Gertrudis Gómez de Avellaneda, la Tula de siempre

Por: Mariolys González Calderón

Sin ser historiadora, es difícil recordar de inmediato quiénes eran muchas de las altas personalidades de Cuba cuando Gertrudis Gómez de Avellaneda vio la luz por primera vez el 23 de marzo de 1814, en Camagüey, pero de ella se recuerda todo, desde lo que escribió, entre lo más alto en lengua española de su tiempo, hasta su costumbre de morderse el labio cuando acaecía algo que la mortificaba. Ella llenó su siglo.

Esta camagüeyana de grandes virtudes vivió gran parte de su existencia fuera de su Cuba natal, pero siempre evidenció un fuerte y arraigado sentimiento patrio, como demuestra buena parte de los sonetos de su antología poética.
Me parece que es inútil ya discutir si esta mujer fue española o cubana.

Hispano-cubana o cubana-española es una de las poetisas mayores de nuestra lengua, la más notable dramaturga del idioma castellano y una relevante prosista tanto en sus novelas como en sus maravillosas cartas íntimas.

En varias ocasiones declaró que se consideraba cubana. Su identificación con la tierra que la vio nacer, no la llevó a proclamarse partidaria de su independencia, una muestra más de las muchas contradicciones de su personalidad y su contexto social.

¿Donde están, qué se hicieron los célebres poetas de su tiempo, los muy galardonados Hartzenbusch, el Duque de Frías, Juan Nicasio Gallego…? Hoy es casi tarea de eruditos desempolvar sus obras, escritas a la par de los poco menos olvidados de Zorrilla, Espronceda, Quintana…Todos ellos son contemporáneos y grandes admiradores de La Avellaneda, buena mujer, soberbia y talentosa, de quien el propio Gallego, en prólogo de 1841, a las obras líricas de la cubana, decía que: “…nadie, sin hacerle agravio, puede negar la primacía sobre cuantas personas de su sexo han pulsado la lira castellana, así en este como en los pasados siglos”.

Su nombre sonoro y lleno de tradiciones coloniales, puede sustituirse por el breve apelativo de Tula, o por el romántico seudónimo de La Peregrina… en uno es la mujer elegante y de inspiraciones líricas, en otro la niña mimada que creció en la casa señorial del Camagüey, y La Peregrina fue para el mundo la poetisa coronada en el Teatro Tacón a los 45 años de edad, cuando su obra fue reconocida y admirada luego de 23 años fuera de su patria.

¿Cómo era doña Tula? El crítico cubano Figuerola Caneda la describió del siguiente modo: “La Avellaneda era alta de cuerpo, esbelta y bien conformada, de un color que los cubanos llamamos trigueño lavado, es decir, de un moreno claro con visos rosados, su tez suave y tersa, el cabello oscuro, largo y abundoso, los ojos negros, grandes y rasgados, y sus demás facciones regulares y expresivas, su voz era dulce y melodiosa, leía con mucho despejo, entonación y sentimiento, y estaba dotada de aquella mezcla de ternura y vehemencia de carácter propio de los espíritus nobles, elevados y generosos”.

Cultivó todos los géneros literarios. Sin ella no se puede hablar de la pléyade cubana de mediados del siglo XIX, período cargado de nombres inmortales y de hechos épicos, en el que se define de forma absoluta la nacionalidad cubana. Junto a Heredia, Juaquin Luaces, Plácido, Zenea, Rafael Maria de Mendive y José Jacinto Milanés, surgió La Avellaneda como única mujer y como una de las sensibilidades más líricas, precursora del romanticismo de Rubén Darío.

La cultura de esta mujer que venció los prejuicios sobre su condición femenina es indudablemente obtenida primero de la lectura, por lo que se consideró autodidacta, y segundo de sus viajes y relaciones con grandes figuras de la literatura española.

Gertrudis, la criolla que aparece como un astro en los medios literarios españoles, que llegó a alcanzar los más altos honores de su tiempo como poetisa y escritora, la mujer que rompió los moldes convencionales de su época, condenando a la mujer a los hogares como madres y esposas, o a lucirse como un juguete o adorno, no olvidó nunca a su Patria querida.

Y esta fémina temperamental, que escribía con fulgores de sol páginas encendidas de pasión, amó, tal como escribía, amó mucho y bien, como ella misma dijo en su autobiografía, no encontró al hombre que pudiese contener las lavas de aquel volcán, no García Tassara, el poeta sevillano demasiado pegado a si mismo y de escaso genio, ni Cepeda, que fuera el gran amor de su vida. Resultaron demasiados pequeños para comprenderla y calibrar todo cuanto daba.

Gertrudis Gómez de Avellaneda falleció en la ciudad española de Sevilla el 2 de febrero de 1873, en medio del mayor aislamiento. Después de una vida llena de honores y halagos, a su sepelio, a penas concurrieron diez personas.

Tal vez un tanto exagerado, dijo un historiador de la literatura, don Juan Valera, quien proclamó a La Avellaneda “la mejor poetisa de los tiempos modernos, únicamente comparable a los Safos y Corinas de la antigüedad clásica, superior a la misma deliciosa Victoria Colonna, marquesa de Pescara, la musa de Miguel Ángel. Pero, indiscutiblemente, La Avellaneda fue una magnífica poetisa romántica”.

 

Fuente: Centro de Documentación de Radio Habana Cuba