Carlos Enríquez Gómez: 57 años de su desaparición física

Carlos Enríquez. Foto: Internet

Por: José Rafael Gómez Reguera

Carlos Enríquez Gómez, el autor de cuadros muy famosos, entre ellos, uno que pervive en la memoria de los cubanos y de buena parte del orbe, El rapto de las mulatas (1938), falleció el 2 de mayo de 1957. Muchos, de igual manera, lo asocian a su no menos conocida casa-taller de la zona habanera conocida como Arroyo Naranjo: Hurón azul. Pero Carlos Enríquez es mucho más que cuadros y un sitio famosos.

Sobresaliente pintor y escritor cubano, Carlos Enríquez había nacido en la localidad de Zulueta, en la antigua provincia de Las Villas (ahora un poblado del municipio de Remedios, en Villa Clara), el 3 de agosto de 1900.

De él se cuentan muchas historias, entre ellas, que era muy rebelde pues su tendencia era a romper con los moldes academicistas, en pos de nuevos estilos, razón por la cual sus creaciones gozaron tanto de  elogios como de críticas. Era algo previsible. Su vanguardismo estaba expuesto, a todas luces. Lo demostró, junto a otras figuras del arte, en el primer cuarto del siglo XX.

Carlos Enríquez ha sido considerado como uno de los más grandes artistas de la plástica cubana de la primera mitad de ese siglo.

Su vida lo llevó a viajar por varios países como España, Francia, Italia, Gran Bretaña, México y Haití, tras sus estudios de bachillerato en La Habana, para luego regresar a Cuba en 1925 para dedicarse a la pintura, aunque también ejerció como contador. Su estancia en Europa le sirve para consolidar su formación. Se pone en contacto con las numerosas tendencias vanguardistas. Profundiza en el estudio y asimilación de los conceptos y valores del surrealismo y sus antecedentes.

En 1927 participa en el II Salón de Bellas Artes, colabora con diferentes publicaciones e interviene en la Exposición de Arte Nuevo, en la que expuso ocho telas. En 1927 deja de ejercer su oficio de economista, marcha nuevamente a los Estados Unidos y se dedica por completo a la pintura.

Regresa a Cuba en 1930 y es suspendida una muestra suya por presentar obras de fuerte contenido político y un desacostumbrado tratamiento del desnudo. En agosto de ese mismo año parte hacia Europa.

Casa Museo Hurón Aazul. Foto: PL

Luego de una etapa conocida como española, de fuerte expresionismo con matices oníricos, a mediados de los años 1930 se define su personal estilo que da lugar a algunas de las piezas mayores de la pintura cubana: Primavera bacteriológica, Crimen en el aire con Guardia Civil y su Virgen del Cobre, obra donde el tópico afrocubano asume un sincretismo religioso, símbolo del mestizaje antillano que se contrapone a la imagen tradicional de la Patrona de Cuba, dado por el cristianismo.

De vuelta a Cuba en 1934, trae una nueva visión del mundo y del arte, lo que contribuye al redescubrimiento de su isla, de su paisaje y de su gente.

Muerte de Martí en Dos Ríos, de Carlos Enríquez. Foto: Internet.

En 1934 quiso presentar una exposición en la Asociación de Reporteros de La Habana, pero la directora tachó sus obras de inmorales e impropias, negándole el permiso que ya le había otorgado.

Al año siguiente obtiene premio en el Salón Nacional de Pintura y Escultura con su óleo Manuel García. Radicado definitivamente en Cuba, en 1935, Carlos Enríquez comienza a definir sus nuevas orientaciones plásticas, las que apuntaron al mundo rural de los cubanos, etapa que identificó como el Romancero guajiro.

Sin abandonar el erotismo y la anatomía femenina, sus cuadros recogen las leyendas del campo, la imagen de héroes y bandidos, el recuerdo de los patriotas y una fina denuncia social. En esa época vieron la luz obras antológicas de la plástica criolla: su obra El Rey de los Campos de Cuba, es premiada en la Exposición Nacional de Pintores y Escultores de 1935. Publica artículos en revistas y periódicos.

El rapto de las mulatas. Foto: Internet.

Su obra El rapto de las mulatas, premiada en 1938, es una suerte de testimonio y resumen de su credo artístico: referencia clásica derivada de El rapto de las sabinas, caracteres surgidos de leyendas campesinas, una atmósfera como de sueño que establece sensuales nexos entre hombres, mujeres, caballos y el paisaje. El tratamiento formal lo desarrolla a base de sueltas pinceladas, matices, veladuras y transparencias. Son también de esta época: Las bañistas de la laguna, Campesinos felices (considerada como una obra de denuncia social), Dos ríos y Combate, imágenes que lo ubican a la vanguardia del modernismo cubano.

El rapto de las mulatas es, sin dudas, su obra pictórica más famosa. La creó en 1938, época en la que había realizado varias exposiciones y viajado por varios países, apropiándose de las principales corrientes artísticas del periodo.

A decir del intelectual cubano José Antonio Portuondo, el pintor Carlos Enríquezfue uno de los más talentosos renovadores de la plástica cubana y el amante más fiel y constante de la tierra cubana, sus criaturas y leyendas, en las cuales está la raíz de un auténtico arte cubano”.

Entre 1939 y 1946, Carlos Enríquez realiza una intensa labor expositiva de su obra pictórica, en Estados Unidos, México, Haití, Guatemala, Argentina y Cuba. Pronuncia conferencias, escribe artículos, ilustra libros.

Obra «Cubanos felices», de Carlos Enríquez, evidente crítica social. Foto: Internet.

En 1946 es premiado nuevamente en la tercera Exposición Nacional. En 1947 diseña la escenografía del ballet Antes del alba, y realiza las ilustraciones del libro Son entero de Nicolás Guillén.

Su desbordada sensibilidad lo lleva al ejercicio literario y publica su primera novela Tilín García. Por esta fecha comienza a vivir en su finca de las afueras de La Habana, que bautizara con el nombre de Hurón azul. En la década de 1940 escribe otras novelas: La vuelta de Chencho y La feria de Guaicanama publicada después del triunfo de la Revolución (enero de 1959).

Los años 1950 fueron para Carlos Enríquez de tristeza. Los problemas de salud debido a huesos rotos y curas de alcoholismo hacen que le abandonen familiares y amigos. Solo unos pocos le acompañan hasta su muerte, ocurrida en La Habana el 2 de mayo de 1957, día en que debía inaugurar una exposición en la Editorial Lex y que fue abierta en el mes de junio de 1957 como homenaje póstumo. (Con información de Ecured, Todocuba y Granma)