Palabras en la inauguración de la Exposición Exquisitez Creativa, de la artista de la plástica Yudit Vidal Faife, en la Galería Tristá, de Trinidad, en ocasión de las actividades oficiales por el aniversario 506 de fundación de la Tercera Villa de Cuba
Por: Cristina González Béquer
“Raíz, ala…..Alguna vez, hace ya años, apunté que estas eran las
palabras favoritas de Martí…”…“Y es que tales palabras eran como sus propios símbolos….”
JORGE MAÑACH,Martí: ala y raíz. En Bohemia, mayo de 1945
No es mi intención perturbar la modestia de Yudit Vidal Faife con analogías exageradas. No he podido sustraerme, sin embargo, a la multitud de sugerencias que se precipitaron sobre mi mente mientras leía textos de Mañach acerca de Martí, sobre todo cuando me encontré con el artículo que cito. Bonito y contemporáneo, a pesar de sus años.
Este otro, mi texto, no tiene grandes pretensiones. Mañach, por llamativa coincidencia, me ha dado una clave. Pienso en la obra que Yudit está desarrollando con su proyecto Entre hilos, alas y pinceles y la palabra alas multiplica de pronto sus significados. Y, por contraste, aparece la palabra raíz. Porque el vuelo de alas requiere de una plataforma para el despegue. Porque la fuerza para volar surge y se empina sobre la seguridad del asidero.
Yudit ha puesto sus pinceles en función de un propósito generoso y colectivo, donde los hilos aportan un ingrediente muy particular: una veintena de artesanas y artesanos trinitarios. Los artesanos y las artesanas bordan, tejen, deshilan, y las obras que resultan de esa conjunción de arte y destreza ennoblecen espacios.
Ha querido esta pintora de raigambre trinitaria (comienzan las raíces) elevar a la categoría de obras de arte los resultados del esfuerzo conjunto, y, cual documentos probatorios de una historia centenaria, colocarlas en los espacios de legitimación donde, por derecho propio, ella ha sometido —y somete — su propia obra a las más exigentes audiencias.
Hunden Yudit y sus compañeros de viaje sus raíces en la rica historia de laboriosidad y conocimientos que acompañan las labores del terruño. Y vuelan y hacen volar el espíritu nostálgico de quienes se dejan llevar por sus efectos.
Utiliza Yudit los senderos de su tiempo. Aparecen en sus obras las herramientas formales que el devenir del arte ha ido aportando: el dibujo, la composición, el tratamiento del color, y tantos elementos de la representación. Se suman las referencias al ensamblaje, el objeto, la instalación, la deconstrucción, los nuevos contextos y, sobre todas las cosas, la idea y el concepto que subyacen entre la expresión pictórica y esos primores eternos, femeninos, delicados.
Fueron las labores un asunto de mujeres por muchos años. Las realizaban las mujeres y en la mayoría de los casos eran las mujeres mismas, o el hogar donde se desenvolvían, los destinatarios naturales de pañuelos, ropa menuda, manteles, tapetes y todo cuanto, además de embellecer la vida, contribuía al sustento de otras tantas. Ese toma y daca, ese gusto por convivir con la belleza creada a la manera de su tierra, constituyen también un elemento raigal de los nacidos y vividos en la tercera villa fundada por Velázquez. Está en las raíces.
Los bordados, los dobladillos de ojo, las puntas de crochet, las randas con sus múltiples variantes han sido parte indisoluble de la vida cotidiana de las tradicionales familias trinitarias. Ahora, en convivencia con el arte, vuelan. Vuelan en su dimensión social y artística. Vuelan para regresar, en manos de infinitos visitantes, a los parajes lejanos de donde vinieron.
Me ha gustado decir que a Trinidad todo llegó por mar, con destinatario y sin remitente. Me gusta también considerar abierto el tema de las procedencias, porque la duda deja lugar a la riqueza de la diversidad. No hace falta cerrar el diapasón de posibilidades, porque no sabemos a qué variedad de orígenes remotos estamos renunciando. Y así lo hago, siempre que puedo.
El vuelo es infinito, las raíces se hunden en la tierra y se hunden en los tiempos. Y entonces vuelvo a apropiarme de Mañach y de su artículo cuando dice: “Era (la palma) su árbol favorito, no solo porque era símbolo de Cuba sino también de sí mismo: porque tenía su muchedumbre de raicillas hundidas en la entraña de Cuba, y después, allá arriba, allá arriba, un lujo de penachos como un gran vuelo de alas”.
Tienen Yudit Vidal Faife y sus compañeros de viaje, los artesanos trinitarios, las raíces hundidas en el sustrato de su tierra. Y en el otro extremo, allí donde el arte se hace grande, en el tope mismo de la creación, están sus alas listas para emprender el vuelo.