, y un anticomunismo visceral, que condujo a la muerte de los líderes obreros Jesús Menéndez y Aracelio Iglesias, entre otros.
Así se consolidó el destino de gigante lupanar para la bella urbe caribeña, desde que en diciembre de 1945 los jefes de la mafia norteamericana, Lucky Luciano y Meyer Lansky, se reunieron en el Hotel Nacional, con el beneplácito y participación del propio presidente auténtico y decidieron que parte de sus negocios asociados a la droga, la prostitución y el juego ilícito se asentarían en Cuba.
Ese era el contexto social de la noche del 11 de marzo, cuando tres integrantes de la flotilla encabezada por el portaviones Palau, intentaron escalar la estatua de José Martí en el Parque Central de La Habana, y uno de ellos llegó a sentarse sobre la cabeza, y la usó de urinario, mientras los otros dos lo aclamaban con grotescos gritos, desde el suelo.
Solo la intervención de la policía los salvó de una golpiza, al reprimir al pueblo que espontáneamente quería tomar la justicia por su cuenta contra los profanadores, los cuales fueron llevados bajo la protección de los carros patrulleros a la Estación de Policía de Dragones y Zulueta. Allí, horas después, un oficial de las fuerzas navales norteamericanas los recogió.
El hecho, sin precedente en el país, fue recogido por un fotógrafo que brindaba sus servicios en los centros nocturnos de la zona, y quien vendió las imágenes a la prensa nacional que reflejó el hecho, principalmente denunciado por el diario Hoy, del Partido Socialista Popular, lo que provocó una conmoción de rechazo nacional, a tal afrenta.
En las primeras horas del 12 de marzo, el Parque Central acogió un acto público de desagravio al Héroe Nacional, en el que participaron oradores de la Federación Estudiantil Universitaria, del movimiento obrero y organizaciones de izquierda, en tanto decenas de coronas de flores eran depositadas en la base al monumento.
Mientras tanto, el ministro de Relaciones Exteriores del régimen trataba inútilmente de aplacar la situación, y llegó al extremo de sufragar la corona de flores que envió el embajador norteamericano al monumento del Apóstol, y que duraría poco tiempo antes de ser destruida, por el pueblo.
Luego de que usaron de la palabra los oradores del acto popular, alguien lanzó la consigna de “A la embajada norteamericana” y cientos de manifestantes emprendieron el camino por la calle Obispo hasta la sede norteña, que en esa época estaba situada en el edificio de J.Z. Horter, en la Plaza de Armas, donde se encuentra ahora la Biblioteca Rubén Martínez Villena.
La Plaza de Armas, se colmó con una enardecida multitud bajo el lema de Abajo el imperialismo y de rechazo a los profanadores de la memoria de Martí. Al principio el embajador norteamericano, Robert Butler, rodeado de guardaespaldas, trató infructuosamente de disuadir a los manifestantes.
La zona fue acordonada por fuerzas de la policía que golpearon a los participantes, y se ensañaron en los dirigentes y miembros de la FEU, entre los que se destacaba un joven nombrado Fidel Castro, quien plantó cara a los esbirros, junto a sus compañeros de luchas estudiantiles, Braudilio Castellano, y Alfredo Guevara.
Ante la gravedad de la situación, las autoridades cubanas que, por supuesto no procesarían a los marineros, acordaron con el mando de la flotilla de la marina estadounidense que los tres infractores volvieran a su barco y regresaran a su país rápidamente, junto con el resto de las tripulaciones, lo cual estimuló aún más la repulsa popular.
Este acontecimiento, aunque concluyó sin que se aplicara la justicia contra los profanadores, sirvió para integrar las fuerzas patrióticas y antiimperialistas de la época, y fue una de las primeras acciones de la Generación del Centenario, que haría posible el triunfo del Primero de enero de 1959.
A 72 años de esta profanación, el imperio estadounidense en su presente campaña de restauración de regímenes sometidos a sus designios en la región, sin excluir la intervención directa de sus marines, intenta infructuosamente que se olviden este, y todos sus capítulos de agresiones. (Con información de Periódico Adelante y Ecured).