José Martí Pérez: Las verdaderas dimensiones de la libertad

Escultura dedicada a Rafael María de Mendive y su alumno José Martí, del artista José Villa Soberón. Foto: Internet.
Escultura dedicada a Rafael María de Mendive y su alumno José Martí, del artista José Villa Soberón. Foto: Internet.

En tiempo de crisis se subvierten la mayoría de los conceptos que expresan los fenómenos sociales. Siempre será menester sacudir lo sucio que a ellos se pega, para que lo irracional caiga a tierra

Por: José F. González Curiel

La libertad es un concepto llevado y traído por todas las tendencias políticas a escala universal, en todos los tiempos; mucho más en los que corren, teñidos de una profunda crisis estructural y funcional de todo lo instituido.

No solo la economía es inestable. Los desequilibrios profundizados por pandemias, clima, desastres naturales y por la propia acción del hombre condicionan una marcada tendencia al irracionalismo, la anarquía y la subversión de los valores tenidos como los más sagrados en determinadas culturas.

Parece que el mundo se abre, que cada cual tira de la cuerda para su lado con el único afán de vencer a quien hala por la otra punta. El “yo” suplanta todo proyecto colectivista y pone matices en cada mirada, que en muchas oportunidades modifica las propias esencias de la turbia realidad.

El concepto de libertad es un ejemplo; tirado de aquí para allá, cuya traza describe una tela de araña de enfoques diferentes, tenidos cada uno como el mejor, según los intereses de quien lo usa.

De libertad hablan los centros de poder para ejercer; las llamadas clases medias para reacomodar; los pobres para salvar; los terroristas para justificar; los libertarios para convencer y los contrarios para acusar. Por eso se ha de buscar las verdaderas dimensiones de la libertad.

LA HERENCIA ASUMIDA POR JOSÉ MARTÍ

Libertad y democracia se plantaron como banderas en la plaza del Ágora para ser símbolos supremos del ideario esclavista que tenía como centro al poderoso, tan dueño de los instrumentos como de los seres esclavizados.

Libertad es palabra enturbiada en un medioevo de monarcas y “nobleza”. Con apego a la fe se hizo y se deshizo con la cruz al pecho y la espada al cinto, no solo en las cruzadas y en el tribunal de la Santa Inquisición.

Libertad fue el centro de las preocupaciones de un renacimiento cuyos hijos fueron llevados a la hoguera sin que se pudiera llegar más allá de un imaginario concepto apartado de toda concreción.

Libertad fue el eje de toda creación humana en tiempos de la modernidad, principio elemental de aquellos ideólogos que tomaron por escudo el progreso, la ciencia nueva y la educación experimental en contra de los reyes, la fe y la memoria.

Lo mejor del pensamiento occidental de los siglos XVIII y XIX ajustó este concepto a la manera que tienen los hombres de obrar bien en el mundo, teniendo como condición el conocimiento y la sabiduría de sus leyes naturales y sociales.

La ilustración de los hombres no fue solo una consigna vacía; fue el fundamento primero de los que forjaron las nacientes repúblicas en la búsqueda de la verdadera libertad, más allá de su dimensión puramente política.

Los tratados que los liberales europeos, sobre todo los franceses, escribieron y defendieron con el fin de llevar a la práctica las revoluciones burguesas fueron una mezcla promiscua de política, leyes, ética, ciencia, modernización tecnológica y reformas educacionales, como mejor manera de alcanzar la perfección del hombre y la sociedad.

Francis Bacon recrea en su edulcorada obra La nueva Atlántida aquella isla a la que llega una expedición perdida bajo un vendaval, donde todo funciona a la perfección gracias a los altos niveles de instrucción que tienen sus ciudadanos.

Es una idea que se repite obra tras obra y que tuvo, tal vez, su máxima expresión en El contrato social, del francés Jean Jacques Rousseau.

Fue todo un movimiento cultural y político en favor de la libertad y la democracia, entendida en una dimensión que supera la posibilidad individual de hacer lo que el antojo dicte o de elegir a uno u otro gobernante. Libertad en la modernidad es el corazón de la armonía entre el hombre, la sociedad y las instituciones, que tiene como fundamento la sabiduría para el buen actuar.

JOSÉ MARTÍ: SER CULTOS PARA SER LIBRES

José Martí recibió desde su niñez y adolescencia las influencias ilustradas de personalidades, maestros e instituciones que sostenían las ideas de la modernidad en medio de La Habana, capital de una isla que tenía en la independencia del dominio español la única forma de acceder al progreso.

No solo de las enseñanzas y la biblioteca de Mendive bebió la educación ilustrada. Desde niño tuvo la viveza de apegarse a los mejores libros y a las corrientes de vanguardia, traídas a la isla por los aires de fomento que los plantacionistas criollos y los sectores progresistas hicieron soplar para el beneficio de la juventud estudiosa.

Luego el destierro a una España que se debatía entre la monarquía y la república, de España a París, América y Estados Unidos. Contextos y labores que le acercaron a lo más progresista del pensamiento universal y le posibilitaron forjar conceptos propios para sus auténticos proyectos liberadores.

En su temprano escrito de fondo aparecido en el volante El diablo cojuelo, titulado “O Yara o Madrid”, cuestiona la libertad entendida como hacer lo que cada uno quiera en el marco de un gobierno que proclamaba por decreto un grupo de concesiones para los cubanos como forma de acallar las revueltas.

“Esta dichosa libertad de imprenta —escribió Martí—, que por lo esperada y negada y ahora concedida, llueve sobre mojado, permite que hable usted por los codos de cuanto se le antoje, menos de lo que pica; pero también permite que vaya usted al Juzgado o a la Fiscalía, y de la Fiscalía o el Juzgado lo zambullan a usted en el Morro, por lo que dijo o quiso decir”.

Esos límites fueron reiterados como concepto una y otra vez en sus escritos, cartas y discursos. “El corcel de la libertad nació con bridas”.

Uno de esos límites está en vivir en suelo ajeno. “La libertad espléndida es mentira/ Si se goza en extranjero suelo”, le escribió en agosto de 1876 a Rosario Acuña, una mujer a la que amó.

Más allá de la libre determinación, Martí enfocó también la libertad como conocimiento del universo para entenderlo y obrar bien en él, lo cual tiene su máxima en “ser cultos para ser libres”.

Con ojo crítico denunció las diferencias entre las revueltas irracionales y las revoluciones verdaderas, como forma de tapar las bocas de quienes justifican cualquier alboroto anárquico en nombre de la libertad, mucho más si es tejida desde trinchera ajena.

“Las redenciones han venido siendo formales; es necesario que sean esenciales. La libertad política no estará asegurada, mientras no se asegure la libertad espiritual. Urge libertar a los hombres de la tiranía, de la convención, que tuerce sus sentimientos, precipita sus sentidos y sobrecarga su inteligencia con un caudal pernicioso, ajeno, frío y falso”, escribió en su comentario al libro La democracia práctica, de Luis Varela, publicado en la Revista Universal, de México, en agosto de 1876.

Y continuaba: “Ciencia y libertad son llaves maestras que han abierto las puertas por donde entran los hombres a torrentes, enamorados del mundo venidero”.

Y para los que pisotean el criterio ajeno en nombre del propio, cayendo en las mismas posturas que critican, escribió Martí en una de sus cartas a su amigo Fermín Valdés: “(…) nadie a la libertad tiene derecho cuando no hace hábito y gala de respetar la libertad ajena”.

A la distancia de un siglo y medio de toda esta herencia martiana, la manera de ser libre sigue siendo un dilema no superado, matizado siempre por los intereses concretos de quien la enarbole, pero el verbo ardiente y el sano juicio de Martí siguen siendo la mejor coraza contra toda subversión de las verdaderas dimensiones de la libertad, que debemos defender no solo con machetes. (Tomado de Escambray).