A finales de noviembre llegó a México el primer embarque de la vacuna cubana contra la COVID-19. Llamada Abdala, ésta es una de las tres vacunas cubanas –junto con Soberana 2 y Soberana Plus– autorizadas por la Comisión Federal para la Protección contra Riesgos Sanitarios (Cofepris). Las vacunas cubanas se suman así a las otras nueve –incluyendo Pfizer-BioNtech, Moderna y Johnson & Johnson (EU), AstraZeneca (Inglaterra) y Sinovac (China)– también autorizadas por este organismo para uso de emergencia en México
A primera vista parece sorprendente que Cuba, país pobre, asediado por el bloqueo estadunidense de seis décadas y que vive una aguda crisis económica, aparezca al lado de grandes potencias como Estados Unidos, Inglaterra y China, en la lista de países que desarrollaron su propia vacuna. Estudios recientes no sólo han destacado la gran efectividad de las vacunas cubanas –sobre 95 por ciento para prevenir casos severos y muerte por la COVID-19–, sino que Cuba sobresale por su alto nivel de vacunación.
A principios de este año, cerca de 86 por ciento de su población había recibido ya las tres dosis de su vacuna, un nivel sólo superado entonces por Emiratos Árabes Unidos. Cuba además fue el primer país en vacunar masivamente a niños de hasta dos años de edad, proceso que redujo la letalidad de la pandemia en la isla ya que si bien la COVID-19 no los afecta con igual seriedad que a la gente mayor, los pequeños sí son fuente de transmisión.
Cuba lleva desde los años 80 desarrollando medicamentos y vacunas tanto para su propia población como para exportación y donación a otros países del mundo. El Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología y el Instituto Finlay de Vacunas gozan de una reconocida trayectoria en el desarrollo de vacunas eficaces y seguras.
Entre ellas destacan la primera vacuna desarrollada a escala mundial en contra del meningitis meningocócica (MenB), aplicada en Cuba desde 1989; la vacuna contra Haemophilus influenzae tipo b (Hib), administrada en Cuba desde 2003; y la vacuna contra el hepatitis B, usada en Cuba desde 1992. Esta última fue la primera vacuna recombinante en el mundo autorizada por la Organización Mundial de Salud.
La infraestructura, experiencia, y avances en la creación de estas vacunas formaron la base para desarrollar las vacunas contra la COVID-19. A diferencia de la nueva tecnología ARNm (ácido ribonucleico mensajero) utilizada por Pfizer y Moderna que está diseñada para enseñar a las células a producir una proteína que, si el cuerpo se infecta, provoca la respuesta inmunológica, las vacunas cubanas se basan en un método más tradicional.
Contienen una parte de la proteína que el coronavirus usa para unirse a las células humanas lo cual, al ser administrada, genera anticuerpos que bloquean esta unión. El método cubano tiene tres grandes ventajas: es más económico, es más fácil de reproducir, y las vacunas no requieren el ultra-congelamiento necesitado por las de ARNm. Estas características hacen más factible vacunar a la población mundial, sobre todo en países pobres.
Dentro de las múltiples injusticias desenmascaradas por la pandemia está la desigualdad mundial que permitió a los países ricos adquirir y administrar vacunas de sobra para su población, mientras los países pobres fueron obligados a esperar. Para febrero de 2022, a casi dos años de haber sido declarada la pandemia, sólo 9.5 por ciento de la población de países pobres había recibido una dosis de la vacuna. Otra gran injusticia es la fortuna que adquirieron las industrias farmacéuticas.
No obstante la inmensa inversión del sector público de la que fueron dotadas para desarrollar sus vacunas, las farmacéuticas junto con los gobiernos de EE.UU., Gran Bretaña y Canadá, bloquearon intentos por liberar la fórmula para que éstas se pudieran producirse masivamente. En noviembre de 2021, cuando estas industrias se preparaban para su convención anual, tan sólo Pfizer-BioNTech y Moderna estaban generando ganancias de 65 mil dólares cada minuto. Mientras, menos de uno por ciento de las vacunas de la primera y apenas .2 por ciento de las de la segunda, habían sido entregadas a países pobres.
Entre las razones que citan los científicos y funcionarios cubanos por haber tomado la decisión de orientar toda su capacidad hacia la producción de sus propias vacunas es que no confiaban en que las pudieran adquirir de la comunidad internacional. Su experiencia con el bloqueo estadunidense –que también sanciona a terceras partes si hacen negocios con Cuba– les daba más que buenos motivos para dudar. El imperio no se quedó cortó negándose a relajar aunque fuera mínimamente, sus inhumanas sanciones en un momento de emergencia sanitaria sin precedente.
La apuesta de Cuba ha dado resultados, no sólo para su propia población, sino para la de otros países, cuyos pueblos Estados Unidos también insiste en castigar. Cuba ha enviado sus vacunas a Venezuela, Siria, Nicaragua y Vietnam; Soberana 2 se está produciendo en Irán. Además, desarrolló acuerdos con otros países para transferir su tecnología y proveer las vacunas a bajo costo.
En condiciones sumamente adversas Cuba sigue sorprendiendo al mundo: con sus brigadas médicas internacionales, con sus innovaciones de medicina, con los altos índices de salud de su población. Sus vacunas contra la COVID-19 son otro recordatorio de lo que se puede lograr, si no se opera bajo la lógica capitalista. (Tomado de Cubadebate).