Por: José Rafael Gómez Reguera
Tocar las nubes con las manos no es una metáfora si de Topes de Collantes se trata. A unos 800 metros sobre el nivel del mar, las montañas trinitarias parecen inaccesibles si se les mira desde lejos, desde la ciudad de Trinidad. Son formaciones azulosas que nos parecen enormes, y que en la misma medida en que se va ascendiendo, se nos muestran más hermosas todavía. Entonces, la ciudad, a nuestros pies, empequeñece.
Las curvas pronunciadas no ofrecen peligro alguno si se dispone de un buen “timón”, o sea, un chófer diestro, junto al automóvil apropiado. Así, de esta manera, poco a poco, mientras se asciende y se disfruta del pasaje, refresca la temperatura, comienzan a merodear las mariposas, multicolores, inofensivas, casi inexistentes en el ámbito citadino, surgen las otras mariposas, blancas, olorosas, nuestra Flor Nacional…
Cuando finalmente se arriba, luego de saludar a no pocos lugareños como si fueran tus conocidos de siempre, el imponente edificio central, devenido Kurhotel Escambray, aparece inabarcable, el reloj de sol reclama la presencia escurridiza del Astro Rey; las señalizaciones invitan a derecha e izquierda a disfrutar de los senderos, y en antiguo anfiteatro, construido al estilo romano y también gigantesco, parece reclamar sus proyecciones cinematográficas, las obras teatrales, las noches frías…
Topes de Collantes retoma su habitual vida turística y pueblerina. La lluvia o la neblina no impiden que disfrutemos de un verdadero paraíso, entre parajes boscosos, el nuevo Canopy, el ir y venir de quienes llegan para una corta estancia en las instalaciones del Complejo Gaviota o de quienes ya lamentan que el tiempo ya vencido de sus reservaciones solo les deja la esperanza de volver, siempre volver.