Mayor General Serafín Sánchez Valdivia: Alma de paladín

El guerrero cayó en combate en Paso de las Damas, Taguasco, el 18 de noviembre de 1896.
El guerrero cayó en combate en Paso de las Damas, Taguasco, el 18 de noviembre de 1896.

Hace 176 años vino al mundo el más venerado de los espirituanos, el Mayor General Serafín Sánchez Valdivia, quien, en medio de su épico destino, encontró tiempo para su familia, a pesar de la distancia  

Por: Enrique Ojito

Solo cuando la comadrona puso en los brazos de doña Isabel María de Valdivia y Salas el cuerpo del recién nacido, envuelto en un paño más blanco que las flores de mariposas que abundaban en la hacienda de San Marcos, don José Joaquín Sánchez Marín traspasó el umbral de la puerta del cuarto.

Había permanecido a la espera en la sala contigua, hasta que escuchó el llanto rebelde del niño, que casi llegaba a la iglesia Nuestra Señora de la Caridad. El padre, orondo, avanzó hacia la cama y se inclinó sobre la esposa, y con las mismas manos que enlazaba toros en Arroyo Blanco, acarició el copioso cabello de doña Isabel, ahora medio desordenado, y luego tomó, algo nervioso, su primer hijo varón como si se tratara de la más fina copa. Lo nombrarían Serafín Gualberto; era el 2 de julio de 1846.

—Este sí se salvará, le dijo con los ojos a la madre, recostada ya contra el espaldar.

Antes, el 28 de julio de 1845 había nacido la primera hija, Ana del Carmen, fallecida a los pocos días de venir al mundo. En total, Isabel María tuvo 22 embarazos; de los 17 logrados, 10 descendientes arribaron a la adultez, entre ellos, Serafín alcanzaría la mayor notoriedad, al convertirse en el más ilustre de los patriotas espirituanos, participante en las tres contiendas contra el colonialismo español y mano derecha de José Martí en su misión de limar los resquemores entre los caudillos de la Guerra Grande y los combatientes que estaban ansiosos por enjaezar los caballos, por primera vez.

NO DESEO VIVIR SIN DIGNIDAD

Tempranamente, Serafín comprendió que la libertad no le tocaría la puerta de casa. Desde su alzamiento en Los Hondones, Sancti Spíritus, el 6 de febrero de 1869, hilvanó una épica, distinguida por sus subordinados y por los jefes militares a quienes prestó servicio durante la contienda, entre ellos, Honorato del Castillo, Ángel del Castillo, Máximo Gómez, Ignacio Agramonte y Carlos Roloff.

Investigadores del Museo Casa Natal Mayor General Serafín Sánchez Valdivia refieren que, por disciplina, el paladín depuso las armas en Ojo de Agua el 28 de febrero de 1878 y así se acogió a la capitulación con la metrópoli; aunque no la aceptó por principios. Su opinión lo revela: “El Zanjón fue en el fondo una cobardía, en la forma una vileza infame y en sus funestos resultados una traición execrable contra Cuba”.

Explicable por qué suscribió el acta de la Protesta de Jarao, liderada por Ramón Leocadio Bonachea el 15 de abril de 1879, y volvió a las armas durante la Guerra Chiquita. Debido al fracaso de esta, salió hacia Estados Unidos desde la costa norte de Las Villas el 1 de agosto de 1880; un día antes, el ya entonces Mayor General escribió a su madre: “Me marcho contento porque al fin salgo huyendo de esta tierra en la que no deseo vivir sin dignidad en medio de tanto esclavo traidor (…) yo siempre escribiré desde el extranjero”.

Apenas días residió en Nueva York, de donde partió rumbo a República Dominicana, tierra que lo cobijaría por más de 11 años y testigo de su apoyo al Plan Gómez-Maceo (1884-1886).

EL MÁS SANTO DE LOS SACRIFICIOS

4 de abril de 1881. Falta poco para que la noche duerma a Santo Domingo. Desde la desembocadura del río Ozama, los pitazos anuncian que un vapor atracará pronto y, a esta hora, Serafín toma la pluma para responder una carta de su padre, llegada junto a otras de su esposa Josefa Pina Marín (Pepa).

“La contesto con inmenso placer —le indica el hijo de 34 años—. Me refiere Ud. en ella su situación presente y la de la familia que nada tiene de halagüeña, y á la verdad que esto me hace sufrir muchísimo; pero en descargo de mi conciencia debo decirle que si existe responsabilidad, no es mía por ningún acto de mi pasado, y sí lo es, de los que durante cuatro siglos hace la desgracia de Cuba, país digno de mejor suerte. Me refiero solamente á los gobernantes de España”.

“(…) Aquí vivo pobre, es verdad, pero soy mío”, le subraya a José Joaquín el hijo de 34 años, quien había montado una “tiendecita”, según le comenta a su padre, gracias a la ayuda monetaria de dos emigrados e independentistas: el abogado espirituano Ignacio Belén Pérez y el doctor santiaguero Ulpiano Dellundé, amigo de Martí.

En la misiva, Serafín le confiesa que al no acostumbrase a “llevar el pesado yugo del esclavo”, hace 12 años rompió con todo; “pasé por encima de todo, resignándome á todos los sacrificios, (…) sin mas ideal que conseguir el bien estar para mi Patria, para mis hermanos y para mi familia: ningún otro interés me ha llevado hasta este sacrificio el mas noble y el mas santo: el sacrificio por los demás”.

…………..

A la hora de escribir a la familia, a Sánchez Valdivia el cansancio de la jornada le pesaba menos lo que las crines a un potro de los que solía montar en San Marcos, cuando jovenzuelo. O sea, ni un millo. Corría el 23 de mayo de 1887; ese día a lo mejor el guerrero estuvo de paso por la plaza de Santo Domingo y vio la mansión donde residió Hernán Cortés, el conquistador español que también pisó la villa espirituana.

Nada de lo que le ocurría a los suyos en Cuba le resultaba indiferente a Sánchez Valdivia. En aquella misiva dirigida a su madre, mostraba su dolor por la muerte de dos hijos de su hermana Domitila y su esposo. “(…) supongo que ellos todavía estarán inconsolables sobre todo la pobre Domitila con la pérdida de sus hijos y particularmente de su hija de 17 años”.

Las estudiosas Eunice Rosell Gómez y Miriam Mata Ortega, del referido Museo Casa Natal, han vuelto en más de una oportunidad sobre la correspondencia cursada entre el paladín y sus hermanos Elías, Raimundo, Plácido y Esteban.  “Las cartas están dedicadas no solo a los habituales temas familiares; sino, en gran medida, a analizar aspectos referentes a la situación sociopolítica en Cuba y a la preparación de la Guerra Necesaria”, exponen las investigadoras.

De regreso a Estados Unidos en 1892 para colaborar con José Martí en la organización de la contienda, Serafín prosigue comunicándose con su familia; confirmado por la respuesta enviada desde Cayo Hueso, el 12 de julio de ese año, a Plácido, que sentía enorme respeto por su hermano mayor y a quien le consultaba los más diversos tópicos.

En torno a la inquietud de Plácido relacionada con el robo de ganado, el patriota le pide actuar con serenidad y le expresa: “(…) ten presente que ese Pueblo no es malo, ni es indiferente ni está abyecto sino que allí los malos, los abyectos y los miserables son aquellos unos cuantos que lo dirigen”.

Siendo coherente con ese ideal, en la noche del 24 de julio de 1895 desembarca por Punta Caney, al sur de Sancti Spíritus, al frente de una expedición, encabezada, además, por los generales Carlos Roloff y José María (Mayía) Rodríguez. De ello da cuenta a Pepa, su esposa: “(…) hemos entrado aquí como en nuestra casa. (…) ¡Viva Cuba! Y te quiere mucho, tu Serafín”.

Poco después de arribar a suelo patrio, el Mayor General espirituano asume la jefatura interina de la Primera División —operaba en los distritos de Sancti Spíritus, Remedios y Trinidad— del IV Cuerpo de las huestes mambisas, y la dirección de este a partir de diciembre del propio 95.

Con excepción de Benito, muerto por complicaciones hepáticas, para 1896 todos los hermanos de Serafín: Plácido, Raimundo, Esteban, Elías y José Joaquín (Tello) estaban incorporados a las fuerzas lideradas por el Mayor General, cuyo padre había fallecido en 1895 de disentería.

La madre, Isabel María, tampoco se resignó a la tranquilidad hogareña y se fue a la manigua, acompañada de sus tres hijas: Domitila del Carmen, Josefa María y Julia América. Ante todo, partió con un pensamiento fijo: reencontrarse con Serafín.

Campamento de El Saltadero, primero de octubre de 1895. Las tres estrellas relucían sobre los altos hombros del hijo; luego de más de 15 años de ausencia, la madre no reparó en ello. Únicamente atinó a abrazarlo, a besarlo, a buscar sus ojos; eran los mismos ojos con que la había mirado José Joaquín el día de su alumbramiento, después que la comadrona le puso entre sus brazos a Serafín, envuelto en un paño más blanco que las flores de mariposa. (Tomado de Escambray).

Notas: En esta y otras cartas citadas se respeta la ortografía original. Escambray agradece la colaboración del colectivo del Museo Casa Natal Mayor General Serafín Sánchez Valdivia para la realización de este reportaje.