Por: Yainerys Avila Santos
Mientras hace girar el torno y va dándole forma a la bola de arcilla que tiene en sus manos, su mente se remonta a los cuatro o cinco años cuando iba al taller grande –como solían llamar al sitio donde trabajaba el patriarca de la familia Santander- y su abuelo se le sentaba al lado.
Él le daba al pie para que el rústico aparato echara a andar –confiesa entre risas Coki Santander, la única mujer de la legendaria familia que decidió seguir el camino de la alfarería- y a mí me colocaba frente al barro; pero cuando intentaba ayudarme para que aquello NO se desbaratara le decía que quitara sus manos gigantes que apenas me dejaban ver.
Desde entonces, esta alfarera que solo estudió arte un año y que decidió vivir también en Trinidad, un territorio en el que, según refiere, se pueden encontrar barros muy lindos y diferentes como los de color negro, y que jamás ha podido desprenderse de una tradición que los identifica en Cuba y en el resto del mundo.
Ni el pelo que le cae en copiosos rizos rebeldes hasta los mismísimos ojos ni los constantes flachazos de los turistas extranjeros que la ven moldeando las figuras en su Casita del barro, la hacen voltear la cabeza porque sabe que de su concentración y destreza depende la pieza.
Simplemente me siento afortunada porque vivo de lo que verdaderamente me gusta hacer y eso se lo debo a quienes iniciaron y aún continúan –luego de cinco generaciones- este oficio, dijo la artista alfarera, cuyo nombre se inscribe ya entre los más prominentes de la añeja localidad espirituana.
Incluso –señaló- cuando de pequeña mis padres me regañaban porque al llegar de la escuela para almorzar me iba al taller y volvía llena de arcilla de pies a cabeza, me sentía dichosa porque aquellas macetas enormes, los filtros o los artículos más insospechados ya me atraían.
Aunque Coki confecciona algunos artículos más comerciales a la usanza de las de sus tíos Azariel y Chichi, sus principales trabajos son reconocidos por una estética más acabada y un vuelo artístico peculiar que les permiten encauzar todas sus inquietudes como creadora.
Una línea muy importante de mi carrera –reconoció- son las reproducciones de bocallaves, tocadores, aldabas o candados antiguos de las ciudades de Trinidad y Sancti Spíritus, ambas con más de cinco siglos de historia y una arquitectura muy singular.
Sin embargo, a partir del empleo del barro, Coki confecciona, además, objetos que se asemejan a las prendas precolombinas.
Quizás por esa inquietud propia que siempre la ha caracterizado, el quehacer de esta mujer que es toda sonrisa está signado a su vez, por la constante experimentación en las técnicas que utiliza.
Unas veces trabaja sus objetos en terracota, otras con la técnica del “churrito” y del gruñido, métodos que aunque son un poco rudimentarios pues se trata de pulir a mano las creaciones con una mezcla de agua y tierra, a ella le resultan sumamente atractivas por el color natural que le impregnan y por el vínculo que se establece con la naturaleza.
En algunas ocasiones prefiere una técnica japonesa que consiste en sacar la pieza del horno cuando está al rojo vivo e introducirla en aserrín, hojas verdes o secas para luego limpiarla y darle cera, pero todas las disfruta por igual porque de lo que sí está segura es que “hace mucho tiempo ella y la alfarería hicieron un pacto secreto”.
En Noruega, Suecia, Dinamarca y quién sabe cuántos países más ha dejado su impronta esta trinitaria, que es toda alfarería. (Agencia Cubana de Noticias)