Conrado Benítez, el primer mártir de la cruzada cubana contra el analfabetismo

Por: Mariolys González Calderón

El 19 de febrero de 1942, nació en la occidental ciudad de Matanzas Conrado Benítez García. El papá trabajaba como maestro de obra, para poder matricularlo en la enseñanza primaria superior donde cursaría el séptimo y octavo grados, tuvieron dificultades por ser pobres y negros. Conrado trabajaba en una panadería y de limpiabotas para ayudar a la familia.

Eran los tiempos de la dictadura batistiana, a fines de la década de 1950. Nunca fue dirigente estudiantil pero cuando se convocaba a una huelga, allí estaba él dando su apoyo incondicional.

Cuando pasó al bachillerato su padre vivía en La Habana, cerca del Instituto ubicado en la calle Zulueta y se lo llevó para poder cuidarlo. Eso fue en 1958, cuando la situación política era muy peligrosa y ser joven era exponerse a que la policía batistiana te cayera a palos o te metiera dos balazos.

A mediados de 1960, Fidel Castro formuló el compromiso de alfabetizar al millón de cubanos que no sabía leer ni escribir. Por eso, hizo un llamado a los jóvenes estudiantes de las universidades y el bachillerato para que se incorporaran como maestros voluntarios, que serían la avanzada de la gigantesca campaña que se preparaba para 1961.

Conrado se inscribió y esperó a que lo llamaran. En la casa no le pusieron obstáculos, pues confiaban en él.

La historiadora Olga Montalbán, biógrafa principal de Conrado Benítez y una de las especialistas que más ha investigado sobre la alfabetización en Cuba entre 1959 y 1961, recordó que ¨ese primer grupo, en el campamento de Minas de Frío, enfrentó las inclemencias del tiempo y la escasez. Mientras que en El Meriño, les azotó un temporal y algunos enfermaron. Orientaron que todo aquel que quisiera podía abandonarlo, ya que no había condiciones. La respuesta no se hizo esperar: todos los jóvenes cantaron el Himno Nacional y ninguno abandonó el campamento¨.

Testimonios recogidos entre los integrantes de aquel primer grupo de maestros voluntarios, aseveran que Conrado se manifestaba con un gran sentido de compañerismo y ayudaba a todos. Varias de las entonces muchachas lo recuerdan serio como se ve en su foto más conocida, concentrado en sí mismo y de poco hablar. Tenía buena participación en las clases que recibían, en las tareas del campamento y se llevaba bien con todo el mundo.
En una carta que por aquellos días le enviara a su tía, Conrado le confiesa: “Esto no es tan horrible como dicen, lo que pasa es que hay que trabajar y subir muchas lomas». En otra misiva, días después, le escribía: «Este Gobierno es diferente, pues lo que quiere es que todo el mundo aprenda y se pueda defender”.

Una vez que se graduó de ese primer curso emergente, el joven maestro fue designado para impartir clases en la Sierra del Escambray, región ubicada en el centro de la Isla y que en 1960 constituía el principal foco de contrarrevolucionarios, cuyos grupos terroristas estaban constantemente pertrechados por la CIA.

Según un documento, actualmente atesorado en el Museo de la Alfabetización, cuando a Conrado le preguntaron su disposición de marchar al Escambray respondió afirmativamente, y añadió: “Todo el tiempo que fuera necesario”.

Alzados contrarrevolucionarios secuestraron al joven maestro en la noche del 4 de enero de 1961. Cuentan que el jefe de la banda le propuso incorporarse a ella. “Ante todo soy revolucionario y no traicionaré a mi pueblo”, replicó Conrado. Días después, debajo de una guásima, tapados con hojas secas, los milicianos encontraron los cadáveres del maestro y de Heliodoro Rodríguez, este último fundador de la milicia en la zona.

Muchos han intentado explicarse por qué pueden ocurrir hechos como estos, cuáles son las razones que hacen cometer crímenes tales. Fue también Fidel Castro quien lo explicaría: “era joven, era negro, era maestro, era pobre, era obrero”.

La injusticia no cree en motivos. No hay nada que justifique la pérdida de una vida humana. Pero la muerte de este joven irradió una luz tal que hoy también ilumina a los miles de cubanos y personas de buena voluntad que alfabetizan en todo el mundo creyendo solo en ofrecer, no lo que les sobra, sino lo poco que tienen, que saben, para compartir y crear aún más vida, más allá de cualquier razón para acabar con ella.

La pérdida del joven maestro, lejos de amilanar a la juventud cubana, provocó una masiva incorporación a la Campaña de Alfabetización en la brigada que llevaba su nombre con orgullo: Conrado Benítez. El primer mártir de la cruzada cubana contra el analfabetismo.

Fuente: Artículo Revista Bohemia