ROMA-LA HABANA.-“Su Santidad, gracias por el mensaje tan amoroso que le dedicó a mi pueblo”, fue lo que atiné a decirle cuando pasó ante mi asiento, mientras saludaba, uno a uno, a los periodistas que lo acompañan en el vuelo a La Habana. Su sonrisa no se hizo esperar: “Cuba es un pueblo al que amo mucho”, respondió.
Me refería, por supuesto, al videomensaje de Francisco que transmitió la Televisión Cubana, en vísperas de este vuelo de Alitalia que partió el sábado con “puntualidad vaticana” –a las 10:15 hora local; 4:15, en Cuba- del aeropuerto internacional Fiumicino, de Roma. No había transcurrido media hora, cuando Jorge Bergoglio se asomó por la puerta que separa en el Airbus A330 la zona delantera del sector donde se apiñan los reporteros. El Papa caminó en “u” por los corredores del avión, deteniéndose a cada paso para saludar e intercambiar palabras con los enviados especiales.
A mi lado, el representante de Philadelphia Inquirer, David O’ Reilly, le acercó un solideo blanco, que el Papa se colocó momentáneamente, a cambio del suyo, “para que me dé energía”, y luego se lo devolvió a su dueño. Francisco bromeó, dio la bendición y hasta se tomó fotos con los reporteros, relajado y cariñoso. Varios de los colegas le entregaron obsequios y cartas propias o ajenas, y el representante de Univisión fue aún más audaz y le regaló la estatuilla del Emmy que ganó para su televisora por la cobertura del Cónclave en marzo del 2013, del que resultara elegido Bergoglio.
Escoltando al jefe del Estado vaticano, su vocero, el padre Federico Lombardi, pasaba de vez en cuando al equipo de seguridad los rosarios, cruces y cartas, mientras, un paso por delante, Mateo Bruni, responsable de la logística y el “pastor de la prensa vaticana”, se encargaba de identificar y presentarle al Pontífice a cada reportero. Este es un ritual de los viajes con Francisco que descubro fascinada, pero me advierte un colega veterano en estas lides que no siempre fue así.
Cuando el Papa Pablo VI viajó a Jordania e Israel en enero de 1964, se convirtió en el primer pontífice que tomaría un avión. El enviado del Boston Globe, John Allen Jr –uno de los más importantes vaticanistas del mundo y un pozo de conocimiento-, asegura que un año más tarde, Pablo VI visitó Nueva York, lo que significa que el debut estadounidense de Francisco coincide con el 50 aniversario de la primera visita de un Papa a los Estados Unidos.
Desde entonces, los Papas han tenido su propia manera de relacionarse con los periodistas que viajan con él. En los primeros años de su pontificado, San Juan Pablo II conversaba con los reporteros por grupos, según el idioma. Cuando la enfermedad empezó a golpearlo, llamaba a su asiento en la cabeza del avión a los enviados, de uno en uno, quienes podían disponer de un minuto para saludarlo. Con Benedicto XVI se realizaban conferencias de prensa al inicio del vuelo. Francisco ha adoptado la costumbre de recorrer los pasillos del avión, y responder preguntas cuando termina la visita a un país. De modo que debemos tener dos intercambios con el Papa: en el viaje de Santiago de Cuba a Washington, y en el de Filadelfia a Roma, el 28 de septiembre.
Por cierto, como vamos en un Aribus de unas 160 plazas –los camarógrafos en las filas exteriores y los periodistas en la del medio, donde hay cuatro asientos-, tengo suficiente tiempo para comprobar detalles que han hecho célebre a Francisco, mientras él transita de un pasillo a otro dando la vuelta al final de la nave y se aproxima a donde estoy. Está tan cerca que casi puedo tocar su sotana blanca, su anillo de párroco común, recrearme en sus zapatos negros de “cura villero” –como el que utilizaba cuando caminaba las villas miserias de Buenos Aires-, detenerme en la austera cruz pectoral que tiene una imagen de Cristo con las ovejas sobre sus hombros. No es el “crucifijo” común, aquel que representa la tortura del hombre en la cruz, sino un Jesús vivo, trabajando y sirviendo a los pobres, a los desvalidos.
Un saludo comenzando el viaje
Momentos antes de iniciarse el saludo a los periodistas, el Padre Lombardi toma el micrófono para ofrecerle una breve información al Pontífice sobre los medios que lo acompañan, con 76 profesionales de numerosos países en el que “por vez primera viaja una periodista cubana”. Junto al Papa y al Vocero, también de pie, está Antonio Gasbarri, una figura familiar para los vaticanistas porque siempre está muy cerca de Francisco. Lombardi pasa el micrófono a Bergoglio, que comienza con un “buenos días, les deseo un buen viaje, buen trabajo. Si no me equivoco, creo que este es el más largo que hago, mucho más que el de Brasil”.
El viaje a Rio de Janeiro, en el 2013, fue el segundo del pontificado de Bergoglio, que con este ya suma diez –él considera esta ruta que comienza en La Habana y termina en Filadelfia como una sola. Fue en Brasil, el único país de América Latina que comparte con Cuba la visita de tres Papas en los últimos 17 años, donde no quiso utilizar el Papamóvil blindado. Elisabetta Piqué, corresponsal de La Nación que viaja en este vuelo y tiene un fascinante libro sobre el Papa inspirador de una película recién estrenada –Francisco. Vida y Revolución-, cuenta que le preguntó entonces a Domenico Giani, el inspector general de la Cuerpo de Gendarmería de la Ciudad del Vaticano, si Francisco al menos iba a llevar un chaleco antibalas. Este le contestó: “¡Estás loca! ¿Quieren que me echen?”. El Sumo Pontífice explicó sus razones contra el blindaje: “Si yo voy a visitar a una familia que quiero ver, ¿voy a ir en una caja de vidrio? Yo quiero ir a abrazar”.
Pero esa es otra historia. Ahora, en el vuelo AZ4000 que ha partido de Fiumicino, el Papa nos habla en italiano y en tono que comienza más bien divertido: “Ah, ¡tienen trabajo!”, y sonríe. “Se lo agradezco mucho, mucho, mucho el trabajo que hacen y que harán”, y toma de las palabras de Lombardi una en particular: “paz”. “Creo hoy el mundo está necesitado de paz. Están las guerras, los inmigrantes que huyen, esta oleada migratoria viene de las guerras, huyendo de la muerte, buscando vivir”, dice.
Confiesa que hoy se ha emocionado al despedirse en el Vaticano. Cuando traspasó la Puerta Santa Ana, junto a la parroquia del mismo nombre, lo esperaba una de las dos familias acogidas en esa iglesia: “Sirios refugiados… Se veía en ellos el rostro del dolor…” Hace una pausa larga y regresa a la frase anterior: “La palabra paz… Les agradezco todo aquello que hagan durante su trabajo para hacer puentes…. Pequeños puentes, pequeños. Pero un pequeño puente, otro, otro, otro, hacen el gran puente de la paz”.
Finaliza su saludo con un “buen viaje, buen trabajo”, y el ruego ya familiar en sus discursos y homilías: “Recen por mí”. Luego, cuando ya ha terminado de saludar a cada periodista, retoma el micrófono. Algo ha olvidado: “Uno de ustedes me ha subrayado esto: Es justo que yo diga aquí mi gran saludo a tantos colegas vuestros que en este momento están trabajando y trabajarán en las oficinas, en sus propias casas, para este viaje. También a ellos un gran saludo y agradecimiento”.
Sus atenciones con la prensa no terminaron ahí. Al rato pasa por cada asiento el sobrecargo del avión con una bandeja. Reparte diminutas porciones de unas empanadas argentinas que le han regalado a Bergoglio y él ha decidido compartirlas con los reporteros.
Seamos normales
Son doce horas de vuelo casi interminables de Roma a La Habana que los periodistas “matamos” haciendo cuentos, cuando nos sobra tiempo para escribir y hemos leído varias veces los telegramas que el Papa envió a los Presidentes de los países que sobrevuela el avión, y también, el discurso que presentará al aterrizar en La Habana. Hemos recibido los mensajes por adelantado bajo la ley del embargo de prensa de la Sala Stampa (la Oficina de Prensa de la Santa Sede), que no es precisamente un bloqueo de prensa, diferencia que me permite explicarle a compañeros de avión el uso de estas mismas palabras cuando se habla de la muralla que todavía Estados Unidos levanta frente a Cuba y que es el principal obstáculo poder llegar a la normalización de las relaciones. Un embargo es temporal; pero si dura 54 años, eso es bloqueo.
La conversación deriva hacia las fotos de Francisco que he visto, tomadas en otras giras, mientras sube al avión de Alitalia con el equipaje de mano, como cualquiera de nosotros. Pregunto si alguien lo vio entrar con el bolsito de cuero negro, porque cuando él llegó ya la mayoría de los reporteros estábamos sentados dentro del avión. “¡Tenemos que ser normales!”, me responde un colega italiano sin contener la risa. Esa misma frase fue la que le soltó Francisco a un vaticanista que quiso saber qué había subido consigo el Pontífice, en vista de que hasta marzo de 2013 ningún Papa jamás llevó nada en la mano escalerillas arriba y menos equipaje.
“No es la llave de la bomba atómica”, dijo Francisco con ironía en aquel momento. El maletín contiene un libro de oraciones, su agenda personal y un texto de Santa Teresa de Lisieux –quien haya leído la encíclica del Papa “Laudato si” recordará por qué adora a esta Santa, que le provoca esta impactante reflexión: “El mundo del consumo exacerbado es al mismo tiempo el mundo del maltrato de la vida en todas sus formas”. Además de esos tres artículos, el Pontífice lleva en su bolso una máquina de afeitar de los más normal.
Y sí, me confirman, el Papa subió él mismo su maleta de mano a bordo, pero ya nos vamos a nuestros puestos porque en unos minutos el avión se posará en Aeropuerto Internacional “José Martí”, donde lo espera Raúl. Entonces comenzará de verdad la locura periodística.