Por: José Rafael Gómez Reguera
Sensibles ante el dolor y las necesidades de quienes les rodean, diligentes cuando hay que actuar con prontitud, como sucede muchas veces; capaces de enfrentar las más riesgosas misiones dentro y fuera del país, y muy preparados, pendientes de los avances científico-técnicos, de los procederes más apropiados en cada caso, así es la enfermería cubana.
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Tradicionalmente mano derecha de los médicos y otros profesionales de la Salud Pública de Cuba, y desde un tiempo para acá con amplias posibilidades para la superación, con licenciaturas y maestrías al alcance de la mano, hombres y mujeres que abrazan la profesión, andan y desandan lugares intrincados, incluso a lomo de mulos y caballos, atravesando ríos, sabedores de cuán importante es su papel.
En tiempos de esta terrible pandemia, la enfermería cubana se ha crecido cuando ni siquiera se veían venir las vacunas anti COVID-19, y cuidándose al máximo, a riesgo de sus propias vidas, las zonas rojas supieron de noches desveladas, trajes y sobrebatas, caretas bien ajustadas… Bajo ese cuasi anonimato, pues hasta los nombres se los escribían para poder identificarse unos con otros, se cuidaban al vestir y desvestirse, única forma de prevenir contagios y poder llevar adelante el tratamiento de cada paciente.
Son ellos heroínas y héroes de esta época, patriotas en toda la extensión de la palabra, seres que nos miman, atienden y guían aún en los momentos más difíciles cuando el final sobreviene y toman de la mano a un paciente, hasta el último aliento; reciben la vida bajo llantos y lágrimas de felicidad, y ahora, en plena etapa de vacunación contra el SARS-CoV-2, nos dan la más de de las esperanzas, en pos de una nueva normalidad que nos devolverá besos y abrazos postergados, rostros visibles para la risa ahora escondida bajo las mascarillas, reencuentros y amores.