Por: Ana Martha Panadés Rodríguez
A la licenciada en enfermería Rita María Castillo Reguera se le corta la voz mientras cuenta las historias que desbordan su hoja de cargo como responsable de los servicios en uno de los centros para pacientes sospechosos de la COVID-19 que funcionó en el campamento Renán Turiño en el municipio de Trinidad.
En el otrora instituto preuniversitario y ahora alojamiento para las brigadas constructoras responsables de la ejecución de obras sociales y las vinculadas a las inversiones turísticas, Rita vivió momentos de angustia cada vez que llegó un diagnóstico positivo y vio familias destrozadas a las que siempre sostuvo desde la distancia.
“El momento que más me marcó fue cuando una niña de tres años salió positiva, tuvo que irse sola en la ambulancia porque su mamá ya estaba enferma en Sancti Spíritus, fue muy duro. Es la cara más triste de esta pandemia, ver a unos quedarse y otros irse con el corazón apretado.”
De enfermera de la sala de parto en el Hospital general de Trinidad Tomás Carrera Galiano a la zona roja para dirigir al equipo de profesionales de la salud dedicados a la atención de los pacientes. Una frágil línea que no desconoce Rita María Castillo.
“Hay diferencias, el programa materno infantil es muy sensible, siempre emociona recibir una nueva vida, compartir la alegría de los padres. Aquí debes superar tus miedos, mostrar confianza a los compañeros de trabajo y también a las personas que se encuentran en aislamiento, pendientes a un resultado, lejos de su hogar y con muchas preocupaciones.
“No imaginé que fuera una experiencia tan fuerte, llegar por la mañana, revisar los ingresos, encontrar amigos, conocidos; eso te marca, porque la enfermedad es impredecible, en ocasiones apenas se refieren síntomas, pero a veces se complica y las personas pueden morir. Eso duele mucho porque la misión nuestra es salvar la vida.”
¿Y estar en el lugar de los pacientes?
“Estuve dos veces del lado de allá, primero fui contacto de un médico en nuestro servicio y luego de otro trabajador de apoyo. Se siente temor y a la vez esperanza de que el resultado será negativo. Así sucedió en mi caso, pero tristemente no siempre pasa igual.
“Llevo 37 años en el sector y me pongo en el lugar de los pacientes, ellos necesitan mucho apoyo, amor, están pasando por un momento muy difícil. Cuando había que trasladar a un paciente positivo el primer impulso era tomarle la mano, abrazarlo. Eso es imposible, lo sabemos, pero siempre le di mucho aliento a las personas que atendimos en el centro de aislamiento.”
Rita María Castillo transmite confianza, profesionalidad; bien lo saben los médicos, enfermeros y el resto del personal que trabajaron con ella. Exigente hasta el más pequeño detalle en cuanto a las medidas de bioseguridad: “los protocolos no se deben violar, si no se cumplen, se enferma la brigada y fallamos en nuestra misión de atender a los pacientes”.
En los cuartos, en cada piso del centro de aislamiento también hizo cumplir las reglas, por lo que siempre insistió en la importancia del lavado de las manos, la limpieza de las superficies, el uso de las soluciones cloradasa fin de evitar el contagio. “Si no somos exigentes no vamos a vencer la enfermedad y el país necesita disminuir los casos positivos”, asegura convencida de la victoria contra la pandemia.
¿La presión de dejar la familia atrás, de exponerla, ha sido un aspecto difícil para usted?
“Esa es una parte muy difícil para quienes estamos en esta batalla porque ponemos en riesgo a la familia, a los amigos. Cuando regreso a mi casa, voy directo al baño, después me aíslo en mi cuarto y al día siguiente otra vez para el trabajo. Es duro no visitar a mi hija, a mis hermanas, apenas conversar con mi madre que tiene 77 años y es vulnerable. Pero me dieron esta tarea y voy a cumplirla sin mirar atrás. Es lo que se espera de nosotros y no voy a fallar.”