Héctor Miranda Reguera

Héctor Miranda Reguera. Foto tomada del blog «A toro pasado»

Héctor Mirada es el poeta más famoso y emblemático de Trinidad de Cuba. Nació en 1956 y es uno de los poetas locales más laureados y publicados, también es uno de los más reconocidos.

Tiene publicados 4 libros de versos, a saber:
1-El tibio secreto de la palabra viento (1991)
2-Manual de las brujas (1997)
3-Última reflexión en la colina (1997)
4-El pez en la colina (2001)

Todos estamos de acuerdo en considerarlo nuestro ídolo local de la poesía. Pero sobre todas las cosas, Héctor es mi amigo, uno de esos amigos insustituibles e inimitables. Esta foto se la hice en su casa la última vez que lo vi. Allí sentado en su butaca, hemos conversado millones de veces de nuestras cosas. Su casa, aunque bastante destartalada, siempre fue el refugio de rockeros, poetas, rosacruces, amigos de tragos, y seres de los más disímiles pelajes. Pasar por allí significaba casi siempre, sumarse a tertulias improvisadas donde nos la pasábamos genial con la presencia de tan singular anfitrión.

A pesar de su escasa formación académica, (me refiero a títulos universitarios y demás) Héctor Miranda es un hombre de vasta cultura. En cuanto entablas con él una conversación sobre literatura, adviertes que ha leído mucho y de todo un poco.
Poéticamente hablando, ha sido capaz de buscar influencias en lo mejor de la poesía española de sus tres grandes momentos: el siglo de Oro, la generación del 98 y la generación del 27.

Ha pasado ya más de un año desde la última vez que lo vi. Su salud un tanto debilitada por la mala vida que siempre se ha dado, empezaba a machacarle, sobre todo la vista. Temía perder completamente la visión.

Sin embargo, seguía tan enamorado del verso como siempre, y tan propenso a enamorarse de cuanta chica hermosa se le acercara.

Por todos es conocida su afición al alcohol, con la cual hace años pretende borrar el lado más triste de su memoria.

Pasaba yo a menudo por su casa, situada en la calle del Aguacate, y me lo encontraba bebiendo en soledad, o a veces compartiendo lo que fuera, casi nunca bebidas “decentes” con sus amigos y admiradores. Me sentaba y comenzaba la cháchara, que se extendía durante horas.
A veces salíamos a la calle y gritábamos: ¿Algún testigo de Jehová, que quiera venir a discutir de la Biblia?

Nos divertíamos mucho. Miranda es un hombre de un fino humor, el cual no pierde, ni siquiera llevando la cabeza sumergida en alcohol.

Recuerdo que una vez me contó que tenía encima una maldición que consistía en que siempre le ocurrían desgracias el día de su cumpleaños. Yo no quise creerle, así que le dije:
-El día de tu próximo cumpleaños, vendré a invitarte a cenar, y nos pasaremos el día juntos.

Así lo hice. Nos fuimos de paseo. Lo llevé a comer al CUPET, una cafetería con servicio en “moneda dura”, y una vez allí le dije que comiera y bebiera todo lo que quisiera. Fue una hermosa velada. Casi ya lo había convencido de que el hechizo se había roto. Lo dejamos en su casa y nos marchamos.

Al día siguiente Héctor se despertó con deseos de beberse una taza de café, pero como no había en su casa, salió a la calle a comprar. Pero por desgracia para él, salió sin camisa, algo típico de él, y la policía lo sorprendió y le puso una multa, puesto que en Cuba sólo se puede ir sin camisa en las zonas de playa.
En cuanto me vio, me dijo: “¿Ya ves que la mala suerte me persigue? Si no fue el día de mi cumpleaños, Dios me lo guardó para el día siguiente.

No quiero terminar estas palabras sin ofrecerles uno de sus poemas más famosos. Que lo disfruten.

ÚLTIMA REFLEXIÓN EN LA COLINA

He esperado por Dios sentado en el camino,
le veo andar de noche por la playa,
perseguido por todas las nostalgias del mundo.
He llorado y no sé si las lágrimas puedan
contener el azul que siempre nos devora.
He esperado por él sentado en la ventana
y es su ruido de amor apenas lo que llega
como un sordo latido de corazón cansado,
algún color sin nombre, un rumor sin fronteras.
Como un árbol que crece, patria donde los vuelos,
aire de tren lejano en aldeas de sueño.
He llorado por ti, que no alcanzas a verme,
que no puedes tocarme, perdida en la engañosa
lucidez de tus gestos, extraviada en la simple
suerte de los mortales.
Alguien abre la luz que da al mar y la vida
es un hombre sin manos que acuna su esperanza,
es el que estuvo siempre en el mejor intento,
en el roce más hondo,
y todo era cristal cuando debió ser sombra,
y su boca de amante ordenaba el crepúsculo
para que no perdiéramos
el precario equilibrio de nuestras oraciones,
para que no apostáramos a la muerte
del hombre que creyó en el amor,
y nunca más volvió, borrados los caminos.
En mi bolsa me quedan sólo cuatro canciones,
No le temo al silencio ni a las olas del sueño,
en mi sombra descubro la luz de otros paisajes,
las colinas lejanas de mi primera muerte,
en mi torre de huesos no me tocan las aguas,
ese río soy yo y navego conmigo.
No me llames, no intentes conjurar mi saliva,
soy una flecha rota dibujada en la piedra,
un hombre en la colina.
La vejez de mis ojos pesa en todas mis horas,
La espuma me persigue y yo no doy contigo,
tan inmensa es la dicha.
Cuando voy a los puertos los barcos cantan solos,
se quejan por sus viejas heridas de salitre.
Yo me parezco a ti de tanto que he nacido
de tanto que he partido en busca de los hombres,
pero los hombres nunca están donde los mapas,
hacen tenues dibujos de los ríos en la niebla,
soy un hombre sin rostro que no encuentra palabras,
confundo las canciones que descifran la vida.
Ahora parten de mí los ojos que no tuve,
camino por el bosque, pero nadie me ve,
no estoy en las baladas ni en pálidas muchachas,
no tengo minerales, ni duendes, ni escondrijos,
un hombre nada más, que camina en el bosque,
una suma pequeña de hambre y desaliento,
y yo no doy contigo perdido en esta historia,
y yo no doy contigo mientras salmodio en el frío.
La colina es eterna: tú y yo, sólo pretextos,
Su amor es como un río cálido que nos mira,
Va alisando los pliegues, las roturas, el miedo,
Nos eleva a su rostro como una madre tierna.
Callado y sonriente, la savia de los días le salpica los árboles,
Árboles detenidos en alguna palabra,
un gesto, algún aroma que ahora no recordamos
porque el tiempo no importa.
No importa, ni me invento esta historia de amor.
Yo hice posible un puente, una verdad, una estrella
Yo no sé si mi oficio fue andar a la deriva,
Cantar o ser feliz de algún modo terrible,
Apenas he aprendido a no extraviar mi nombre,
A exigir mi porción de odio o benevolencia,
ya no sé si mi meta fue llegar a los dioses,
o encender una luz para que alguien tropiece
y se haga la sombra donde estaba prohibido.
Ya no sé nada y es como saberlo todo.
Tu sabor a paisaje aprieto entre los dedos,
como un ajo pequeño me ve desde la mano,
él permanece siempre detrás de mis palabras,
en él caen las estrellas que no tuve en mis sueños.
Estoy solo y callado como un pozo sediento,
estoy solo y callado viendo pasar las nubes,
por el mar de mis ojos pasan veleros rotos
a la luz, tengo frío.

Tomado de (blog)