Trinidad de Cuba, un museo a cielo abierto

El bordado o los textiles resultan los trabajos más arraigados en Trinidad, uno de los elementos que valida su condición de Ciudad Artesanal del Mundo. Foto: Oscar Alfonso Sosa

A este territorio de la región central de Cuba se le otorgó recientemente la condición de Ciudad Artesanal del Mundo, lo que la convierte, sin duda, en una urbe única de su tipo en esta Isla caribeña

Por: Tania Rendón Portelles

Si existe un sitio en la mayor de las Antillas que parece una constante exposición es Trinidad. Se distingue con solo recorrer sus calles empedradas, plazas e iglesias, y observar los tejados, las fachadas de las casas, así como la destreza manual y artística de esa ciudad, declarada por la Unesco Patrimonio Cultural de la Humanidad.

Quizás para algunos esta urbe, ubicada en el sur de la provincia de Sancti Spíritus, asemeja un lugar donde el tiempo se ha detenido, porque defiende su identidad a capa y espada pese a sus 504 años, cargados de historia, tradiciones, mitos y leyendas que la hacen única.

Precisamente por eso, porque esta es la denominada Ciudad Museo del Caribe, tal vez no podría ser otra que la primera de Cuba incluida recientemente en la lista de Ciudad Artesanal del Mundo, condición otorgada por el Consejo Mundial de Artesanías (WCC, por sus siglas en inglés).

La buena nueva confirmó lo que saben con certeza los pobladores de la tercera villa fundada por los conquistadores españoles en la Isla: Trinidad representa mucho más que sus sombreros de yarey, la alfarería o los vestidos y camisas que se exhiben en cada una de sus esquinas; es una urbe repleta de historia, que trata de mantener su identidad pese a la comercialización y al constante turismo que vive.

De Cuba y para el mundo

Desde 2015, cuando se conoció que el WCC aprobaba la candidatura de este municipio espirituano, después de analizar el expediente presentado por la Asociación Cubana de Artesanos y Artistas (ACAA), la noticia voló como el viento, pues se ratificaban los siglos de historia y tradición de esta localidad. La alegría creció en los corazones de unos cuantos, sobre todo en los de aquellos que se habían imbuido en el proyecto de lanzar hacia el mundo una ciudad con muchísimo que contar.

Así lo ratificó Cristina González Bécquer, especialista en Artes Visuales de la Dirección Nacional de la ACAA, quien conformó el documento, al confesar que desde que hizo el expediente siempre había tenido muchas esperanzas, principalmente porque en las labores de la aguja este territorio no tiene comparación.

Las nuevas generaciones se alimentan y dan vida a las tradiciones. Foto: Oscar Alfonso Sosa

En apretada síntesis se unieron pasado y presente. Algunos de los argumentos esgrimidos por la ACAA de cara a la nominación fueron el enriquecimiento de estas manualidades, los esfuerzos personales de unos cuantos, así como los institucionales, por fomentar su práctica, difusión y preservación.

González Bécquer, trinitaria de nacimiento y conocedora de primera mano de las destrezas de la demarcación en cuanto a las puntadas, bordados y deshilados, puso manos a la obra con la ayuda de varios coterráneos y artistas, y demostró, además, cómo las manualidades pasaron de medio de subsistencia a arista autóctona del patrimonio inmaterial del terruño.

Allí, por donde se camine, hay una historia. La ebanistería de los altares de las iglesias hechas en los años 20 del siglo XX, los pintores populares de la cenefa, los alarifes que construyeron las calles de piedra y los carpinteros encargados de los alfarjes (maderas labradas y entrelazadas artísticamente) en los techos coloniales…

Hoy Trinidad comparte su más reciente título con ciudades de naciones tan distantes como China, India, Irán, Chile y Dinamarca; lo que abre las puertas, a su vez, a la creación de nuevos horizontes de cooperación y asociación con los artesanos de Iberoamérica.

El argumento de la nominación, publicado además en el número 58 de El buen artesano, suplemento informativo de la ACAA, alude a la presencia de los trinitarios afiliados –inscritos todos en el Registro de Creadores del Consejo Nacional de las Artes Plásticas–, en la Feria Internacional de Artesanía, principal evento organizado por el Fondo Cubano de Bienes Culturales (FCBC), Arte para Mamá, Arte en La Rampa, entre otros espacios, para difundir su quehacer. También, por los cursos, proyectos comunitarios, talleres y otras formas de socialización del conocimiento de las técnicas artesanales efectuados por las instituciones durante casi 30 años, bajo el patrocinio de organizaciones como la Unesco.

La propia investigadora confirmaba en el expediente que la Oficina del Conservador de la Ciudad, al conocer el propósito de la ACAA de presentar la postulación de Trinidad como Ciudad Artesanal, ofreció el siguiente criterio: “La larga historia de esta manifestación en Trinidad, sin lugar a dudas, la convierte en un referente a escala del país, y un ejemplo a seguir para muchos pueblos de nuestra América. Varias decenas de mujeres y hombres, estos últimos rompiendo viejos esquemas que atribuían exclusivamente a la mujer estas labores, desarrollan su trabajo para un turismo que, cada día más, reclama de las excelentes prendas salidas de sus hábiles manos”.

En la visita que efectuara el Consejo Mundial de Artesanías a este municipio sureño espirituano en el mes de julio, en la que  participaron unos 11 países, el uruguayo Alberto de Betolaza, presidente para América Latina de la WCC, apuntó que resulta sui géneris cómo en la Ciudad Museo del Caribe se mantienen vivas las confecciones de manualidades de antaño.

Esas expresiones de las manualidades son el modo de subsistencia de varias generaciones de trinitarios, quienes, en su mayoría, se han nutrido de los conocimientos de colectivos que se han formado para enseñar las tradiciones, añadió.

El funcionamiento de proyectos y talleres permite proyectar las tradiciones hacia el futuro. Foto: Oscar Alfonso Sosa

Sobre estas, los expertos comparten el criterio de que lo más trascendente es la lencería, esencialmente el deshilado, que va con Trinidad como sus calles empedradas. El oficio de la aguja no solo se transformó en un medio de subsistencia de hombres y mujeres de la localidad, sino también en el refugio espiritual y único ejercicio de belleza que tendrían a la mano para acompañar su existencia.

Esas labores, al decir de la propia Cristina, permanecieron intactas, preservadas en el interior de las viviendas y heredadas de una a otra generación. Serían parte de la vida cotidiana de sus mujeres para siempre e incluso, de los hombres.

Deshilando una leyenda

Una de las tradiciones heredadas de la metrópoli española y practicada por las mujeres en el ámbito familiar, más que para mitigar el ocio, para cumplimentar urgentes requerimientos domésticos, fue la lencería, pues era la época en que no se recibía con fluidez necesaria desde la península las prendas de vestir. Desde ese entonces la lencería trinitaria se desarrolló con rasgos distintivos, como una de las expresiones de cultura popular tradicional identitaria de la ciudad.

Es por ello que, cuando se pensó en la nominación de Trinidad ante el organismo internacional, el fin era nombrarla Ciudad Artesanal de la Aguja, como reconocimiento especial a la preservación de saberes manuales asociados a esa manualidad.

Se trata de un fenómeno demasiado cultural para obviarlo, reconoce Cristina González Bécquer, artífice de esta idea, quien asevera que desde el libro Las artes industriales en Cuba, escrito en la primera mitad del siglo XX por Anita Arroyo, se mencionan puntos como la regañona, el ojito de la perdiz, la trinitaria, elementos muy fuertes de identidad. En su evolución hasta la actualidad, los deshilados, bordados y tejidos han resultado también una actividad económica importante para las familias trinitarias, siempre vinculado a la herencia cultural, lo que se demostró luego de las investigaciones efectuadas por la ACAA.

El bordado o los textiles resultan los trabajos más arraigados en la urbe, con una evolución presente en el habla, los adornos de casa, la rutina de las mujeres y de los hombres, lo que lo hace formar parte de su patrimonio inmaterial. Incluso, los investigadores aseveran que las randas son muy interesantes en esta región, por la variedad de dibujos y sus denominaciones, lo cual provoca que se conserve en Trinidad una lexicografía local utilizada por las bordadoras desde tiempos remotos para reconocer aquellos trabajos sobre los deshilados, como la barahúnda, la semillita de melón, la cáscara de piña, el farolito, la regañona…

Así lo validan el quehacer de la artista plástica Yudit Vidal Faife o las artesanas María de la Caridad (Mary) Viciedo y Olga Kabanova, dedicadas, además, a la transmisión de saberes en talleres y cursos, gracias a los vínculos con la universidad del terruño, el FCBC, la ACAA y la Oficina del Conservador de la Ciudad de Trinidad.

Manaca-Iznaga es uno de los sitios de arraigo en las tradiciones de las tejedoras y artistas de los textiles.

Su presencia es muy fuerte en la calle, prevalece con más o menos calidad, pero predomina, explica Cristina González Bécquer. “Siempre se practicó mucho el frivolité y el crochet, pero en estos tiempos se han retomado muchos otros puntos como la randa o la malla. Hemos investigado, leído, revisado técnicas antiguas que se transmiten ahora en talleres y piezas”, detalló.

Mary Viciedo, una de las artesanas que aportó gran parte de sus saberes y experiencias a la postulación de la ciudad a esta condición mundial, comentó que por sus talleres ya han transitado unas 200 personas. Es un ejercicio que lleva muchísima paciencia, pero su pasión, a la par de incursionar en la lencería, es la de enseñar; de ahí que sus cursos incluyen a adolescentes menores de 20 años y hasta mayores de 60.

Al decir de esta mujer –cuyas manos no se detienen ni por un segundo y es una maestra en el arte del deshilado, principalmente–, hace unos cinco años creó el taller de formación y perfeccionamiento de manualidades de la aguja que tiene como nombre Siempre a mano. “Surgió como resultado de una investigación en la cual analizamos cómo habían evolucionado los elementos de la randa en Trinidad.

Lamentablemente, muchos se han perdido. Nos dimos cuenta de que desde el siglo XIX y hasta 1956 se confeccionaba de una forma que es poco común encontrar en estos momentos. Volver a esos puntos es nuestra máxima”, añade.

“Con la idea de continuar impulsando el movimiento artesanal trinitario, de rescatar esas técnicas ya perdidas y de enseñar las que se mantienen vivas a otras generaciones, es que hoy compartimos varias técnicas de la aguja como el deshilado, el frivolité, encaje Tenerife, crochet de horquilla o miñardi y encaje de bolillos. En Trinidad aprender y realizar esos tipos de manualidades se ha convertido en un fenómeno social porque es el que lleva el plato a la mesa y, a veces, eso propicia que se descuide y no se haga tal y como surgió, afirma Mary Viciedo.

“Es raro que transites por una calle y no veas a una persona con un bastidor en la mano, hilo y tela. Esa necesidad e interés desenfrenado por aumentar los ingresos económicos personales ha provocado que se aprenda sin contar con todos los conocimientos y lo que se muestre como producto final no resulte lo que verdaderamente identifica a la artesanía trinitaria y cubana.

“Al ser ya tan masivo, desterrar esas malas prácticas precisa de mucho tiempo y, sobre todo, de la comunión del resto de las personas que sí conocen y del respaldo de las instituciones. El mercado no puede seguir acogiendo lo que no sirve, porque estamos ofreciendo una imagen desacertada de nuestras raíces culturales al mundo”, comparte Mary, como conocen a esta espirituana de cuna, devenida trinitaria.

Los hombres se incorporan al trabajo de bordados y tejidos, uno de los matices de estas tradiciones en Trinidad.

“Siempre digo a mis alumnos que lo que saben deben transmitírselo a otras personas porque solo así se mantendrá vital esa herencia llegada de nuestros antepasados”, acota.

Olga Kabanova, una rusa ya aplatanada en esta tierra sureña, quien trabajó 16 años en Casas de Cultura en la manifestación de Teatro, confiesa que se enamoró de las artesanías trinitarias y estudió en la Academia de Arte de Cumanayagua estas manualidades. Posteriormente se hizo profesora especializada en el tejido a crochet y de macramé.

“Muchos compatriotas vienen a la galería, a mi casa, y me preguntan si lo que hago es ruso. Cuando les digo que es técnica artesanal, se quedan asombrados, porque aseguran que manteles parecidos hacen sus abuelas, y es que la randa bordada es internacional”, expresó Kabanova, quien conjuga la artesanía trinitaria con algunas técnicas de su país.

Tengo un cliente ucraniano residente en Canadá, y me cuenta que cuando allá sale a la calle muchas personas saben que lo que lleva es hecho en Trinidad, pues ya se conocen las técnicas y algunos de los estilos del territorio, refirió. Algunos de los alumnos que ha enseñado trabajan con ella en su galería.

También, un proyecto muy singular es el de la pintora Yudit Vidal Faife, quien ha incorporado a su obra pictórica los elementos de la lencería local, dentro del proyecto Entre alas, hilos y pinceles, que agrupa a 20 artesanas, con resultados de gran valor estético.

Desde que comenzó la iniciativa, hace ya cuatro años, está contenida la esencia de las más auténticas tradiciones de Trinidad. De ahí que se le conceda mayor protagonismo a un conjunto de bordadores y tejedores que anteriormente solo producían en serie manteles, tapetes y prendas de vestir para su comercialización.

De esta forma, vuelven a deslumbrar los deshilados, los crochés o puntos como La Trinitaria, todos cuidadosamente realizados sobre un diseño previo de Vidal Faife que realza la figura humana y en el que luego los artesanos del proyecto han desplegado su imaginación y dotes.

A pesar del tiempo, la práctica de las tejedoras se mantiene viva.

Es así que ya las obras del proyecto han traspasado los límites geográficos del archipiélago antillano y se reconoce la labor realizada con la aguja como integrante indiscutible del patrimonio intangible de la Santísima Trinidad. Con solo visitar la galería de Yudit Vidal se disfruta de sus cuadros, con soportes y técnicas artísticas que llevan el sello de una ciudad marcada por la tradición, porque en esos lienzos también sobresale la conjugación armoniosa del dibujo, los deshilados, los tejidos o bordados.

Y es que en esta urbe el don de la aguja y los hilos no entiende de estereotipos y así lo demuestran unos cuantos hombres que han perdido la pena y hacen suyo un oficio que anteriormente solo se les atribuía a las mujeres. La ciudad, al insertarse en el mapa turístico cubano como uno de los destinos idílicos a visitar, conllevó a que la necesidad económica rompiera tabúes de siglos, aunque nadie sabe con certeza quién fue el valiente dispuesto a dar el primer paso, lo cierto es que ya resulta algo común por estos predios ver a hombres con un bastidor en la mano y una aguja. Así lo dijo Amaury Zulueta, quien empezó ayudando a su mujer porque “cuatro manos hacen más que dos”.

Al caminar por el Callejón de Peña, La Candonga, o por la zona de Manaca-Iznaga, se observan a estos artesanos textiles que si en un inicio empezaron con solo un fin comercial, muchos de ellos tratan de superarse y conocer mejores técnicas para también elevar los precios de las prendas y competir con un mercado que crece cada día su demanda y pide mayor calidad.

Por esa misma razón es que el ímpetu de estos talleres continuará siendo el de preservar un patrimonio intangible, que lleva la cubanía en sus raíces y, en este caso, la trinitaria, así como el de ofrecer a los clientes una pieza peculiar que no se encuentre en las tiendas y sea algo digno de admirar.

No solo de agujas entiende Trinidad

La destreza manual y artística parece formar parte de esta tierra, lo que se trasmite de generación en generación; de ahí que sea cotidiano que una familia se dedique a velar por esos secretos de antaño en un arte que abarca muchas fronteras, como son los trabajos con yarey, y en menor medida, la talla en madera, la taracea y marquetería, e incluso la mueblería.

Por eso, si el arte de la aguja se convierte en lo más distintivo de estas tradiciones y plato fuerte para que la otrora villa recibiera la condición de Ciudad Artesanal del Mundo, también identifica a este territorio la alfarería y la cerámica. En ese quehacer sobresale la familia Santander, que también marca una cátedra con sus creativos sonajeros, platos, jarrones y un amplio catálogo de piezas de barro rojo, el cual viaja hoy por todo el mundo.

Daniel (Chichi) Santander, integrante de un verdadero linaje de alfareros trinitarios, quien se declara ahora más comprometido con el patrimonio artesanal, confiesa que hay muchas cosas que decir sobre esta manualidad, y la cantidad de jóvenes que aprenden y hacen un buen trabajo. En cuanto al reciente título otorgado a la Ciudad Museo expresó: “Es algo maravilloso para la ciudad que todos los artesanos tendremos que sentir como orgullo, y nosotros de alguna manera somos unos de los que más contribuimos a esto en Cuba”.

“Mucha gente ha aprendido de nosotros, mi hermano y yo hemos sido baluartes de la cerámica en la Santísima Trinidad. Somos una familia que con tradición le hemos siempre dado vida a la ciudad, porque la cerámica trinitaria se distingue entre las otras que se hace en las demás provincias”, comentó Chichi.

La familia Santander, un verdadero linaje de alfareros trinitarios. Foto: Oscar Alfonso Sosa

Una de los exponentes es Coki Santander, la única mujer de la legendaria familia que decidió seguir el camino de la alfarería y quien refiere que decidió vivir también en Trinidad, un territorio en el que se pueden encontrar barros muy lindos y diferentes como los de color negro, y que jamás ha podido desprenderse de una tradición que los identifica en Cuba y en el resto del orbe.

“Me siento afortunada porque vivo de lo que verdaderamente me gusta hacer y eso se lo debo a quienes iniciaron y aún continúan –luego de cinco generaciones– este oficio”, dijo la artista alfarera, cuyo nombre se inscribe ya entre los más prominentes de la añeja localidad espirituana.

Aunque Coki confecciona algunos artículos más comerciales a la usanza de las de sus tíos Azariel y Chichi, sus principales trabajos son reconocidos por una estética más acabada y un vuelo artístico peculiar que les permiten encauzar todas sus inquietudes como creadora.

De esta manera, Trinidad representa mucho más que sol y playa, es historia viva. Alberto de Betolaza, presidente para América Latina de la WCC aseguraba: “Me parece lindísimo que la gente se preocupe por investigar, buscar, ir a los museos, mirar técnicas, puntos y hacer de esto una parte del futuro de Trinidad. El renacer de estas tradiciones fortalece la economía y la cultura aquí de una manera única. El trabajo ahora es para su conservación”.

Según Cristina González Bécquer, la condición es otro elemento para darle un sentido cultural al turismo, un atributo extra de interés en una villa que tiene entre sus encantos a sus protagonistas, convirtiendo en vivo el oficio en arte: “En algún momento alguien sugirió que había que hacer una exposición y le dije no: no hay que hacer nada. Trinidad es una exposición a cielo abierto. Solo hay que venir a verla”.

(Tomado de Revista Bohemia digital)

2 respuestas a «Trinidad de Cuba, un museo a cielo abierto»

  1. Que alegría al ver esta sitio de la artesanía en Cuba.
    Particularmente los bordados. A finales de los años 50 taza yo recibí un curso de bordados a máquina se llamaba: Systemas de Bordados «Santa» ha pasado mucho tiempo, estoy fuera de Cuba pero quisiera saber si existe ese manual y si fuera posible obtenerlo. GRacias por ponerme atención, atentamente Esther Gomez

    1. ¡Gracias por escribirnos y opnar! En estos momentos no tenemos información al respecto.

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