Entre la ilusión y la libertad

Filme cubano “Romance en el palmar”. Foto: Internet.
Filme cubano “El romance del palmar”. Foto: Internet.

A lo largo de la Historia del cine, se ha pretendido dar un sentido al por qué y al para qué se hacen películas, no pasa lo mismo con otras manifestaciones artísticas como la música, las artes escénicas, las artes plásticas o la literatura

OTROS MATERIALES CINEMATOGRÁFICOS

Una historia de amor latinoamericana frente a una mirada extranjera

Por: María Isabel Nieblas Trocones*

Quiero comenzar este análisis, con una polémica pregunta sobre la función del cine para el ser humano ¿Será que es más veraz en cuanto más se acerca a lo cotidiano o cuanto más se parece a la poesía?

A lo largo de la Historia del cine, se ha pretendido dar un sentido al por qué y al para qué se hacen películas, no pasa lo mismo con otras manifestaciones artísticas como la música, las artes escénicas, las artes plásticas o la literatura. Entonces me resulta un tanto misterioso el encasillamiento constante al que se somete al cine, que tiene que ser aquello o esto, y servir para aquello a para esto.

Entiendo que el arte tiene una esencia espiritual profunda, y en su más alto sentido de existencia convergen las emociones y los sentimientos, así como las preocupaciones y los deseos, porque es libre y su naturaleza creativa es consciente de ello, pero, ¿cuál es la verdad que buscamos en la gran pantalla? ¿Buscamos la identificación, un discurso político, una denuncia, un golpe de realidad, una fantasía, ciencia ficción, historia, identidad, hedonismo, conmoción o un escape?

Todas estas preguntas se convierten en afirmaciones cuando las volcamos hacia el público, que encuentra en el cine su propia forma, tan diversa y contradictoria como la razón de ser del cine mismo. Pero si cuestionamos a los propios cineastas, ¿cuánto pueden cambiar las respuestas? ¿Qué buscan los cineastas en el cine: Reconocimiento, fama, compromiso social, verdad, filosofía, política, poesía?

Luis Buñuel. Foto: Biografías y Vidas.
Luis Buñuel. Foto: Biografías y Vidas.

Una vez más no encontramos una sola respuesta, porque todas lo son, y al respecto Luis Buñuel escribió: “El cine es un arma maravillosa y peligrosa, si la maneja un espíritu libre. Es el mejor instrumento para expresar el mundo de los sueños, de las emociones, del instinto. El mecanismo productor de imágenes cinematográficas, por su manera de funcionar, es, entre todos los medios de expresión humana, el que más se parece al de la mente del hombre, o mejor aún, el que mejor imita el funcionamiento de la mente en estado de sueño. El film es como una simulación involuntaria del sueño. Bernard Brunius nos hace observar que la noche paulatina que invade la sala equivale al cerrar los ojos: entonces comienza en la pantalla, y en el hombre, la incursión por la noche de la inconsciencia; las imágenes, como en el sueño, aparecen y desaparecen a través de disolvencias y obscurecimientos; el tiempo y el espacio se hacen flexibles, se encogen y alargan a voluntad; el orden cronológico y los valores relativos de duración no responden ya a la realidad; la acción de un círculo es transcurrir en unos minutos o en varios siglos; los movimientos aceleran los retardos” (1)

Estas palabras de Buñuel me permiten entender con mayor claridad el poder que tiene el cine para penetrar en la mente humana y producir cambios importantes en su conducta y su proyección social, evidenciando que además de ser el séptimo arte, el cine es indudablemente un arma. Es por eso que a pesar de las crisis mundiales más sobrecogedoras, la industria cinematográfica no suspende los fondos para crear contenidos y divulgar sus presupuestos políticos y esteticistas, de lo moralmente correcto, pero también de lo políticamente bello. El poder hegemónico se centra esta vez en un campo de batalla cultural para dominar la voluntad del ser humano y su espiritualidad. Y cabe preguntarse: ¿cuándo comenzó a suceder esto? ¿Fueron nuestros primeros cineastas en Latinoamérica conscientes del impacto de este nuevo aparato para la transformación de la sociedad? ¿Cuándo comenzamos a ser consecuentes con la realidad que se estaba viviendo en Latinoamérica para ejercer un cambio verdadero sobre ella?

Para tratar de responder estas interrogantes me propongo hacer una comparación entre dos películas, correspondientes a dos autores, que responderán a un universo creativo, simbólico, histórico y productivo muy diferente cada uno.

En primer lugar encontramos el filme de 1938 El romance del palmar, dirigido por el cineasta cubano Ramón Peón, que nos cuenta la historia de una joven campesina que seducida por un rufián adinerado es arrastrada de su casa y llevada a la mala vida nocturna de los cabarets capitalinos. Allí, la joven conoce un hombre bueno que la salva de los prejuicios de la época, se casa con él y regresa a su antiguo hogar en el campo. Resuelto el conflicto, Ramón Peón nos presenta una película musical, melodramática, con personajes estereotipados que agregan comicidad a la trama y una puesta en escena encajonada en los estudios fílmicos de su productora independiente PECUSA (2)  que trató de establecerse en el competitivo mundo empresarial durante pocos años sin grandes logros hasta que finalmente quebrara.

Rita Montaner, “La Única”, incluida en el reparto del filme “El romance del palmar”
Rita Montaner, “La Única”, incluida en el reparto del filme “El romance del palmar”

Para agregar valores al filme, el autor se vale de las actuaciones de estrellas de la escena cubana tales como Rita Montaner, María de los Ángeles Santana, Vicente González Riviera y grandes exponentes de la música como Ernesto Lecuona, Moisés Simons, Bola de Nieve, entre otros. Lo cierto es que en esos años el papel del cine cubano fue visualizar lugares exóticos, mujeres sensuales y un edulcorado ambiente tropical, muy alejado de la crisis social, política y económica a la que se enfrentaba el pueblo luego de la Revolución de 1930.

Si bien, los directores cubanos trataron de promulgar un cine nacional, con valores propios y en ellos manifestaron algunas inquietudes artísticas, la verdad es que en la gran pantalla de aquellos años no vislumbramos la presencia de una voz inquieta, cuestionadora, experimental o rebelde. Los finales felices, correspondientes al desenlace de la misma estructura dramática era la moda en cada cinta, y el parecido de unas con otras no aparentaba incomodar ni a los autores ni al púbico que las disfrutaba. El romance del palmar, es considerada la película cubana más taquillera de su época tanto dentro como fuera del país, los cines se abarrotaban de público para disfrutar de las melodías cantadas por Rita y la bella historia de la guajirita Fe. Lo que en algún momento del filme pretende convertirse en una denuncia al estereotipo de lo que debe ser la mujer y su rol en la sociedad moderna, termina diluyéndose en un desenlace en el cual su protagonista es salvada del prejuicio justo cuando su enamorado le pide matrimonio, ya entonces Fe, deja de ser una mujer mala, porque es una mujer casada.

Para ese entonces ya el cine había respondido a intereses propagandísticos del gobierno en diferentes momentos de la historia, ya las cintas no eran del vuelo inocente de sus primeros años, ya el sonido le había impregnado notorios valores, pero también marcadas injerencias culturales, los argumentos cinematográficos de ficción alejaban al espectador cada vez más de la verdad, del compromiso con la libertad, de la necesidad de cambio, y le ofrecían una y otra vez una Industria comercial, que se proponía competir con un mercado internacional para establecerse como negocio.

No pretendo enjuiciar el cine cubano de los años 30, 40 y 50, solo trato de encontrar algunas respuestas que aclaren el ¿por qué la función del cine es tan cuestionada y objeto de tantos estudios? ¿Qué nos cuenta el cine de las décadas de 1930 al 1950? ¿Qué historias valida y qué personajes difunde? ¿Qué encontraba el espectador en las salas de cine de aquellos años? Creo que las respuestas radican precisamente en el paradigma en el que se  erigía el cine de aquella época: la industria, y la legitimación del cine más como producto comercial que como hecho artístico, al menos en Cuba, sus implicaciones, fueron bastante drásticas, pues no hubo un desarrollo concreto de un cine nacional o autoral, y no fue hasta 1959 con el triunfo de la Revolución cubana que se estableció un cambio de paradigma.

Por otra parte encontramos en décadas posteriores a 1938, concretamente en la fecha 1950, la película Los olvidados de Luis Buñuel, producida por los estudios Tepeyac, basada en la cruel realidad de los barrios marginales de la capital mexicana y connotada de un reparto de niños desconocidos que le otorgaron verosimilitud a los personajes y naturalidad a las situaciones narradas en el filme.

Cartel del filme “Los Olvidados”, de Luis Buñuel. Foto: Internet.
Cartel del filme “Los olvidados”, de Luis Buñuel. Foto: Internet.

Esta vez, un autor salía del marco establecido para contar una historia real, de la vida del México profundo, en el cual tuvo que sumergirse e investigar para abordar con agudeza una de las problemáticas más terribles de la sociedad mexicana de aquellos años: el abandono y la explotación infantil. La ruptura del canon y del paradigma industrial que preponderaba en el cine de aquella época, se involucraron con el compromiso social del artista para conformar la génesis de lo que años más tarde sería el Movimiento del Nuevo Cine Latinoamericano. El retrato crudo y realista de los niños abandonados con un final pesimista donde vemos un niño muerto caer por un despeñadero reveló ante el mundo una realidad muy diferente a la que la Industria dejaba ver.

Lo primero que el director nos dice al comenzar la película en un cartel es que la obra está basada en hechos y personajes reales, como para que no quepan dudas que la narración no es una invención del autor. En el filme encontramos temáticas tan complejas como la prostitución infantil, el abuso sexual, el analfabetismo, la violencia, la disfuncionalidad familiar, la pobreza extrema y la deshumanización. Con un claro cambio de paradigma que esta vez desnuda a un autor, quien no solo presenta en su obra una estética propia y un discurso artístico, sino también una postura ideológica y política ante un fenómeno social grave, al cual todos prefieren obviar u olvidar su existencia.

Fotograma de “Los Olvidados” , de Luis Buñuel. Foto: Internet.
Fotograma de “Los olvidados” , de Luis Buñuel. Foto: Internet.

Aunque ambos filmes desarrollan sus historias en la ciudad, epicentro de la modernidad, en El romance del palmar se nos muestra un mundo de ensueños, de cantos y oportunidades, sin embargo Los olvidados nos introduce en lo profundo del infierno, sin otra ley que la de la supervivencia. ¿Será que solo en México existían esas problemáticas, será que solo en los años 50 comenzaron a darse estos fenómenos en Latinoamérica y el Caribe? Claro que no, los males sociales se agravaban cada vez más con la corrupción gubernamental, y la creciente modernidad marcaba tajantemente la división entre poseedores y desposeídos en toda la región.

Pero no fue hasta 1950 que un filme disgustó tanto a un país, enajenado por completo de su realidad;  que quisieron desterrar a su director, “Los olvidados” supuso una revolución audiovisual para el cine de su generación y abrió las puertas para el advenimiento de una estética que inspiraría a toda la creación cinematográfica de la región; pudiera decir que significó un despertar  para Latinoamérica. A partir de ese momento, las pantallas se llenaron de sentido, y las representaciones adquirieron una dimensión simbólica mucho más cercana a la verdad.

Definiendo lo que realmente debía ser el cine: “(…) Hago mías las palabras de Engels que define así la función de un novelista (léase para el caso, la de un creador cinematográfico): «el novelista ha cumplido honradamente cuando, a través de una pintura fiel de las relaciones sociales auténticas, destruya las funciones convencionales, sobre la naturaleza de dichas relaciones, quebrante el optimismo del mundo burgués y obligue a dudar al lector de la perennidad del orden existente, incluso aunque no nos señale directamente una conclusión, incluso aunque no tome partido sensiblemente».(3)

De esta manera Buñuel nos propone pensar y hacer un cine que transgreda, que cuestione, que desmonte, que resignifique y revolucione, pero ante todo que respete al espectador y le proporcione un medio para liberarse de la enajenación y el sin sentido.

*La autora, oriunda de Trinidad, donde ha propuesto desarrollar algunos proyectos, es graduada de la Facultad de los Medios de Comunicación Audiovisual de la Universidad de las Artes de La Habana (antiguo ISA), y cursa la maestría en Cine Latinoamericano y Caribeño.

NOTAS:

  1. Fuente: Buñuel. Iconografía personal, México, Ed. Fondo de cultura económica, 1988.
  2. PECUSA, Películas Cubanas S.A
  3. Fuente: Buñuel. Iconografía personal, México, Ed. Fondo de cultura económica, 1988.