Rosita Fornés: Mientras en el camerino dormía el bastón

Por: Juan Carlos Naranjo

“Es la hija de Rosita, es la hija de Rosita” sobreexcitado un trinitario de a pie, amplificaba el privilegio que le regalaba aquella noche de enero: quizás nunca pensó ver a madre e hija abrazadas en un mismo espectáculo.

Rosa María Medel conducía, la vedette cantaba, bailaba, actuaba, vedette al fin. También integraban el elenco, entre otros, el solista Rafael Espín y el cuarteto Éxtasis. Raúl de la Rosa dirigía la producción de gira por la isla.

El espectáculo “Una Rosa para todos” alegraba a la ciudad en enero de 2004 en coincidencia con la 31 edición de la Semana de la Cultura trinitaria. El jolgorio abría las puertas a la diva de Cuba. Sería su última presentación en la urbe que ella dijo, sentir suya.

Y es que el debut en la villa fue en 1974 en la primera celebración de ese tipo. Después le sucedieron otras actuaciones, pero nunca imaginé que esa, para mí el estreno, sería también la despedida para todos los que a pesar del frío salimos a aplaudir y valió la pena porque no retorné solo a casa.

Esa noche después de la función, llevé la dulzura de su voz, la gracia de su carácter, la sonrisa que nunca se apagó, además de la pose junto a ella captada por una instantánea. Me llevé el mensaje de agradecimiento a los hijos de este terruño que después compartí en la antena.

Conmigo se fue esa noche el desprendimiento de lo material que también hizo crecer “a la artista más completa de Cuba”. Confirmé que el cariño a su público superaba los tantos y tantos premios que el arte le dio.

En mi único encuentro con la Fornés advertí que no había reparos en ella cuando le esperaba la escena: frente al público hay que dar lo mejor, las preocupaciones quedan entre bambalinas, decía, y en verdad fue así.

De ello da fe este reportero, que le fue fácil llegar a la artista sin necesidad de consultar guardaespaldas como es moda hoy. Nunca los tuvo, a pesar del éxito que su carrera le dio. Descubrí que le rodeaban personas que se desvivían por ella.

Era la gente de su equipo quienes velaban el paso a la tarima. Un bastón acompañaba también su caminar trabajoso, una afectación de cadera era la causa, no el impedimento. Se escucha una orden, comenzamos.

Rosita Fornés ilumina la escena, la vedette de Cuba cautiva: canta, baila, actúa, desafía la tarima. La versatilidad luce. La estrella brilla con luz propia, mientras en el camerino dormía el bastón. (Con la colaboración de Osvaldo Pastrana).