Por: Juan Carlos Naranjo
Es la amiga de jolgorios y silencios, de encuentros y desencuentros, de farras y soledades. Sabe todo de ella, hasta sus más recónditos secretos.
“Estoy sufriendo un poco respecto a eso, porque ya no puedo tocar como antes porque los años son tremendos, no, y entonces la veo calladita y me le acerco, la agarro, le doy un beso y le digo, vas a sonar bajito, pero vas a sonar, y así estamos, la cojo y tiro una cancioncita bajita y me parece que la guitarra me sonríe.”
“Adoro mi guitarra, adoro mi cuarto, a esas piedras, a la gente, incluso llego a la esquina, vuelvo a la casa, me meto en la trova, pero me cuesta un poco de trabajo.”
Isabel Bécquer, La Profunda está atada a Trinidad: la ciudad que le inspira, que aplaude sus éxitos. La ciudad que le ha dado tantos y tantos amigos
“No me gusta ni mencionarlos porque eso a mí me apena, pero por qué no voy a decir que Sara González era mi hermana, Esther Borga era mi amiga, el mismo Pablo que me hizo un regalo lindo, mi guitarra” recuerda con nostalgia La Profunda.
Los amigos, más que los premios alimentan los ochenta y seis años que cumple la trovadora, amorosa y sincera. Aliciente de espíritus devastados. Y es que en sus años mozos el desaparecido Enrique Pineda Barnet encontró la cura del alma en Trinidad y en el canto de Isabel, que nació el 14 de enero de 1935.
Y es que, al decir del propio Enrique, en la ciudad curó heridas profundas e Isabel le ayudó a desterrar penas y decepciones, por eso al cabo de muchos años, más de treinta, regresó y buscó a la artista, el encuentro fue conmovedor.
Su guitarra y su talento le han dado múltiples reconocimientos: ostenta la Medalla Raúl Gómez García, la Medalla por la Cultura Nacional y el Premio Único de la Artes que otorga la Asamblea Municipal del Poder Popular, entre tantos otros.
En las paredes de su cuartico se entrelazan los premios con fotos estropeadas por el tiempo de sus años de esplendor en la escena, de amigos y familiares: muchos ya no están, pero la artista aspira reunirse con ellos y pacta el reencuentro con esa gracia innata, de quien no teme a la muerte.
“Hasta que me vaya hacia el otro mundo donde están esperándome mis amigos, que ya se fueron y que yo sé, que cuando llegue allá nos vamos a reunir porque el alma es inmortal, así lo creo y cuando yo llegue allá, ellos se van a poner contentos como se ponían aquí.”